martes, 28 de junio de 2011

El instinto.

El instinto maternal y de defensa de sus crías está muy arraigado entre los animales. Es prácticamente imposible encontrar algún animal salvaje que no intente defender a sus crías o cachorros haciendo todo lo que pueda para evitar que sufran algún percance.
Hace pocos días fui a Villafáfila a dar una vuelta y allí, en la carretera que va desde Otero de Sariegos hasta la principal que se dirige a Villafáfila, me cruzó una familia de avocetas, cosa rara ya que normalmente no crían allí.  Lo mas característico de estas aves es su fino pico curvado hacia arriba que utilizan para alimentarse, ya que con esa peculiar forma van recorriendo la superficie del agua en busca de comida.
Eran los adultos con 3 minúsculos pollos que los seguían a todos los lados. Ante mi presencia se dividieron quedando un adulto con una cría, a la derecha, en el agua y, el otro adulto, con 2 crías, a la izquierda. El de la izquierda estaba desesperado y decidió tirar carretera adelante por el borde. Su objetivo era cruzar pero no se atrevía y sus indefensos pollitos lo seguían chillando ante la desesperación de su progenitor que para tranquilizarlos se paraba, se tumbaba y estos acudían rápidamente a meterse debajo de su cuerpo buscando amparo.
La situación se volvió peligrosa ya que un milano negro se dio rápidamente cuenta de lo que estaba sucediendo. La avoceta, era la hembra, ya que tenía el pico un poco mas corto, estaba cada vez mas nerviosa y yo pretendía hacer que cruzaran a la seguridad de la laguna, al lado derecho. Cuanto mas me acercaba, mas se alejaba. Decidí parar. El milano veía una gran oportunidad y no lo dudó pero la avoceta reaccionó de una manera increíble. Se fue a por él con un vuelo directo que dejó helado al milano y sin capacidad de reacción. El milano ante el insistente ataque de la avoceta, se fue.
En otra ocasión una cierva me impresionó por su paciencia, ternura y ánimo constante que le daba a su pequeño cervatillo. Una cierva y su cría, de unos 3 ó 4 meses, cruzaban un camino cercano a Puebla de Sanabria. La madre, al verme, aceleró el paso y subió por una zona empinada de matorral muy espeso. Al subir, la cierva se dio cuenta de que su pequeño no podía. La hembra no paraba de animarle a subir con suaves y tiernos balidos que hacían que la pequeña cría lo intentara una y otra vez, siempre con el fracaso como resultado. La cierva no se movía de allí y animaba constantemente a su pequeño. Trascurrido un buen rato de múltiples intentos, consiguió subir por un pequeño caminito que la hembra había hecho golpeando con sus patas delanteras el terraplen. Seguramente no me considerara una gran amenaza ya que si hubiera sido un depredador hubiera bajado a defender a su cría con vehemencia.
Hace pocos días, en una terraza de un bar, en Toro, mientras tomábamos algo, me fijé en un gorrión que tenía una actitud curiosa. Se agachaba. Movía las alas como temblando. Agachaba la cabeza un poco y pedía y pedía. Tenía hambre. Era un pollo que ya volaba pero seguía a sus padres por todos lados, pidiendo comida. Y ahí estaba el objeto de sus deseos. Un generoso trozo de chorizo al cual llegó la madre y, con una increíble suavidad y ternura, le fue dando, poco a poco, piquito a piquito, pequeños trocitos. Al rato apareció otra cría que también quería participar en el festín. Entonces llegó el macho y, con igual suavidad, le fue dando de comer al otro pollo. Mientras ellos comían les tiraba fotos entre las sillas ante la insistencia de mis compañeros que, no entendían, que estuviese allí, agachado, haciendo fotos, a lo que para ellos eran unos simples pájaros.

