“¡Un lobo!”. La noche era oscura y fría pero allí estaba, a
escasos quince metros nuestros, en la orilla de la carretera. Sus ojos nos
miraban fijamente. Paré el coche y giré para enfocarlo mejor con las luces. Impresionante.
Me imagino a gentes humildes de zonas aisladas y con escasa
cultura cuando vieran a un lobo por la noche con los ojos luminosos,
brillantes… que cada vez que se moviera, sus ojos dejaran un rastro de
destello. Ahí surgirían las leyendas, los dichos, los refranes.
El lobo a lo largo de los siglos no ha tenido buena fama. Ha
sido considerado por muchos como un problema, acrecentado por
la “publicidad negativa” que se le ha hecho gratuitamente en
cuentos, leyendas o en el acerbo popular. Era el causante de todos los males;
el hecho de encontrarse con un lobo por la noche era algo terrorífico,
algo demoníaco, algo que no podía ser nada más que obra del mismísimo diablo
que había actuado en un animal maligno, peligroso y sanguinario que tenía los
ojos inyectados en sangre y además le brillaban. Así fue durante muchos siglos,... pero la realidad es
mucho más sencilla.
El lobo nos miraba fijamente. Estábamos petrificados.
Sorprendidos. Impactados. De las cinco personas que íbamos en el coche, dos
nunca habían visto un lobo y para ellas fue lo mejor de los tres días que
estuvimos por la sierra. Se movió cauto hacia la izquierda. Se paraba. Agachaba
la cabeza. La volvía a levantar. Nos miraba. Nos controlaba. Aparecía y
desaparecía detrás de los brezos. Tenía un andar elegante y cauto, parecía que
se deslizaba en la noche. Sus ojos brillantes se movían. El reflejo de las
luces marcaba su silueta. La luminosidad de sus ojos. La elegancia de su porte.
Su mirada penetrante. Brillante...
La visión de un animal responde a sus necesidades; es un
factor de supervivencia en el medio natural. El lobo es un carnívoro. Un
cazador. La evolución ha ido conformando la posición de sus ojos al frente. Lo
ha hecho por una cuestión práctica y de supervivencia.
El lobo caza y por lo tanto debe de fijarse en la presa y no
perderla de vista, con lo cual, según va avanzando hacia ella no deberá de
dejar de mirarla. La evolución lo ha adaptado para esa necesidad, así
tiene los ojos al frente de la cabeza.
El ángulo de visión total de un depredador, al tener los
ojos frontales, es de aproximadamente 150º, de los cuales 120º se ven
simultáneamente con ambos ojos. Esto es lo que ayuda a medir la distancia, algo
que para los depredadores es básico si quieren hacer un ataque con precisión. A
esto hay que añadir que el lobo, fundamentalmente, se mueve de noche, siendo el
anochecer y el amanecer dos momentos muy importantes en su actividad; por lo
tanto, aparte de tener los ojos frontales necesita ver bien con muy poca luz.
Dentro del coche la emoción se respiraba, se palpaba. El
lobo giraba. Se volvía. Se escondía pero no dejaba de mirarnos. De asomar la
cabeza. De mostrarnos esos ojos pero...¿por qué se le ven los ojos tan
brillantes y con ese tono amarillo-azulado en la oscuridad de la noche cuando
se le ilumina?
Los ojos brillan al ser iluminados... |
Ernesto, amigo y biólogo que también iba en el coche me lo
explicó el por qué de esos ojos. Días después decidimos hacer una entrada conjunta
para nuestros blogs, y lo que estáis leyendo es el resultado.
El lobo necesita ver bien con muy poca luz o con nada y lo
consigue mediante una mezcla de características que la evolución ha ido
perfeccionando a lo largo de los siglos.
