jueves, 25 de mayo de 2017

Siete lobos…

Hacía mucho tiempo que no contaba ninguna historia de lobos en el blog así es que voy a contar una de las últimas observaciones que he tenido de este magnífico animal en la que pudimos disfrutar de un grupo de lobos en una época muy poco propicia para verlos en grupo.
La mañana estaba muy complicada. Una espesa niebla cubría por completo la sierra. Niebla muy baja que no hacía presagiar nada bueno. Había amanecido hacía más de una hora y no se veía absolutamente nada. La resignación empezaba a estar presente en nuestras cabezas, el día no tenía buena pinta pero, como cuando le das la vuelta a una tortilla, cambió.
Lo que más frío nos haría pasar fue lo que nos arregló la mañana, el viento comenzó a soplar helador y la espesa capa de niebla se empezó a desplazar como cuando retiras una gruesa manta de la cama. La niebla desapareció como por arte de magia y la sierra se abrió esplendida ante nuestros ojos. Los colores brillaban con una intensidad desmedida que nos hizo rápidamente ponernos a mirar y a buscar al tan ansiado animal.
El viento que había levantado la niebla acrecentaba la sensación de frío que se metía hasta las entrañas. El tiempo pasaba y no aparecían. Grupos de ciervos deambulaban por el matorral y según avanzaba la mañana se movían hacia sus lugares de encame, un corzo comía tranquilamente y un solitario zorro prospectaba el terreno en un movimiento constante.
La mañana pasaba y el lobo no aparecía, algo que suele pasar en la mayoría de las veces en las que lo buscas pero, con el lobo, nunca se sabe; es imprevisible y, aunque se suele decir que se mueve al anochecer y al amanecer, en esta época del año podría aparecer a cualquier hora del día.
Bien entrada la mañana me acerqué a mi compañera y le dije: “Busca ahí que yo busco aquí”, le comenté esperanzado. Segundos después me dijo muy nerviosa: “creo que he visto algo”. “¿Dónde?”. Le pregunté acercándome a su telescopio. Miré. Busqué. Esperé y…¡ahí estaban!
Se veían muy mal. Avanzaban entre el brezal tapados por el bosquete de robles que estaban cruzando. Estaban ahí. Metidos en el robledal. Había que localizarlos cuando salieran de él…si salían.
Rápidamente nos pusimos a buscar por las zonas que podían salir. La tensión y el nerviosismo se palpaban en el aire. Aunque lo hayas visto en muchas ocasiones cuando se escucha la palabra “lobo” un escalofrío recorre todo tu cuerpo y tus sentidos se ponen en alerta máxima, como así sucedió.
Unas ciervas salieron corriendo del bosquete de robles, señal inequívoca de que allí estaban. Corrieron unos metros y se pararon. Se giraron. Estiraron su cuellos, levantaron las orejas y permanecieron en alerta. Había que seguir a donde miraban, los lobos estaban allí dentro.
Pasados unos minutos, por un lateral del bosquete, apareció un lobo. Se asomó y observó a las ciervas que no le quitaban ojo. El lobo se volvió y se perdió tras unas rocas. ¿Se habrían quedado allí?
Los minutos pasaban muy lentamente y nuestros ojos escudriñaban el brezal que rodeaba a los robles, podían salir por cualquier lado, podían quedarse allí o salir y que, como fantasmas, pasaran delante de nuestras narices y no fuéramos capaces de verlos pero no…pasados unos interminables minutos un lobo salió de entre los robles y otro y otro y uno más…iban en fila…1,2,3,4…7 preciosos lobos caminaban uno detrás de otro, sin prisa pero sin pausa.
Las fotos de esta entrada son representativas del momento.
Su avance era seguro y decidido. Estaba todo el grupo junto, algo muy inusual en esta época del año ya que la pareja reproductora debía de estar separada e incluso la hembra ya podría estar preñada pero no, estaban todos juntos y avanzaban espectaculares por la sierra.
El grupo avanzaba de derecha a izquierda. Según su comportamiento y aspecto podías saber quién era quién en el grupo, aunque lo de su aspecto, en muchas ocasiones es muy engañoso ya que puedes estar viendo a un macho y es una hembra o al revés pero, en este caso, tanto su comportamiento como su manera de marcar y moverse nos permitió saber quién era quién en el grupo.
El lobo dominante era un lobo grande, oscuro, muy oscuro, destacaba de todos por su corpulencia, color y manera de comportarse; la cola recta y la actitud sumisa del resto cuando se le acercaba nos indicaba quién era, era el macho dominante que marcó en varios puntos. Era un lobo fuerte y poderoso que dirigía el avance desde la retaguardia.
Otros dos eran los cachorros del año. Eran más finos, con un color más uniforme y su comportamiento los delataba. Jugaban. Se quedaban rezagados persiguiéndose, tumbándose y echándose uno encima del otro. Cada vez que se quedaban para atrás uno de los otros lobos se les acercaba y les regañaba mordiéndoles en los cuartos traseros para que arrearan con el grupo. Ese lobo que les apremiaba parecía un subadulto al igual que otro de ellos y el último era, al contrario que el lobo oscuro, un lobo muy claro, parecía mas corpulento que los dos subadultos; había muchas posibilidades de que fuera la hembra reproductora del grupo (hembra era ya que la vimos marcar en un punto del recorrido).
Agradezco a Fernando García prestármelas para ilustrar esta entrada.
Les seguimos en un avance de más de cinco kilómetros. Iban a buen ritmo, sin casi parar en ningún momento, sólo cuando los dos más jóvenes se rezagaban o el macho reproductor lo ordenaba. Según avanzaban, los ciervos salían corriendo despavoridos de sus encames. Corrían unos 50 metros y se paraban, se giraban y controlaban a los lobos hasta que se perdían entre el brezal.
Avanzaban a buen ritmo, siempre en grupo, no paraban salvo que uno de los cachorros del año se parara como así hizo en una ocasión uno de ellos que se paró y comenzó a revolcarse, panza arriba, en algo que le estaba resultando muy entretenido. A veces, los lobos (al igual que muchos perros) se revuelcan en excrementos de otros animales o restos para esconder su olor, quizás, aparte de jugar, este cachorro del año, estaría haciendo eso de una forma innata hasta que uno de los otros lobos llegó, le dio con el morro y lo apremió a que volviera al grupo.
Cruzaron caminos, campos, brezales hasta que se perdieron. Era casi la hora de comer. Habíamos estado prácticamente dos horas siguiéndolos. Viendo su comportamiento. Disfrutando de como avanza un grupo de lobos. Donde iba cada uno. Que hacían en el grupo. Quién mandaba y quién obedecía. Quién era un cachorro del año y quién no. Fue una auténtica lección de campo de como se mueven y avanzan un grupo de lobos en la sierra.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Tiempo de reproducción en el río Duero.

