El patio de la comunidad de vecinos en el que está mi casa se ha convertido en una comunidad de verdad. Hemos empezado a aplaudir, a escuchar música con peticiones, a tomar nuestros aperitivos y, lo más importante, a hablar y a conocernos. En este patio al verme con cámara de fotos, prismáticos y telescopio en mano, me han empezado a preguntar e interesarse por lo que estaba haciendo y sorprenderse de todo lo que se puede ver, simplemente, con observar con tranquilidad.
Este patio tiene historia. Una larga historia de auge y caída. Historia que voy a ir contando según describo a sus nuevos habitantes. Historia extraída del magnífico trabajo de Rafael Ángel García Lozano titulado: “El hospital y la capilla de la Cofradía de los Ciento. Aportaciones para el estudio del urbanismo y la arquitectura de Zamora”.
Este patio tiene historia. Una larga historia de auge y caída. Historia que voy a ir contando según describo a sus nuevos habitantes. Historia extraída del magnífico trabajo de Rafael Ángel García Lozano titulado: “El hospital y la capilla de la Cofradía de los Ciento. Aportaciones para el estudio del urbanismo y la arquitectura de Zamora”.
Este patio era el patio de un ilustre palacio, el Palacio
de Los Valencia: “El Palacio de los Valencia era una magnífica casona del siglo
XV en la que vivió la familia de D. Gonzalo de Valencia, Caballero del Hábito
de Santiago, Procurador a Cortes y Patrón de la capilla de San Bernardo de la
Catedral zamorana. Los orígenes familiares se remontan al matrimonio del rey
Fernando III con Beatriz de Suabia, hija del emperador de Alemania Felipe de
Suabia, en 1219. Su última descendiente fue Doña María Antonia de Villafañe…”.
En este patio tranquilo con un pequeño jardín, varios
arbustos, arbolitos y un gran abeto se desarrolla una vida paralela a la
nuestra que sigue su curso, sigue los dictados de la naturaleza. Tiene sus
propios habitantes que actúan según sus necesidades.
Los mirlos comunes están muy atareados consiguiendo comida para sus pequeños que los tienen en un árbol de un patio cercano que escapa a mi visión. La pareja de mirlos se va alternando en las llegadas al jardín. Normalmente el más atareado es el macho, es el que más veces se ve patrullando el césped. Camina despacio, como si estuviera escuchando algo o tuviera un geo-radar para localizar a los pequeños gusanos o lombrices que viven bajo la superficie. Camina a pequeños saltitos para pararse. Inclinar la cabeza y, como si supiera donde está su presa, meter toda la cabeza entre la capa de césped cual experto buceador para después, tirar, como si de un largo espagueti se tratara, y sacar una larga lombriz que sujeta con su anaranjado pico para volver a iniciar nuevamente, la misma operación. Cuando considera que tiene comida suficiente para sus pequeños marcha contento para, a los pocos minutos, aparecer la hembra que hará la misma operación.
Los mirlos comunes están muy atareados consiguiendo comida para sus pequeños que los tienen en un árbol de un patio cercano que escapa a mi visión. La pareja de mirlos se va alternando en las llegadas al jardín. Normalmente el más atareado es el macho, es el que más veces se ve patrullando el césped. Camina despacio, como si estuviera escuchando algo o tuviera un geo-radar para localizar a los pequeños gusanos o lombrices que viven bajo la superficie. Camina a pequeños saltitos para pararse. Inclinar la cabeza y, como si supiera donde está su presa, meter toda la cabeza entre la capa de césped cual experto buceador para después, tirar, como si de un largo espagueti se tratara, y sacar una larga lombriz que sujeta con su anaranjado pico para volver a iniciar nuevamente, la misma operación. Cuando considera que tiene comida suficiente para sus pequeños marcha contento para, a los pocos minutos, aparecer la hembra que hará la misma operación.
La hembra, con más mala leche, no tolera la presencia de
las palomas torcaces que también vienen al patio y se lanza chillando y
alterada sobre cualquiera de ellas para echarlas del lugar en el que está
buscando la comida para sus pequeños pero, las urracas,
apostadas en las antenas o en los tejados, son la horma de su zapato y, en cuanto pueden, se
lanzan sobre la hembra de mirlo como para decirle que son ellas las que mandan en el lugar, porque no es por la comida, ya que, en ningún momento, las he visto buscar
alimento aquí.
