viernes, 23 de abril de 2021

Dos encuentros sorprendentes con el lobo.

Ver un lobo es cuestión de echar muchas horas en el campo, conocimiento de la zona y un pizco de suerte y de esa pizca de suerte es de la que quiero hablar. Pizca de suerte que en ocasiones se convierte en mucha, mucha suerte. Hay situaciones en las que te encuentras a un lobo que son inverosímiles, raras, extrañas. Situaciones que te sorprenden por la peculiaridad o por el surrealismo del momento. Situaciones que son pura suerte. Situaciones que sorprenderán como me sorprendieron a mi.
La primera de ellas sucedió en Sanabria. Anochecía y volvía a Puebla. Había estado buscando ciervos, corzos y cualquier otra especie que pudiera encontrarme. Bajaba la ladera hasta el embalse cuando me di cuenta que un planeta asomaba por encima de una de las laderas del valle. Brillaba con especial fuerza y me surgió la curiosidad de ver cual era así es que cogí los prismáticos y miré a ver.
Levanté los prismáticos y a través de ellos veía en la parte de abajo de los oculares la pradera de la parte alta de la ladera y en la parte alta del círculo de los prismáticos el cielo que empezaba a oscurecerse, en la parte derecha aparecía un punto brillante que parecía surgir de las hierbas de la ladera. Punto que no titileaba con lo cual era un planeta no una estrella.
Mientras lo observaba e intentaba saber que planeta podía ser sucedió algo que si me lo cuentan me costaría creerlo: un lobo cruzó de derecha a izquierda según miraba a través de los prismáticos. Entró en mi campo de visión por el ocular derecho y salió por el ocular izquierdo. No me lo podía creer…estaba mirando con los prismáticos y, a través de ellos, como si anduviera en su interior, un lobo cruzó por el borde de la ladera, entre esta y el planeta que estaba observando.
Si alguien me ve la cara en ese momento sería todo un poema. Mi cara reflejaría sorpresa, emoción, asombro y sobre todo incredulidad. Acababa de ver a un lobo que había entrado en mis prismáticos mientras observaba un planeta que emergía por una ladera. No lo volví a ver…ese día.
La segunda situación sucedió en Villafáfila en una fría mañana de invierno mientras me encontraba haciendo una fotografía a unos milanos reales que estaban posados en unos postes de la valla junto al camino cuando, de repente, según miraba por el visor de la cámara, una sombra negra pasó por detrás de los milanos, unos treinta metros más allá...
"¡Un lobo!", exclamé casi sin creerlo. Bajé la cámara (craso error porque hubiera hecho unas fotos estupendas). Cogí los prismáticos y lo miré. Allí estaba. Un precioso lobo caminaba tranquilo sobre la fina capa de hielo que cubría el suelo de la gélida mañana.
Me había quedado embobado observándolo, allí, tan cerca; cogí nuevamente la cámara y le hice unas fotos testimoniales cuando se marchaba, continuaba su ronda, su vuelta a su hogar, su recorrido por si podía encontrar alguna oportunidad que no dudaría en aprovechar.
Lobo en la lejanía...y pensar que lo vi cuando pasaba por detrás del milano...
El lobo es un oportunista que en esta época invernal pasa por las lagunas en busca de cualquier ave que esté débil, herida o renqueante a la que no dejará escapar.
El lobo había cruzado por delante de mi con total tranquilidad, en ningún momento había corrido más de la cuenta, iba con su característico trote lobero que le permite avanzar grandes distancias con un bajo gasto de energía. Calculo que antes de verlo lo tendría a unos quince metros de distancia. Si no hubiera estado haciendo la foto a los milanos reales seguramente lo hubiera visto más de cerca o él se hubiera asustado y no lo habría podido ver, el caso es que las coincidencias caminan por sendas inexplicables y lo vi a través del visor de la cámara, algo impensable e increíble a partes iguales.
Cruzó de izquierda a derecha hacia una suave loma tras la que se perdió. Monté en el coche y seguí por el camino a ver si era capaz de verlo nuevamente. Paré unos cientos de metros más adelante. Saqué el telescopio y busqué por donde debía de estar. Ni rastro. Se lo había tragado la tierra. Recorrí su hipotético camino por si había suerte pero nada de nada. Se había esfumado. Volví a montar en el coche y me acerqué hasta un camino por el que debería de haber cruzado. Bajé. Allí estaban las huellas recientes sobre el barro. Acababa de cruzarlo. Su rastro le delataba.
No lo había visto porque se había metido por una zona más baja que no se veía en la línea del horizonte. Era inteligente. Sabía por donde pasar completamente desapercibido. Sabía que por ahí estaría a salvo.
Dos encuentros extraños, sorpresivos, surrealistas. Dos encuentros por pura casualidad. Dos encuentros breves que suceden uno entre un millón pero que gozada de encuentros. El lobo siempre sorprende.