sábado, 18 de junio de 2011

El año del mochuelo.
La SEO/Bird Life (Sociedad Española de Ornitología) cada año elige un ave que considere que se encuentra amenazada o que sufra un elevado declive. Este año, el ave elegida, es el mochuelo.
Si hace unos días os contaba que en una parte del colegio seguíamos a las cigüeñas Margarito y Florinda, por cierto los pollos están inmensos haciendo constantes ejercicios de vuelo para fortalecer sus alas, en la otra parte, seguimos a una pareja de mochuelos. Normalmente sólo vemos uno, el mas oscuro, no sabemos si es la hembra o el macho. Vive todo el año en el tejado del colegio, lo llamamos Pimpollo. La pareja aparece en época de cría y ahí comienza nuestra historia.
Se considera que la población de mochuelos ha descendido desde finales de los años noventa en un 40% fundamentalmente por la alteración de su hábitat (necesita espacios abiertos y posaderos para cazar), la utilización de pesticidas, la eliminación de árboles viejos, setos y lindes.
La otra mañana, a la entrada del colegio, me llamaron. Habia 3 pollos de mochuelo en el patio. Habían caído desde el agujero del viejo muro en el que habían nacido. Todavía no podían volar bien, así que estaban escondidos en una esquina. Temerosos, con los ojos muy abiertos, acurrucados unos sobre otros y actuando de una manera diferente, mientras unos se tumbaban rígidos, como si estuvieran muertos, pero mirando de reojo, el otro abría los ojos tanto que parecía que se le fueran a salir. Al ser muy peligroso dejarlos allí los recogimos y metimos en una caja que guardamos en un cuarto a oscuras para que estuvieran tranquilos, hasta que, por la tarde, los pudiera llevar al Centro de Recuperación de Aves de Villaralbo, donde he llevado varias crías a lo largo de los años.
El mochuelo es un ave nocturna pero durante mucha mañana lo podemos ver en el tejado, encima de una chimenea o asomado en un agujero de las tejas que, curiosamente, tiene como casa durante todo el año pero, en época de cría no; en esta época aparece la pareja, se dice que es la misma de por vida, estos llevan criando unos cuantos años en el mismo sitio, en el mismo agujero del muro en el que les hemos visto traer lagartijas, algún pequeño ratón y sobre todo escarabajos o saltamontes.
Ayer encontré otro pollo de la pareja de mochuelos. Se encontraba en otro patio menos concurrido. Desde la esquina de una ventana me miraba asustado. Sus ojos son impactantes de un amarillo verdoso que impresiona. Ojos que le son muy importantes a la hora de cazar ya que, al tener visión estereoscópica, puede ver cualquier objeto con los dos al mismo tiempo y así calcular perfectamente donde está  la presa.
 No lo cogimos. Este podrá salir adelante aquí. Hemos visto como, la madre o el padre, baja por la mañana temprano (supongo que por la noche también), a las llamadas constantes del pequeño mochuelo a darle de comer, con lo cual es mejor dejarlo y que los padres terminen de criarlo.
El mochuelo ha estado presente en nuestras vidas, como lo atestiguan refranes comunes como, “cada mochuelo a su olivo” o “cargar con el mochuelo”, por lo tanto dejemos que continúen formando parte de nuestros campos y pueblos, que su vuelo corto y su figura regordeta de bola de plumas se siga viendo en muros, tejados o agujeros de viejos y cansados árboles que los han cobijado siempre.

lunes, 13 de junio de 2011

El vuelo silencioso de los buhos en Valorio.

De nuevo he acudido al bosque de Valorio en busca de los buhos. Mi amigo Fernando quería fotografiarlos en buenas condiciones y me propuso ir para ver si los encontrábamos y así, sacarles unas fotos decentes.
Se tiene conciencia de Valorio desde la Edad Media y, seguramente, desde siempre, haya habido buhos. Al poco de llegar descubrimos un buho chico joven.
Nos miraba extrañado y tras sopesarnos un rato decidió que era suficiente tiempo y echó a volar en un vuelo silencioso que impresiona por eso, por la ausencia total de sonido. Hecho que se debe a que sus plumas están aserradas en sus extremos para amortiguar el sonido que produce el aire al rozar con ellas, haciendo que el sonido se cuele entre ellas y así, no se emita, ni un solo ruido. Impresionante.
Poco después decidimos cambiar de aires en busca de un pájaro carpintero de pico menor que Fernando sabía donde había criado otros años. Al llegar nos encontramos con el nido vacío pero pudimos disfrutar del magnífico canto de un ruiseñor que marcaba el territorio que ocupa, año tras año, siempre con la misma hembra.
Volvimos en busca de los buhos y nada mas llegar nos encontramos con un árbol en el que había 5 pollos volanderos y un adulto que se sorprendieron tanto como nosotros al encontrarnos. En el suelo había dos aves comidas, parecían estorninos negros, pero lo curioso es que solamente les habían comido la cabeza. Se fueron yendo y seguimos al adulto que acudía a la llamada hambrienta de sus pequeños dispersos por los árboles cercanos. Sus grandes ojos nos tenían controlados pero podía mas su instinto de alimentar a sus pequeños que el miedo que pudiéramos infundirle.
En todo territorio de buhos nos encontraremos con sus egagrópilas. Son bolas formadas por huesos y pelos que no pueden digerir y por lo tanto devuelven. Lo hacen casi siempre desde sus posaderos mas comunes, con lo cual, es una forma de localizarlos. Si se estudian estas egagrópilas se puede saber cuales son sus hábitos alimenticios; en relación a los buhos de Valorio hay un estudio de las egagrópilas, publicado (Instituto de Estudios Zamoranos Florian Docampo) por J. Alfredo  Hernández, habitual paseante por Valorio que hablando con él demuestra un profundo conocimiento de las aves. En ese estudio Alfredo demuestra que las presas mas habituales del buho en Valorio son el topillo de campo, el ratón de campo y el ratón moruno que suman entre los tres el 65,5% de sus presas. Luego, las aves, que son un 19,2% de su alimento, entre ellas, sobre todo, el gorrión común, el estornino negro y el mirlo común. El resto de presas es muy variado, entre ellas encontraremos, ratas, pequeños pajarillos (jilgueros, lavanderas, colirrojos, verdecillos,…) e insectos (grillos, chicharras y alacrán cebollero).
Allí estuvimos hasta que la noche se nos echó encima. La última imagen fotografiada fue un pollo que pedía insistemente comida a sus padres. Nuestra visita había terminado y comenzaba la actividad para el buho, el señor de la noche.

