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lunes, 25 de febrero de 2019

Un anillador y muchos ojos...

Las gaviotas sombrías son de las consideradas gaviotas “grandes” que consiguen su plumaje de adulto a los cuatro años de edad. Es una gaviota cuyo “plumaje definitivo es completamente blanco en las regiones ventrales y de un intenso color gris en las dorsales, en tanto que las patas y el pico resultan de un vivo color amarillo, al igual que el iris, que luce un anillo ocular rojo…Realizan tres mudas en sucesivos veranos, hasta alcanzar en su cuarto año de vida un plumaje prácticamente idéntico al del adulto, con ligeras diferencias que desaparecerán tras la muda del año siguiente.” (SeoBirdLife).
Una de estas gaviotas sombrías es la S.ABN que, desde su primer año de vida, se ha desplazado hasta nuestra tierra en su migración invernal. 
Una anilla es como si fuera el DNI del ave que la lleva. Esa anilla llevará un número y un remite nacional que servirá para saber todos los datos de esa ave. Pero no solamente es importante anillar al ave sino que es tan importante o más, intentar seguir sus evoluciones, es decir, saber a dónde va, qué distancia recorre, cuáles son sus rutas y eso se hace mediante la comunicación de todos aquellos que la ven en un lugar, leen la anilla y lo comunican. Con la documentación de esos avistamientos se pueden saber sus rutas migratorias, su longevidad o sus desplazamientos.
Esto es lo que ha sucedido con esta gaviota sombría. Cada vez que ha sido vista se le ha comunicado a su anillador que, muy amablemente, siempre contesta de forma rápida y eficiente (algo que es de agradecer). Cada avistamiento comunicado supone para él una serie de datos que van dando forma a la vida de la gaviota que anilló. Poco a poco irá conociendo su ruta migratoria y conformará un mapa de datos que crecerán con cada comunicación.
El hecho de estar anillada y venir al mismo lugar desde que realizó la primera migración me ha permitido seguirla y tener todas las mudas que ha realizado hasta su plumaje actual, plumaje en su cuarto año de vida pero, vayamos por partes, y empecemos por el principio.
10-julio-2015: anillamiento en Zaandammerpolder (Holanda).
Juvenil y primer año de vida: esta gaviota sombría nació en Holanda y fue anillada como pollo el 10 de julio de 2015 por Kees Camphuysen. El 4 de febrero de 2016 fue vista por Miguel Rodríguez, gran ornitólogo y futuro magnífico biólogo en el vertedero de Gomecello (Salamanca) donde desde hace varios años controla los movimientos de todas las aves que por allí pasan, elaborando un exhaustivo y magnífico trabajo de recopilación de datos y avistamientos de diferentes y raras especies de gaviotas. En este lugar permaneció hasta el 1 de abril.
19-marzo-2016: Gomecello (Salamanca).
