8:15h. Llego al trabajo. Salgo del coche. Cojo cartera, libros y cazadora. Cierro el coche. Guardo las llaves y comienzo a cruzar la carretera. En ese instante una razón inexplicable me hace mirar hacia arriba. Hacia el gran muro del edificio al que voy a entrar. Todo sucede a una velocidad de vértigo, casi a la misma a la que vuelvo al coche, tiro todo en el asiento y saco la cámara para ver si consigo alguna foto.
Ante mis ojos un cernícalo vulgar acaba de lanzarse como un pequeño proyectil sobre un vencejo que intentaba huir del fiero ataque introduciéndose en el interior del pequeño agujero que utiliza como nido en el inmenso muro del edificio. Lo ha capturado justo al introducirse en el agujero. Lo tiene pero no lo puede sacar. El vencejo lucha por su vida.
Ante mis ojos un cernícalo vulgar acaba de lanzarse como un pequeño proyectil sobre un vencejo que intentaba huir del fiero ataque introduciéndose en el interior del pequeño agujero que utiliza como nido en el inmenso muro del edificio. Lo ha capturado justo al introducirse en el agujero. Lo tiene pero no lo puede sacar. El vencejo lucha por su vida.
La escena es tremenda. El cernícalo no suelta a su presa.
Se apoya en el muro con las alas, hace fuerza para tirar del vencejo que
intenta, desesperadamente, no dejarse arrastrar al exterior.
Aparece una larga ala del vencejo. Lo tiene. Parece que
el cernícalo va a ganar pero el vencejo va a vender cara su vida y, en un
enorme esfuerzo, consigue volver a meterla dentro del agujero. El cernícalo
introduce la cabeza para tirar con más fuerza y ahínco. Es su presa y no va a
dejar que se le escape.
Los minutos pasan y la batalla continúa ante mi atónita
mirada y la de los transeúntes que pasan junto a mi y me miran como si fuera un
extraterrestre: “¿pero que hace este? ¿a qué le hace fotos a estas horas?”.
Llevan casi un cuarto de hora de batalla. El cernícalo no
lo suelta. El vencejo no deja que lo saquen de su pequeño agujero. Así es la
naturaleza. Cruel y hermosa. Dura y maravillosa. Unos mueren otros viven. Unos cazan
otros son cazados. Unos mueren para que otros vivan.
Pasan los minutos y el forcejeo va remitiendo. Están cansados.
Exhaustos. El cernícalo no lo suelta y el vencejo lucha. Vuelve a aparecer el ala
del vencejo. Lo va a sacar definitivamente. El cernícalo va a ganar. Va a
conseguir su premio.
Cuando todo parece decidido a favor del cernícalo…se va. Vuela
del pequeño agujero al alero del edificio. Lo suelta. Lo deja. El ala del
vencejo asoma inerte. Pasados unos minutos se mueve y la introduce en el
agujero. Desaparece en el fondo del nido que le servirá de protección o de
tumba. El vencejo tiene que estar tocado, muy tocado. Se ve la punta del ala. No
se mueve. Tengo que entrar a trabajar. ¿Sobrevivirá?
Han pasado tres horas y media. Vuelvo a salir. Cojo la
cámara y enfoco el agujero. No se ve el ala. ¿Habrá sobrevivido? ¿Habrá muerto
allí dentro? Nunca lo sabré. Nunca sabré qué pasó con el pobre vencejo que
luchó por su vida en un pequeño y oscuro agujero.
¿Y el cernícalo? Sigue por la zona. Sabe como cazarlos. Como
conseguir una buena presa. Está apostado en los tejados de la otra parte del
edificio. Es una buena zona para cazar. Es una zona, un edificio, al que otros
cazadores acuden en busca de presas. No es raro encontrar un halcón peregrino
que persigue a las palomas dando cuenta de alguna de ellas cada cierto tiempo o
localizar a algún miembro de la pareja de mochuelos que vive en estos tejados
con una lagartija, un saltamontes o un pequeño ratoncillo que trae hasta el
hueco de la teja en la que sus pequeños le esperan hambrientos.
Cazadores y presas. Presas y cazadores. Todos conviven en
el mismo espacio. En el mismo terreno. En el mismo edificio en el que vencejos,
gorriones, palomas, salamanquesas, lagartijas, mochuelos, cernícalos, cigüeñas
o halcones pasan sus vidas al igual que pasa el tiempo por el viejo edificio
centenario en la bella ciudad de Toro.