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lunes, 13 de marzo de 2017

Aniversario de Félix Rodríguez de la Fuente.

Es curioso que me haya planteado escribir una nueva entrada sobre el aniversario del nacimiento y muerte de Félix, es curioso porque revisando las que ya he hecho en el blog se da la curiosa circunstancia de que han sido todas en años impares: 2013 y 2015, así es que sin darme cuenta me encuentro haciendo una nueva en este 2017, año en el que el gran Félix hubiera cumplido 89 años.
En los últimos días han surgido programas de televisión y tertulias en las que repasaban su vida y muerte, muerte que se ha visto envuelta en sospechosas coincidencias según algunas teorías pero no quiero hablar de ellas sino de él, del hombre que cambió la manera de pensar, la manera de actuar y, sobre todo, la manera de sentir la naturaleza.
Monumento a Félix en Zamora, en el bosque de Valorio.
El día 14 de marzo se cumplen 37 años de su muerte y, casualmente, también cumpliría 89 años ya que nació y murió el mismo día. Es difícil expresar nuevos sentimientos acerca de lo que supuso para mí, así es que quiero recuperar algunos pasajes de las entradas que hice hace 2 y 4 años, pasajes que siguen actuales, pasajes que escribí con profundos sentimientos y emociones muy internas que me sucedieron cuando era muy pequeño pero que las recuerdo con total nitidez y todavía ahora, mientras escribo estas líneas, se me pone la carne de gallina y se me erizan los pelos al ir recordándolas.
Con Félix murieron otros dos miembros del equipo: Teodoro Roa y Alberto Mariano. Equipo que desapareció. Equipo de "El Hombre y la Tierra". Equipo que perdió a su lider. Equipo que se quedó sin su faro, sin su luz al que seguir, sin su guía. Equipo que nos dejó la serie española más vista en el mundo; serie que ganó grandes premios nacionales e internacionales y que fue aclamada por la crítica pero sobre sobre todo por el público, su público, sus niños. Félix decía que los que mejor le entendían eran los niños y que razón tenía. Esos niños crecimos y seguimos admirándolo, marcó nuestras vidas, marcó nuestra manera de ver la naturaleza.
A finales de los años setenta y principios de los ochenta yo era un pequeño niño inquieto, movido, al que le interesaban todas las cosas que no sabía o no entendía, que se escapaba los viernes por la noche de la cama (no podía despertar a mi hermano que era más pequeño) y se sentaba en el sofá, pegado a la televisión, esperando ansioso a que empezara aquella música que le erizaba los pelos en cuanto comenzaba a sonar, un mundo nuevo se abría ante sus ojos. Un mundo maravilloso. Un mundo lleno de situaciones espectaculares, tiernas, dramáticas, divertidas. Un mundo que estaba allí fuera, al lado de nuestra casa, en nuestros campos. Un mundo fascinante.
Los capítulos de "El Hombre y la Tierra" marcaron a una generación de niños que mirábamos fascinados, intrigados, extasiados la naturaleza más cercana, la que nos rodeaba. El embrujo de aquellos capítulos todavía me recorre la sangre (tengo todos y los veo de vez en cuando); incluso en estos días que los están volviendo a poner en la televisión me cabreo porque no puedo llegar a verlos ya que a la hora de emisión o estoy trabajando o llego al final del capítulo y, aunque solamente sean unos segundos, me siento en el sofá y siento el mismo cosquilleo que sentía hace tantos años, el mismo cosquilleo que sentía cuando era tan pequeño y los veía por primera vez.
Aquel hombre nos enseñó la naturaleza con sus cosas buenas y malas, con sus maravillas y sus problemas, con sus alegrías y sus miserias. Nos enseñó a conocerla, apreciarla y respetarla. Nos enseñó que teníamos que intentar protegerla. Nos mostró animales que podían desaparecer y porqué no debían de dejar de existir. Nos mostró el camino a toda una generación de niños. Nos enseñó a valorarla y respetarla. Soy uno de esos niños. Me considero un niño de la generación de Félix.