1-noviembre-2016: le Sable d' Olonne (Francia).
7-diciembre-2016: Gomecello (Salamanca).
Segundo año de vida: su siguiente observación es Holanda a la que volvió a pasar el verano y donde todavía se le vio el 12 de octubre de 2016. Quince días después había comenzado, nuevamente, su viaje de invernada hacia el sur y fue vista en Les Sables (Francia) donde haría un alto en el camino para descansar y alimentarse para así alcanzar el 14 de noviembre su lugar de invernada, otra vez Gomecello (Salamanca) donde Miguel Rodríguez la estuvo controlando hasta el 10 de febrero de 2017 en el que se mueve y viene hasta Zamora, donde la veo en febrero y marzo de 2017.
19-noviembre-2016: Gomecello (Salamanca).
28-febrero-2017: Río Duero (Zamora).
Tercer año de vida: volvió a Holanda, donde pasó el verano. Se la vuelve a ver en un nuevo viaje hacia el sur desde su lugar de nacimiento; el 9 de noviembre de 2017 en la playa de San Lorenzo (Gijón) por Iván Díaz para, 9 días después, regresar a Gomecello.
Ha sido fiel a su lugar de invernada. Ha vuelto a Salamanca y Zamora donde la pude ver en diciembre de 2017; Miguel Rodríguez la puede controlar hasta finales de febrero de 2018 moviéndose entre entre los vertederos de las dos ciudades. Termina su invernada y vuelve a Holanda, donde se la ve hasta el 19 de octubre.
9-noviembre-2017: Playa de San Lorenzo (Gijón).
18-noviembre-2017: Gomecello (Salamanca).
16-diciembre-2017: Río Duero (Zamora).
Cuarto año de vida: entramos en su cuarto año. En octubre de 2018 continúa en Holanda pero, fiel a sus costumbres, vuelve a aparecer en Zamora donde la veo entre diciembre de 2018 y febrero de 2019.
10-octubre-2018: Katwijk (Holanda).
9-febrero-2019: vertedero de Zamora.
Como se puede ver su movimiento de migración sigue el mismo patrón año tras año. En Holanda pasa desde aproximadamente abril hasta mediados de octubre donde comienza su viaje al sur, pasando (en su ida o vuelta) por Las Landas en Francia y Gijón (Asturias) para recalar en Salmanca y Zamora donde permanecerá hasta marzo-abril que nuevamente iniciará el camino de vuelta hasta Holanda.
También se puede comprobar perfectamente la evolución de su plumaje desde el juvenil hasta casi adulto en su cuarto año de vida e incluso ver su estado físico ya que la pude ver el 31 de diciembre de 2018 con una gran cojera, prácticamente no apoyaba la pata izquierda y, el 9 de febrero, seguía coja pero bastante menos. Esperemos que su historial siga creciendo y el invierno próximo vuelva a recalar entre nosotros.
Esta es la historia de la gaviota sombría S.ABN. Historia que sería imposible recrear sin la inestimable colaboración de todos aquellos que la ven, a ellos va dedicada esta entrada y a su anillador, Kees Camphuysen, al cual quiero agradecer su amabilidad y predisposición en todo momento.

