El bosque de Valorio es el bosque por el que paseamos o
hacemos deporte muchos zamoranos. Bosque de unas 80 hectáreas y unos
casi tres kilómetros de longitud situado en la misma ciudad de Zamora que a lo
largo de los siglos ha ido cambiando sus usos. Desde la Edad Media se conoce su aprovechamiento forestal con replantaciones sucesivas hasta que en 1762 se
plantaron los grandes pinos piñoneros que actualmente pueblan el bosque en su
parte central.
Entre 1841 y 1852 se reforesta de nuevo y reacondiciona con
la construcción del gran paseo de entrada, la Casa del Guarda, el
estanque de Los Pinares y la Fuente del León en 1884 siguiendo las
ideas románticas de la época. El bosque va perdiendo extensión a lo largo de
los siglos y en 1927, con la llegada del tren, termina por configurarse su
tamaño actual.
En este bosque hay una gran diversidad de vida que suele
pasar desapercibida para la mayoría de la gente que pasea por sus caminos
(según los datos de J. Alfredo Hernández, amigo y uno de los mayores conocedores del
bosque, por no decir el mayor conocedor, 158 especies de vertebrados lo pueblan). En este bosque me gusta
pasear, sobre todo en invierno, en los días de fuertes heladas que cubren el
verde intenso que lo alfombra.
Un paseo por el bosque puede deparar un buen puñado de
sorpresas que van apareciendo según avanzas entre sus pinos, junto al riachuelo
que lo atraviesa o en sus laderas pero, como sucede en muchas ocasiones, hay
días que ves muy poco y otros, en cambio, los avistamientos se suceden; así me
ocurrió en mi último paseo por el bosque.
La tarde estaba soleada, hacía frío pero el sol era
agradable e iluminaba los verdes, los marrones, los ocres y los grises que
salpican el bosque.
De todas las aves que pude ver en
esa tarde me gustaría destacar algunas de ellas, en primer lugar las tres que
pude disfrutar de la familia de los pájaros carpinteros. Pájaros carpinteros
que están íntimamente ligados a la madera ya que de ella
consiguen alimento y en ella construyen sus nidos. Durante muchos años tuvieron
la mala fama de "secar los árboles", nada más lejos de la
realidad y que, definitivamente, se ha ido corrigiendo en los últimos tiempos.
En primer lugar el más pequeño, el pico menor, un pequeño
habitante del bosque, es el más pequeño de todos los pájaros carpinteros que tenemos en la península ibérica, poco más grande que un gorrión, tan pequeño que pasa totalmente desapercibido en innumerables ocasiones. Tan pequeño que verlo no es nada fácil, es escurridizo y se adapta perfectamente al entorno en el que vive. Lo localicé por el sonido.
Un pequeño repiqueteo sonaba entre los árboles, por el
sonido tan bajo, había muchas probabilidades que fuera un pico menor así es que
me paré y esperé en silencio a ver de donde provenía; pasados unos minutos el
suave repiqueteo volvió lo que me permitió moverme para localizarlo. Después de
hacer varias veces la misma operación localicé al pequeño carpintero.
Allí estaba, picoteando en una fina rama, era un macho que
se movía sin parar. Se adapta perfectamente al tronco del
árbol, sus colores y su pequeño tamaño le hacen pasar casi totalmente
desapercibido.
El pico menor ha bajado
mucho en su población por varias razones, siendo las más importantes la perdida
de su hábitat, la eliminación de troncos caídos y viejos y por malograrse
muchas de sus puestas y polladas como le pasó a la pareja que estuve siguiendo
esta primavera pasada que, después de dos puestas, no consiguieron sacar ningún
pollo.
El siguiente pájaro carpintero que pude ver, siguiendo su
tamaño, fue el pico picapinos que, nuevamente localicé por el sonido de su
repiqueteo en uno de los grandes pinos piñoneros de 253 años que se sitúan en
el centro del bosque.
El pico picapinos golpeaba fuertemente con su peculiar pico
que no tiene totalmente recto, sino que tiene una ligera curva para evitar que
se rompa, de este modo transforma cada golpe que da en el árbol en una
fuerza de empuje.
Pero si golpea tan fuerte, ¿cómo no le repercute en el
cráneo? Esto sucede porque entre el pico y el cráneo está reforzado con un
tejido esponjoso y tiene unos músculos que se tensan en contra del sentido de
los golpes, de tal manera que absorberá la fuerza del impacto.
El siguiente fue el pito real, el más grande de los tres,
que localicé también por el sonido pero esta vez por su fuerte reclamo que
resuena en el bosque.
El pito real es muy territorial y, en esta época,
controla su territorio. Estos pájaros conviven con la misma pareja toda su vida
permaneciendo separados hasta la época de cría en la que se juntan de nuevo.
Al verlo moverse por el tronco del árbol te das cuenta de
que está perfectamente diseñado para vivir en vertical gran parte de su vida,
está perfectamente adaptado, se agarraba al árbol con sus dedos dispuestos dos
a dos, es decir, dos apuntan hacia adelante y dos hacia atrás, para agarrarse
con facilidad, además de la cola tan corta y robusta que apoya contra el tronco
para tener mayor estabilidad, es otro punto de apoyo.
Otro de los habitantes que me encontré fue uno ocasional, el
picogordo que, en invierno, viene al bosque.
Es un ave curiosa, de cabeza voluminosa, pico grande y
fuerte, cuello ancho y cuerpo grueso con alas relativamente cortas que se mueve
cautelosamente de un árbol a otro o al suelo en busca de comida donde recogerá las semillas que pueda encontrar.
En su viejo hueco estaba el cárabo. Mimético. Está pero
parece que no está. Asomado desde su atalaya. Dormido. Tranquilo.
En su
posadero diurno que cambiará en cuanto se acerque la noche, su día, su momento.
Momento que comparte con otro de los habitantes del bosque de Valorio, el búho
chico.
Esa tarde pude disfrutar de más habitantes del bosque de
Valorio como esta preciosa lavandera blanca enlutada.
La noche se adueñaba poco a poco del día y las sombras comenzaban a engrandecerse por momentos, era hora de marchar, de abandonar este precioso bosque hasta otra ocasión en la que podré disfrutar de sus habitantes que seguían moviéndose en el declinar de la tarde; según marchaba iba recapitulando algunos de los habitantes del bosque que había podido disfrutar como el mosquitero común, el colirrojo tizón, algún petirrojo, varios zorzales comunes y alirrojos, una preciosa lavandera cascadeña, los fijos mirlos comunes además de herrerillos y
carboneros comunes, o algún ánade azulón que se movía por el riachuelo, sin olvidarme del pinzón vulgar, el estornino negro y el gorrión común. Todos habitan este precioso y entrañable bosque que muchos
zamoranos llevamos muy dentro de nosotros desde muy pequeños.
En el blog podéis encontrar anteriores entradas sobre el bosque como estas dos que podéis ver pinchando en las siguientes imágenes.
Esta primera habla un poco de la historia y características del bosque.
La segunda es sobre el búho chico y "sus armas".
Espero que los que no las conozcáis las disfrutéis como lo hago yo cuando voy a pasear por sus caminos.