Hace unos días Manuel Segura, gran amante de la naturaleza, excelente fotógrafo y amigo, descubrió la presencia de una pareja de garcillas cangrejeras en un punto del embalse de Ricobayo en la provincia de Zamora. Punto de vital importancia porque en la primavera-verano de 2016 supuso la constatación de la cría por primera vez en la provincia de Zamora (y en Castilla y León) de esta especie. Zona de cría más al norte de la península ibérica. En ese momento criaron dos parejas consiguiendo sacar siete pollos adelante, un hecho histórico.
Dos años después han vuelto a la zona, aunque seguramente también lo hicieran el año pasado y no fueron detectadas. El caso es que aquí están de nuevo. Una pareja que esperemos se decida a criar nuevamente.
Dos años después han vuelto a la zona, aunque seguramente también lo hicieran el año pasado y no fueron detectadas. El caso es que aquí están de nuevo. Una pareja que esperemos se decida a criar nuevamente.
No podía dejar de acercarme para ver si podía ver alguna
de las preciosas cangrejeras. Nada más llegar comenzó la búsqueda escrutando
las orillas concienzudamente en pos de alguno de los ejemplares. Después de un
rato infructuoso dejé la búsqueda por el telescopio. Me giré y… ¡ahí estaba!
Muy cerca de donde me encontraba. Cogí la cámara y la enorme belleza de esta
pequeña garza quedó reflejada en el objetivo y en mi mente.
El pico azul intenso con la punta negra destacaba
sobremanera. Quieta. Hierática. Su largo penacho caía sobre su rosado cuerpo. Sus
patas anaranjadas. Mirada penetrante. Fija. Inmutable.
Pasados unos minutos se levantó mostrándome toda su
elegancia. Alas y cola inmaculados, de un blanco perfecto. Cuerpo rosado-anaranjado
que hacía que las alas y la cola se notaran más blancas todavía. Cruzó todo el
río hasta la orilla contraria en la que se posó sobre unas ramas muy cerca del
agua.
Bajó un poco más y se acercó hasta el agua. Quieta. Fija.
Inmóvil. Estaba de pesca. De vez en cuando se estiraba como cuando los
nadadores van a saltar al agua tensándose sus patas que se agarraban con fuerza
a las ramas. En uno de esos intentos se lanzó, cual martín pescador, como una
auténtica flecha a la superficie del agua introduciéndose como una lanza
arrojada por un experto pescador. Se sumergió y salió con su premio en el pico.
Se volvió a posar y se tragó el pez en escasos segundos.
Pasados unos minutos se cambió nuevamente de lugar en el
que también capturó otro pez que comió rápidamente. Estaba demostrando una gran
efectividad, pericia y maestría a la hora de pescar.
Nuevamente cambió de posición para situarse en unas ramas
en las que otras dos garzas descansaban tranquilamente: una garza real y una
garceta común.
Era curioso ver a las tres juntas. Se apreciaba la considerable diferencia de tamaño de unas a otras. La garcilla cangrejera era la más
pequeña.
En este nuevo posadero se dedicó a acicalarse, a limpiar
y cuidar su plumaje. Plumaje básico para su vida. Plumaje que deberá de mantener en
perfecto estado ya que de él depende su supervivencia.
Allí la dejé en el tramo del río que se ha
convertido en su nueva casa; casa que esperamos y deseamos sea para criar y nos
deleiten nuevamente con una nueva generación de esta preciosa, elegante y
escasa garcilla.