sábado, 9 de febrero de 2019

Y la loba los movió...

Hay momentos que te regala la naturaleza que recordarás toda la vida y este que voy a contar es uno de ellos. Todo comenzó una agradable mañana en la que el viento del norte arreciaba y la sensación de frío se hacía patente. Guantes, gorro y braga eran indispensables cuando las primeras luces comenzaban a iluminar el gran valle de la sierra. Los ciervos no se hicieron esperar moviéndose lentamente entre los brezos y las altas hierbas que se movían suavemente como mecidas por la caricia del viento mientras, varios corzos, comían plácidamente.
Al poco de comenzar la búsqueda aparecieron. Cuatro preciosos cachorros de lobo ibérico subieron a unas rocas en las que la rojiza luz de la mañana los iluminaba mostrando toda su belleza. Allí estaban. Quietos. Observando el valle que se abría ante ellos. Tenían entre cuatro y cinco meses. Estaban muy grandes pero, quizás, lo que más destacaría de ellos  sería su osadía y desparpajo para moverse por una parte de su territorio en un constante descubrimiento del lugar en el que han nacido y, poco a poco, van conociendo.
Bajaron de las rocas. Atravesaron el brezal y llegaron a un camino, siempre es mejor andar por caminos ya que gastarán menos energía y, la energía, en un lobo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Avanzaban a buen ritmo pero eso no quitaba que de vez en cuando se pararan a jugar, a revolcarse unos encima de otros o a perseguirse. Subieron valle arriba hasta que llegaron a otro camino y allí apareció un adulto que no había visto en ningún momento y, estoy absolutamente seguro, que iba con ellos, vigilándolos, controlando sus movimientos.
¿Por qué se dejaba ver ahora? Pronto lo supe ya que, no muy lejos, tras una curva que yo no veía, apareció una señora andando. El lobo adulto, la niñera de los cuatro cachorros surgió del brezal y, acto seguido, los cuatro pequeños se ocultaron entre los brezos, quedando dos a un lado del camino y los otros dos al otro lado.
La señora caminaba tranquilamente en su paseo matutino sin ni siquiera imaginar que iba a pasar entre cinco lobos. Avanzó y llegó a la altura de los lobos que no se movieron, solamente la observaban ocultos en la espesura del brezal. La mujer pasó entre ellos sin enterarse de nada. Continuó su camino. Los cachorros no se movieron hasta que el adulto no salió al medio del camino y comprobó que el peligro había pasado, tras lo cual volvieron a juntarse para continuar su exploración y el adulto volvió a desaparecer.
Después de una hora y media de juegos y carreras tocaba volver e hicieron el mismo trayecto pero en sentido inverso hasta las rocas en los que los había visto a primera hora de la mañana. Dos lobos adultos aparecieron detrás de ellos, dos lobos grandes y fuertes que les iban vigilando a cierta distancia. Todos se juntaron y desaparecieron.
Me podía dar por contento pero, lo que hubiera sido un gran día, se convirtió en un día memorable. Después de más de una hora sin que volvieran a aparecer, un lobo adulto surgió de la espesura del brezal y detrás de él uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…¡ocho preciosos cachorros! que caminaban en fila india detrás del lobo que, seguramente, fuera su madre. Los estaba moviendo. Estaba trasladando a toda la camada desde su lugar de encame hasta un nuevo espacio en el que se sintiera más segura.
Iban a buen ritmo. La loba caminaba rápido, a buen paso, paso que seguían sin problema los cuatro cachorros que había visto desde el amanecer pero que otros cuatro cachorros, mucho más pequeños, les costaba seguir, sobre todo a uno que se quedaba demasiado rezagado y le costaba más avanzar. Cuando se iban quedando atrás, la loba aminoraba la marcha e incluso se paraba y miraba hasta que todos los cachorros llegaban a su altura o se volvía hacia los últimos, los más pequeños, metiéndoles prisa con pequeños toques del hocico en sus cuartos traseros para que aceleraran. Quería llegar cuanto antes a su nuevo destino, a su nueva ubicación.
Cuando mueven de esta forma a los cachorros suele ser la madre la que dirige toda la operación pero acompañada por algún otro adulto que irá un poco más rezagado como así iban otros dos lobos adultos que pareciera les cubrían las espaldas; en ningún momento se les acercaron, simplemente les acompañaban desde la distancia.
La loba avanzaba a buen ritmo en una maravillosa fila india que buscaba la protección de otro encame. Cuando una loba se siente amenazada mueve inmediatamente a sus cachorros pero hay veces que los mueven, simplemente, para enseñarles otra parte de su territorio.
La larga fila avanzó entre brezos y carqueisas hasta lo más espeso de un enorme brezal en el que se ocultaron a los ojos del mundo. Desaparecieron mientras una gran sonrisa iluminaba mi cara ante la maravilla que había presenciado en más de dos horas y media disfrutando del lobo ibérico, animal mítico, odiado, amado, animal que no admite medias tintas, o lo amas o lo odias.
La mañana terminaba. Inicié el camino de vuelta pero, el día no dejaría de sorprenderme, según me dirigía a casa, otro lobo cruzó delante mío ante mi más absoluta incredulidad. Había pasado a escasos metros, a buen trote, al trote lobero con el que recorre grandes distancias y que me mostró en todo su esplendor y elegancia así como su desparparjo y curiosidad ya que se paró tranquilo, se giró lentamente y me miró con sus preciosos e inquietantes ojos de color miel que se te clavan en la mente y que es imposible dejar de mirar hasta que él retire la mirada. Fueron unos segundos que hicieron que el tiempo se detuviera hasta que continuó su camino. Llegué a casa y comencé a escribir estas líneas para guardar para siempre esta increíble observación que quedará grabada, sin lugar a dudas, en mi mente, de donde surgirá cada cierto tiempo para poder contarla y seguir sonriendo.