jueves, 9 de junio de 2011

No deberían de estar ahí.

En muchas ocasiones los animales se despistan, se pierden, hacen un alto en su viaje porque están heridos o se asustan y, van a sitios, a los que normalmente, no irían. Me gustaría contar varios casos de estos, ocurridos en dos lugares concretos, en las Lagunas de Villafáfila  y en Zamora capital. Algunos terminarán bien y otros, desgraciadamente, serán traumáticos para los animales que los protagonizan.
La Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila se encuentra en el noreste de la provincia de Zamora. La engloban 32.682 hectáreas con varias lagunas de agua salada, producida por las características del suelo sobre las que se asientan. Fueron explotadas desde la antigüedad pero, lo que realmente las hace importantes, es por ser lugar de paso de miles de aves y, aquí comienza la historia de varios animales que allí estuvieron durante un tiempo, sin saber porqué se encontraban allí.
Hace algún tiempo un flamenco se pasó varios meses en la Laguna Grande y en la del Centro de Interpretación. ¿Qué hacía tan al norte?. ¿Por qué paró allí?. ¿Estaba débil o despistado?. Esas preguntas seguramente son de muy difícil contestación pero lo cierto es que allí estuvo meses; al final, una buena mañana, levantó el vuelo y se fue.
En otra ocasión apareció un rebeco. Sí. Un rebeco. Animal que vive en las altas cumbres de las montañas, deambulando por las lagunas, débil, parecía enfermo y estaba muy delgado. Su final no sería bueno.
Si esto es extraño. ¿Qué hacía un pelícano en la laguna?. Allí estuvo varias semanas. Tranquilo. Comiendo y quizás cogiendo fuerzas para continuar viaje, mientras los habitantes de las lagunas lo veían como un gigante extraño.
Las siguientes historias las viví de una manera intensa y sorpresiva en Zamora ciudad. Eran las 12 de la noche. Paseaba con Nala (mi querida y añorada perra de aguas) en la ronda nocturna cuando, al cruzar la carretera y mirar para un lado, a lo lejos, vi un gran perro (o eso parecía a esa deistancia) que venía por la carretera. Cuando llegábamos justo por la mitad, un ruido raro llamó mi atención. Miré y…¡un enorme jabalí venía a toda velocidad hacia nosotros!. Nala lo miraba como diciendo, ¿qué es esto?  y yo, no me lo podía creer, un jabalí a unos 10 metros y directo hacia nosotros. La verdad es que el animal tenía mas miedo que otra cosa y huía despavorido por la carretera. Nos vio y giró por la calle abajo, corrimos detrás de él hasta que lo perdimos. El pobre animal no sabía dónde meterse. Seguramente se despistó, entró en la ciudad y eso fue su final. Subí a casa alucinado y llamé a la policía municipal esperando que me creyeran, mi sorpresa fue cuando el policía descolgó el teléfono y sin yo decir palabra me dijo: “Si. Un jabalí. ¿Dónde está?”. Minutos mas tarde se escucharon unos disparos en la calle. Lo habían abatido. Así acaban muchos de los animales salvajes que, por despiste o por qué vengan huyendo de una batida, entran en la ciudad.
La siguiente historia también es sorprendente y triste. Me encontraba en el bosque de Valorio cuando, un amigo me llama y me dice: “Estoy corriendo por Valorio y acabo de ver un ciervo”. Un ciervo. ¿En la ciudad?. Me dirigí rápidamente hasta donde lo había visto pasar y, mi asombro y tristeza, a partes iguales, recorrieron mi cuerpo.
El pobre animal había saltado un muro que por el otro lado tenía un desnivel de unos 8 metros, cayendo entre dos coches. Allí estaba. Tirado. Atolondrado. No tenía heridas visibles pero su aspecto no era muy bueno. Es muy triste ver a un animal de este porte allí, tirado. El pobre ciervo entró por Valorio (al día siguiente, los medios de comunicación, dijeron que vendría asustado de una batida, se despistó y entró) lo atravesó y de repente se encontró en la ciudad.
En seguida se arremolinaron los curiosos con las preguntas de rigor, “¿Qué es?. ¿Qué ha pasado?. ¿Ha caído desde ahí arriba?”. El ciervo no se movía. ¿Tendría algo roto?. Pasado un tiempo llegaron los veterinarios de la Junta, le lanzaron un dardo para dormirlo, lo cargaron en un camión y se lo llevaron al Centro de Recuperación de la Fauna Salvaje de Villaralbo. Allí seguramente moriría ya que según informaron tenía un fuerte golpe en la cabeza.
Estas historias demuestran que los animales pueden despistarse y aparecer en la ciudad que, para ellos, es una verdadera ratonera de la que es muy difícil que puedan escapar. Otras veces como el pelícano o el flamenco se acomodan a una situación para poder sobrevivir, es decir, se encuentran cansados, heridos o despistados y buscan una zona en la que poder recuperarse y coger fuerzas para después continuar su vida en los lugares a los que deberían ir.