Recuerdo cuando murió. El impacto que supuso fue tremendo. Me enteré de su muerte en la calle. Había salido del colegio y en el escaparate de una tienda vi una noticia en un periódico que me heló la sangre. Había muerto Félix. El hombre que me había enseñado la naturaleza. Una fotografía con una avioneta estrellada acompañaba la noticia. Era cierto, y una gran lágrima se me escapó en plena calle. Miré a mi madre y me lo corroboró con la mirada y un asentimiento de cabeza que no dejaba lugar a dudas. Había muerto el defensor de los animales.
Muchos de esos niños que mirábamos fascinados la televisión dedicaron su vida a la naturaleza, ya fuera de forma profesional o como una maravillosa afición. Si algo consiguió Félix Rodríguez de la Fuente fue que conociéramos, valoráramos, apreciáramos y respetáramos la naturaleza más cercana, la que está en nuestros campos, en nuestras tierras. Algo que hecho en falta en nuestros días. Algo que no se lleva. Algo que se está cortando de raíz. Algo que, como profesor (aunque no doy biología) o monitor, intento que conozcan mis alumnos. Algo que, por desgracia, se está perdiendo; estamos teniendo una involución en la educación ambiental que comenzó a surgir en los años setenta; se eliminan programas educativos relacionados con la educación ambiental, se la menosprecia (si la educación está mal, la ambiental está en la cola), nuestras administraciones no invierten en ella y lo que es peor, no pretenden invertir, sin darse cuenta que es un tema básico en nuestra existencia y que hay que hacerlo desde la infancia.
También echo en falta programas en televisión que atraigan a los niños, que les absorban, que les fascinen. Hecho en falta programas de nuestra fauna. Evidentemente hay documentales de naturaleza pero son todos relativos a lugares lejanos, a leones, hienas, guepardos, osos polares o ballenas. Programas que están muy bien pero ¿nuestros niños saben lo que es un milano, o un roble, o un corzo, o que a los ciervos se le caen las cuernas o como influye la desaparición de cierta especie o por qué son importantes las aves? Por ahí se debe empezar. Por temas cercanos. Por temas que nos rodean porque lo primero que hay que aprender es lo que tenemos a nuestro alcance.
Hace unos días, en uno de nuestros paseos, me acerqué con mi hija (de casi tres años) al bosque de Valorio y la llevé hasta el monumento a Félix. Al llegar le enseñé el animal de su izquierda: "un lobo" me dijo contenta, el de la derecha, "un ciervo", me contestó haciendo como que berreaba. "Y ete señó", me preguntó. "Este es Félix. El que enseñó a papá a querer a los animales". Este es tu legado Félix. El que yo y muchos como yo les enseñemos a nuestros hijos lo que tu nos enseñaste: a conocer, querer, valorar y respetar la naturaleza que nos rodea. Siempre te estaremos agradecidos. Gracias Félix.

2 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, la televisión está haciendo mucho daño a los nuevos amantes de la naturaleza, tienen que conformarse con ver "Jara y Sedal" ¡vaya vergüenza para un país! Además desprecian a los discípulos de Felix, es el caso de Luis Miguel Domínguez.
    Yo lo veo por mis alumnos, no saben distinguir un chopo de un roble, y no digamos las especies de aves. También tiene algo que ver el mundo en el que vivimos, y que nos debiera hacer reflexionar, los jóvenes de ahora tienen muchos más estímulos tecnológicos y mucho más fuertes y adictivos, que los que teníamos nosotros. Estos no les dejan ver el maravilloso mundo natural que les rodea.
    ¿cómo lo van a proteger, si no lo conocen?

    Trataremos de revertir esta situación aportando nuestro humilde granito de arena.

    Un Saludo José


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    1. Hola J.Alberto. Creo que me entiendes perfectamente, entiendes mis sentimientos porque seguramente fueran muy parecidos a los tuyos. Es cierto que los chavales tienen muchos más estímulos y es muy difícil pero a lo mejor habría que utilizarlos para atraerlos...es un tema complicado. Muchas gracias por tu comentario y un saludo.

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