En pleno mes de mayo nos encontramos con muchos de los habitantes del río Duero a su paso por Zamora en plena temporada de cría, en el proceso de cortejo o con labores propias de la realización de sus nidos. Estos habitantes habituales del río o temporales se encuentran enfrascados en el cuidado de sus pequeños, en el cuidado de su puesta, en pleno proceso de cortejo o haciendo labores propias de construcción o arreglo de sus nidos.
Como he comentado en numerosas entradas en el río Duero, a su paso por Zamora, nos encontramos con una amplia variedad de especies que viven en él; quiero centrarme en esta entrada en algunos de estos habitantes y que hacen, en estos momentos, en relación a sus labores reproductivas.
Uno de los habitantes más bellos y espectaculares que nos podemos encontrar es el martín pescador. Pequeña flecha azul metálica que actualmente está criando a sus pequeños y que se le ve entrar, en sus nidos excavados en taludes, con pequeños peces o anfibios para alimentar a su prole que le espera al final del túnel, en una pequeña cámara subterránea, donde irán creciendo rápidamente.
Otro de los habitantes temporales del río es el abejaruco, el ave de los mil colores, el ave que lleva en su cuerpo la paleta de colores de un pintor. Ave que llegó hace, aproximadamente, un mes, procedente de África y, que en estos momentos, se encuentra en pleno proceso de construcción de sus nidos. Nidos que excava, como vemos en la siguiente imagen, con su pico y va sacando la tierra del túnel con un movimiento rápido de sus patas, lanzándola al exterior formando pequeños montículos de acumulación de arena según va cayendo.
Pollada de ánade azulón.
Garzas reales, azulones, lavanderas blancas, gorriones molineros, pitos reales o golondrinas ya tienen a sus pequeños, algunos muy crecidos, que crían con dedicación y esfuerzo mientras observan las evoluciones de un macho de avetorillo que se afana en conquistar, desde una orilla del río, a su amada que se encuentra en la otra orilla.
Macho de avetorillo.
El macho de avetorillo observa a la hembra que no quita ojo de como el macho se estira, se mueve inquieto, hace poses imposibles sobre los juncos, pesca un gran pez o canta sin parar hasta bien entrada la mañana. La hembra cruza el río en varias ocasiones bajo la atenta mirada del macho que se mueve intranquilo y expectante. La base rojiza de su pico indica claramente su estado de excitación. En pocos días, cuando los carrizos crezcan un poco más, el macho construirá varios nidos, eligiendo uno de ellos la hembra en el que criará a sus pequeños.
Hembra de avetorillo.
Águila calzada.
Gallineta empollando en el nido.
Águila calzada, milano negro, avión zapador o gallineta se encuentran en diferentes procesos de su cría. Mientras unos ya tienen a sus pequeños otros se afanan en quehaceres de cortejo, empollan en el nido o reestructuran su hogar, como el pájaro moscón que ha terminado su obra de arte y comienza la cría. 
Pájaro moscón.
Las orillas e islas del río son un hervidero de movimiento en busca de alimento para cebar a sus crías, búsqueda de pareja o construcción elaborada o desenfrenada de sus nidos. El río es vida. Los habitantes del río están en pleno proceso: herrerillos, jilgueros, mirlos, carboneros, colirrojos, pico menor, picapinos o cigüeña blanca también crían y criarán y el río se convertirá en un canto a la vida, en un lugar en el que nuevas generaciones seguirán poblando nuestro amado y querido río Duero a su paso por Zamora ciudad.