Dentro del ojo existen dos tipos de células: los
bastones y los conos; ambas son muy sensibles a la luz. Los
bastones responden a la intensidad de la luz y los conos ayudan
a percibir los colores; por lo tanto, si el animal tiene
más bastones verá mejor con muy poca luz y cuantos
más conos diferentes tenga tendrá la posibilidad de percibir más
colores; los lobos ven en forma dicromática (tienen dos tipos
de conos) y los humanos vemos de forma tricromática (tenemos
tres tipos de conos y diferenciamos los tres colores primarios). Cada
tipo de cono es capaz de percibir una frecuencia lumínica distinta.
Es decir, el lobo ve bien con poca luz porque tiene muchas
células bastones en el ojo que le hacen percibir más luz porque tiene
mayor respuesta a la intensidad de la luz; además tiene otra característica que
le permite ver bien con tan poca luz; detrás de la retina tiene una membrana
(tapetum lúcidum) que hace de espejo que produce un aumento de la brillantez de
la imagen, es decir, aumenta unas cincuenta veces el rastro de luz que pueda
haber y cuando les enfoca un rayo luminoso (luces del coche) brilla. En los
herbívoros, el tapetum lúcidum, suele ser de tipo fibroso, mientras que en los
carnívoros suele ser de tipo celular, más efectivo. Fascinante.
El lobo se movió durante varios minutos entre los brezos
llegando a acercarse a menos de diez metros y desapareció. Se lo tragó la
noche. La noche lo envolvió con su oscuro manto para nosotros pero para él no
lo es tanto ya que, como hemos visto, está perfectamente adaptado para poder
ver en la oscuridad de la noche.
Cuando observamos un objeto, la luz entra en el ojo por la
córnea, atravesando la pupila y, tras pasar por una serie de zonas, llega a la
retina. En la retina es donde se localizan las células fotorreceptoras, es
decir, aquellas que van a transformar la luz en impulsos nerviosos que serán
enviados al cerebro a través del nervio óptico.
Pues bien, en un ojo como el nuestro, la luz pasa por la
retina, incidiendo una única vez sobre los receptores, puesto que tras la
retina se encuentra una capa, llamada coroides, que es de color oscuro y que
absorbe la luz que a la retina le ha “sobrado”
No ocurre así en el caso del lobo. En éste, al igual que en
todos los cánidos, felinos,... tras la retina se encuentra la capa de la que
antes hablábamos, el tapetum lucidum. Es una capa de color claro normalmente,
aunque su color depende del pelaje del animal y de la especie de que se trate.
Esta capa refleja la luz, de tal manera que devuelve parte otra vez hacia la
retina, haciendo que la imagen vuelva a formarse de nuevo y que se envíe una
segunda señal nerviosa que será integrada por el cerebro junto a la primera,
aumentando el poder de visión con poca luz.
Entonces, podemos pensar que, el lobo y otros animales
pueden tener problemas de visión diurna. Pero no es así ya que pueden regular
la cantidad de luz que entra mediante la apertura o cierre de la pupila, pueden
“solventar” el problema del exceso de luz. Aún con esto, los lobos son animales
con visión nictálope (ven mejor con poca luz)
El tapetum lúcidum es el responsable de que al fotografiar
alguno de estos animales, o cuando tenemos esa maravillosa suerte de encontrarnos a nuestro amigo lobo frente a
los faros del coche, sus ojos parece que brillan en la oscuridad. En realidad,
lo que estamos viendo es la luz reflejada por este tapetum lúcidum, con lo que
nos encontramos unos colores que van desde los azulados hasta los amarillentos.
¿Y si nos enfocamos a nosotros, o nos fotografiamos? Pues todos hemos pasado
por la experiencia de los “ojos rojos”, ocasionada porque los rayos de luz
inciden y se reflejan sobre los vasos sanguíneos que riegan y nutren la retina.
Como no disponemos de tapetum, este es el color dominante del la luz reflejada
por el interior del ojo.
Regresamos a la casa impresionados por la experiencia. Por
esa mirada. Por esos ojos luminosos que brillaban con un color amarillo-azulado
y se movían en la noche con soltura y elegancia. El lobo comenzaba su
jornada...