Patio ilustre en el que: “Mediada la segunda década del
siglo XIX, mientras se llevan a cabo unas obras de reforma en el palacio
episcopal, el Palacio de los Valencia se convierte en la residencia provisional
del obispo de la Diócesis, D. Pedro de Inguanzo y Rivero…..Con el devenir del
tiempo el palacio acoge a finales del siglo XIX las dependencias de la Guardia
Civil, procedentes del cercano Palacio de los Ocampo, a cuyo cargo estaba el
comandante Antonio Pascual del Real. El establecimiento de la Benemérita en el
Palacio de los Valencia se hace paradójicamente compatible con otros usos en
algunos momentos. Allí permanece hasta que se traslada al desamortizado
convento de los Trinitarios, en la calle San Torcuato”.
Los estorninos también vienen al jardín. En unos primeros
momentos se veía a varias parejas que bajaban juntas y, mientras el macho,
reclamaba constantemente, la hembra se dedicaba a comer siguiendo una técnica
muy parecida a la de los mirlos. El macho se pavoneaba delante de su amada para
intentar camelarla y, la hembra, más práctica, comía tranquila mientras su pretendiente alardeaba ante su presencia.
Estos estorninos también sufren las embestidas de las
urracas que son como el matón del lugar. Después de varios intentos de bajar y
que los echaran las urracas, esta pareja de estorninos siguió una táctica de
despiste.
Se subieron al abeto y se quedaron quietos, agazapados
entre sus ramas, esperando. Cuando las urracas desaparecieron, los estorninos
bajaron al jardín para continuar con sus quehaceres.
En tal ilustre lugar ha habido numerosos e importantes
visitantes a lo largo de toda su existencia; entre ellos me gustaría destacar a D. Miguel de Cervantes Saavedra que pasó una temporada
alojado en el palacio de D. Francisco de Valencia que fue compañero de
cautiverio en Argel o la visita de trabajo de Juan Antonio Benlliure (padre
del gran escultor Mariano Benlliure) para los trabajos de decoración y reforma
encargados por Federico Cantero Seirullo en el interior del palacio.
Los pequeños gorriones comunes se mueven desde los patios
y tejados cercanos hasta los arbustos del jardín, se dan baños de arena que
les servirán de protección y limpieza ante indeseados inquilinos o se alimentan del delicioso diente de león que comen con gran delicadeza.
En el alto abeto o sobre las antenas se escucha el
precioso canto de los pardillos que se desgañitan hinchando el pecho para que
su voz resuene y atraiga a su amada. Cuando una hembra ha bajado a comer al
jardín, el encandilado macho, se acerca con un regalo, una miga de pan que será
un magnífico obsequio que sellará su amor.
La hembra de pardillo no pierde el tiempo; necesita
material para su nido y se dedica a recoger los pelos que los perros de los
vecinos han caído cuando los bajan a pasear. Es muy afanosa y, cuidadosa y
meticulosamente, va recogiéndolos para cuando tiene una buena cantidad volar
hacia el lugar en el que su nido está comenzando a tomar forma.
El viejo palacio continúa con su ajetreada vida: “Tras la
marcha de la familia Cantero Villamil de la ciudad en 1924, las dependencias menores
del palacio, ya conocido vulgarmente como Palacio de los Cantero, fueron
habitadas por varios vecinos. Años después pasa a manos de la empresa
hidroeléctrica “Saltos del Duero” que lo destina a viviendas para sus
empleados…..
….Este fue su último uso, hasta que el abandono y la
ignominia de una ciudad despreocupada en los años setenta del siglo XX por sus
edificios singulares acabaron con él definitivamente. De la factura original
del Palacio de los Valencia poco sabemos. Solamente lo que nos ha llegado por
su portada y escudo actualmente integrados en el nuevo edificio…” (el antiguo
palacio de Los Valencia fue destruido en 1976)
Las palomas torcaces, tórtolas turcas, colirrojos tizones,
grajillas y palomas domésticas son otros de los habitantes de este patio de
vecinos en el que, coincidencias que tiene la vida, me enteré hace
relativamente poco tiempo, que en el antiguo patio del Palacio de Los Valencia,
en los años cincuenta y sesenta se hacían conciertos de música y, curiosamente,
mi abuelo Manolo, era uno de los integrantes de la banda de Zamora que tocaban
en el antiguo lugar. Lugar que es ahora el patio en el que observo las
evoluciones de sus habitantes alados. Lugar en el que los vecinos hemos
empezado a conocernos.