sábado, 13 de mayo de 2017

Desperzándose de la tormenta

La tormenta acababa de terminar. La lluvia había cesado pero quedaba un poco de viento y la humedad se notaba en el ambiente. Los animales comenzaban a asomar. Los conejos asomaban de sus agujeros y un par de liebres se perseguían inquietas por la pradera cuando un bulto grande llamó mi atención.
Lo normal es que fuera un cernícalo, una paloma, un cuervo, una corneja o un halcón pero esto era más grande de lo normal así es que me acerqué con mucho cuidado. Mi sorpresa fue mayúscula…¡era un búho campestre!
Nunca los había visto subido en un cable. Siempre me los había encontrado en el suelo, sobre un terraplén o un montón de piedras, entre hierbas o volando; nunca lo había visto ahí, en un cable. Me acerqué un poco más.
El precioso búho campestre se desperezó y movió todo su cuerpo sacudiéndose sus preciosas e inmaculadas plumas. El agua que hubiera podido quedar en su exterior salió volando en todas direcciones en forma de pequeñas gotas que huían del movimiento del búho que tembló de abajo arriba en un contoneo espasmódico que hizo moverse a todas sus preciosas plumas.
Plumas que son básicas para poder volar si ruido alguno. Plumas que están aserradas en los extremos para amortiguar el sonido que producen al chocar entre ellas así como su disposición especial que hace que el aire fluya entre ellas y no provoque ningún sonido por rozamiento.
Plumas que le dan un color marrón, rojizo, pardo, blanco, leonado que le hace camuflarse perfectamente entre la vegetación de la estepa. Un color que le camufla como a un fantasma cuando se encuentra en el suelo entre hierbas o arbustos.
Plumas que varían de color de unos ejemplares a otros, haciendo que unos sean mas blancos, otros más tipo leonados o más oscuros. Plumas que en su disco facial son blancas o amarillas sucias; disco facial de plumas rígidas que hacen la función de antena parabólica dirigiendo el sonido que puedan detectar hacia el oído que tiene recubierto de otras pequeñas plumas marrones que levantan cuando están nerviosos o alterados.
Sobre su pico tiene otras pequeñas plumas rígidas que utilizan como el tacto para, por ejemplo, al tocar la carne para dar de comer a sus pollos, les sirven para controlar las distancias y saber que hacer.
Ahí estaba, sobre el cable, observando. Sus grandes ojos amarillos prospectaban alrededor y su especializado sistema de escucha estaría detectando cualquier sonido. Me ignoraba por completo. Se estaba desperezando y yo no suponía ningún problema para él.
Ahí subido me mostró sus poderosas garras. Garras largas y potentes con las que se agarraba fuertemente al cable y que son un elemento letal en la caza. Garras que son la finalización de unas poderosas y potentes patas recubiertas de plumas blanco amarillentas.
Se volvió a sacudir y levantó el vuelo. Un vuelo silencioso y limpio que le llevó a comenzar un vuelo de reconocimiento en busca de posibles presas. El búho campestre, la más diurna de nuestras rapaces nocturnas, voló alrededor y se perdió en la estepa castellana.

