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martes, 24 de enero de 2012

El lobo. ¡Que suerte la de aquel día!

Esta frase podría ser el resumen de una jornada vivida allá por finales del mes de agosto en plena Sierra de La Culebra. Unos familiares venidos desde Madrid me preguntaron si los acompañaba a hacer una excursión por la zona de Villardeciervos. Isa y yo nos unimos a ellos dispuestos a pasar un día haciendo turismo por la Sierra. Les pregunté si querían que fuésemos a hacer una espera, advirtiéndoles que habría que madrugar, lo cual, como me imaginaba, no cuajó, así es que salimos de Zamora alrededor de las nueve de la mañana.
Como imaginé que parariamos en algún punto para observar la fauna les hice una serie de indicaciones básicas que, todo aquel que va a una espera, debe de tener en cuenta. Las primeras fueron antes de salir. Debían de no echarse colonia (los animales nos huelen a distancia y si además les ponemos un "llamador"...)y llevar ropa discreta (aunque la mayoría de los animales no ven los colores; sí distinguen tonos y uno chillón les llama la atención).
Por el camino les dije otras normas como la de no dar un portazo al salir del coche (hay veces que estás en una espera y sabes cuantos vienen por el número de portazos que dan), hablar lo mínimo posible y, si se hace, que sea en voz muy baja; procurar no moverse mucho y, si uno se mueve, hacerlo sin aspavientos y que por supuesto, si veíamos algo, no gritaran de emoción ni empezaran a chillar.
Llegamos a la sierra sobre las diez. Bajamos del coche. Plantamos el telescopio para ver si había suerte y se veían algunos ciervos o corzos. Sacamos los prismáticos y…¡lobo a la vista! No me lo podía creer. Llegar y besar el santo. A las diez y cuarto de la mañana apareció un lobo a unos 100 metros de distancia. Además, lo hizo tranquilamente. De derecha a izquierda entró en una zona de hierbas en la cual se le veía sin ningún problema.
Era un lobo de unos dos años. Despacio, muy despacio atravesó el claro de hierbas, incluso se paró y miró hacia donde estábamos observándolo junto a un grupo de personas que llevaban allí desde el amanecer y no salían de su asombro. Allí estaba. Plantado. Tranquilo. Nos evaluó y como no suponíamos un problema para él continuó con sus quehaceres.
El lobo deambuló por el claro oliendo aquí y allá. De vez en cuando se agachaba, escarbaba y corría detrás de algo, supongo que de topillos, las hierbas no nos dejaban verlo. Aunque a alguno le pueda sorprender, los lobos también cazan topillos. Para un lobo solitario son un buen recurso alimenticio. Así estuvo un buen rato. Cuando consideró que no le traería más beneficios debió de recordar algo ya que cambió por completo de quehacer yéndose un poco más lejos, hasta cerca de un tronco caído, donde comenzó a escarbar. Era su despensa. De allí sacó un buen trozo de carne. Se tumbó y se dispuso a comerla tranquilamente. Allí tumbado se camuflaba perfectamente y, si no hubiésemos sabido que estaba allí, no nos habríamos dado cuenta de su presencia, como suele pasar muy a menudo.
Lobo tumbado entre las hierbas. Aquí se puede ver lo difícil que es localizarlos.
Muchas veces pasan muy cerca de nosotros y no los vemos.
Los comentarios de todos los que estábamos allí eran de sorpresa. Estaba muy tranquilo y tan cerca. Allí estuvo tumbado unos veinte minutos para después levantarse y continuar valle arriba. Cruzó escobas y brezos con su andar elegante. Lo perdimos en un bosquete de pinos y creímos que allí se encamaría pero al cabo de unos minutos volvió a aparecer y continuó valle arriba hasta llegar a un gran pinar donde desapareció.
Todos los presentes comentaban, en voz baja, la emoción del momento. Para muchos había sido su primer lobo y el impacto que les causó los dejó sin palabras.
Tras ver algunos ciervos y corzos, a media mañana nos fuimos para seguir lo que iba a ser en principio un día de turismo. Recorrimos Villardeciervos. Bajamos hasta el molino de Boya. Paseamos por caminos. Recogimos endrinos y escuchamos al Señor Argimiro contarnos, con ese amor que pone en sus romances, la historia del roble del cementerio de Codesal; pero el tema del día y de los siguientes días fue el lobo.
Traté de hacerles entender que lo que había pasado no pasaba nunca. Que habían tenido una suerte inmensa y que era bastante complicado verlos y, tan cerca, más. Que había gente que venía a la Sierra y no los veía, volvía y tampoco, volvía una tercera vez y tampoco. Intenté que comprendieran lo que suponía ver a un lobo en su espacio natural. Que comprendieran la importancia del animal, de sus costumbres, de su vida. Lo que suponía para la sierra la existencia de los lobos. Fue un buen día aderezado por el avistamiento del lobo. “¡Qué suerte la de aquel día!”. Dicen mis familiares cuando lo recuerdan. “¡No lo sabéis bien!”. Les contestó yo.

1 comentario:

  1. Como siempre muy bien contado sabiendo mantener el interés sobre el texto hasta la última línea. Les puedes decir a tus familiares que yo nunca lo he visto y he salido muchísimas veces a esperarlo. (Quizás lo haya visto tres veces que no puedo confirmar)Algún día me tocará. Saludos.

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