viernes, 3 de junio de 2011

El Gato Montés. Silencio en la noche.

Siempre que lo he visto ha sido por casualidad, por qué él se ha despistado o lo ha querido; que si atraviesa el camino, que si te lo cruzas en el bosque o estás en una casa rural, sales por la noche y allí está. Casualidades. Es silencioso, escurridizo, nocturno y se deja ver muy poco. Parecido al gato doméstico pero más corpulento, más grande, con la cola más gruesa, el pelo más largo y tres rayas en las patas.
Toda esta casualidad cambió con otra casualidad. Nos los encontramos sin buscarlos, fue una única vez pero muy intensa. Una camada de tres jóvenes gatos que hicieron con sus gestos, elegantes movimientos y belleza, las delicias de Isa y de mi que, prácticamente, no nos lo creíamos.
Llegábamos de una ruta cuando el guía nos dio una información esperanzadora, “en esta zona hay una camada de gatos monteses que los cogieron de pequeños porque su madre murió, los criaron y los soltaron, pero de vez en cuando vienen por esta zona y, si tenéis suerte, los veréis”. Para allí fuimos y allí estaban.
Al sol de la mañana. Tranquilos. Tumbados. Lavándose cuidadosamente, como buenos gatos. Juguetones y cariñosos, con unos ojos impresionantes que les permiten ver en la noche, que junto con el oído les permite moverse en la oscuridad mas absoluta sin ningún problema para capturar ratones, topillos, pequeños pájaros y algunos anfibios o reptiles.
Allí estaban, brindándonos un espectáculo que nunca hubiéramos imaginado. Su aspecto era imponente. Entre elegante y misterioso. Una vez leí algo sobre ellos que me llamó mucho la atención y aquí quiero reproducirlo. Fue escrito por  Leyhausen (1988) y lo llamó “la hermandad de los gatos machos”.
Lo describe de la siguiente forma: “cuando los machos se encuentran por primera vez lo normal es que anden a la brega;  como consecuencia de estos enfrentamientos todos los gatos se conocen entre sí y establecen una jerarquía que les permite aprovechar comunalmente los recursos y disponer de un territorio conjunto de caza. Al caer la tarde suelen reunirse amistosamente, respetando cada uno las distancias individuales de los otros e incluso respetando esta jerarquía en la época de celo. Sin embargo los combates son muy duros cuando un joven macho se considera preparado parar entrar en la hermandad. En este caso, se establecen duros combates  y el joven ataca una y otra vez a los machos viejos, aun cuando suele salir estrepitosamente derrotado, sufriendo heridas más o menos graves. Pero apenas se cierran las heridas vuelve a plantear combate a los viejos machos. Cuando tras aproximadamente un año de mantener esta situación de enfrentamientos, si no se ha visto finalmente dominado, ni se ha visto obligado a dejar la zona, tiene ya un lugar en la hermandad, no produciéndose nuevos combates sino con otros ejemplares jóvenes que quieren iniciar el mismo proceso de introducción en la hermandad”.
Tras observarlos y fotografiarlos un buen rato, nos fuimos en silencio, sin molestarlos, satisfechos de lo vivido. Volvimos 5 ó 6 veces más al mismo lugar durante los siguientes 4 días y nunca más los volvimos a ver.