lunes, 1 de mayo de 2017

Correlimos pectoral en Villafáfila.

La mañana estaba siendo excelente y muy agradable. No hacía frío y, en compañía de mi amigo Fernando García, habíamos visto un buen ramillete de aves interesantes (sólo con ellas tendría una entrada muy curiosa) pero lo más espectacular y sorprendente nos quedó para el final que es por donde voy a empezar esta entrada.
Nos encontrábamos en el centro de interpretación observando a los espectaculares combatientes en plumaje nupcial cuando un ejemplar me llamó la atención. No lo veíamos bien porque estábamos en un gran contraluz pero le comenté a mi amigo Fernando que me parecía un correlimos pectoral.
Nunca había visto uno pero me sonaba que podría ser, así es que decidimos cambiar de camino y ponernos con mejor luz para ver si lo podíamos observar mejor. Llegamos y seguía con la mosca detrás de la oreja, estaba casi seguro pero…había que confirmarlo ya que mi inexperiencia con esta especie era total. Rápidamente, vía wasap, Alfonso Rodrigo confirmó mis sospechas y una amplia sonrisa se dibujó en mi cara.
Se dio la casualidad que nos juntamos con un grupo de excelentes pajareros gallegos: Ricardo Hevia, Antonio Gutiérrez, Pablo Gutiérrez y David M. Lago que también lo habían visto desde otro punto diferente.
El correlimos pectoral se movía tranquilamente por la orilla alimentándose sin prisa pero sin pausa. Pudimos observarle a placer y ver sus características principales: el estriado del pecho (de ahí su nombre), sus patas claritas de color oliva o el dorso de tipo escamoso con plumas negras y los bordes rojizos.
Resulta que esta preciosa ave es capaz de recorrer miles de kilómetros ya que cría en el noroeste de Siberia o Alaska pero inverna en Sudamérica, Australia o Nueva Zelanda. Es un ave viajera como demostraron: “Bart Kempenaers y Mihai Valcu, del Instituto Max Planck de Ornitología en Seewiesen (Alemania), colocaron sistemas de seguimiento a las aves para seguir sus movimientos. Así descubrieron que, después de recorrer cerca de 14.000 kilómetros desde sus refugios invernales en América del Sur, pudieron continuar volando, viajando de un lugar a otro para encontrar hembras receptivas. La distancia media recorrida por cada uno de estos animales era de 3.000 kilómetros, pero el récord superó los 13.000” (fuente: el país)
Actualmente no está incluido en el listado de aves raras de España pero lo estuvo hasta que el año 2015 fue su último año de inclusión en dicha lista. Es un ave preciosa que por aquí es una rareza total que pudimos disfrutar plenamente.
Las siguientes estrellas del día fueron los 7 correlimos de Temminck que pudimos observar o 2 vuelvepiedras (verlos por aquí es bastante escaso) sin olvidarnos de los espectaculares combatientes en plumaje nupcial o los correlimos zarapitín, correlimos tridáctilo, archibebe oscuro y claro, andarríos bastardo, búho campestre, abejarucos, águila calzada y así hasta una larga lista pero, la estrella del día ,fue el precioso correlimos pectoral.
Un gran día...