martes, 20 de abril de 2021

La batalla de las fochas.

Suena la música de Sergio Leone en la laguna. Los contendientes se aproximan. Se sopesan. Un arbusto esférico cruza la laguna mientras el silbido de “La muerte tenía un precio” resuena entre los oponentes. Los machos de focha común están alterados. Es tiempo de marcar territorios, de conseguir pareja, de demostrar todo su poderío.
Se observan a cierta distancia. Se acercan. Se sopesan. Si uno de ellos cree que no tiene opciones se dará la vuelta y se irá pero si los dos piensan que se encuentran parejos de fuerzas...la batalla es inevitable.
Se aproximan de manera intimidatoria para atemorizar a su rival. Se acercan uno al otro con el cuello estirado, a ras de agua, las alas entreabiertas e hinchándose, crecidos, como si quisieran parecer más grandes y poderosos de lo que realmente son. La intimidación es crucial. Comienza la batalla. 
Los contendientes se abalanzan uno sobre otro. Picotazos. Golpes y mas golpes al mas puro estilo de los mejores maestros como “el mono borracho” o “el luchador manco”. Se sientan sobre la cola y levantan las patas para golpearse con tremendos golpes de los que el mismísimo Bruce Lee estaría orgulloso. Patalean. Abren las alas. Se abalanzan una sobre la otra. Se hunden. El agua chapotea alrededor y pequeñas plumas salen volando por el impacto de los golpes. No ceden. No cejan en su empeño de derrotar sin paliativos a su rival. Sólo puede ganar una.
Cuando una de las fochas parece que va a perder, se recupera y lanza un contraataque. Más golpes. Patadas. Picotazos y persecuciones. Todo ante la atenta mirada de otras fochas, tanto machos como hembras no pierden detalle; unos para observar a futuros rivales y otras para ir eligiendo pareja.
La batalla es desgarradora, sin piedad, sin freno, sin compasión. Cuando uno abandona el otro le persigue lanzando tremendos picotazos y golpes según va escapando. Hay que ganar y dejar claro quién es el mejor. Quién es el mas fuerte. Quién será el mejor padre.
Pasan los minutos y la batalla no ceja, en un momento determinado unos de los contendientes sumerge a su oponente cansado durante un tiempo que me parece eterno, lo quiere ahogar, consigue zafarse, salir a la superficie pero su rival no tiene piedad y le aplasta, no solo le vence sino que lo humilla. 
Uno vence. El otro huye. Ha terminado una batalla pero no la guerra porque pasados unos minutos volverán a empezar. Un nuevo rival se acercará y una nueva batalla comienza. Así hasta que las hembras decidan quién será sus pareja. Quién será el padre de sus pollos. Quién será la pareja que engendre una nueva generación de fochas comunes.

jueves, 15 de abril de 2021

La maravilla del río Duero en Zamora.

No me cansaré de poner en valor y reivindicar la importancia medioambiental que tiene el río Duero a su paso por Zamora ciudad. El río es vida. Las márgenes e islas del río Duero deberían de estar protegidas, es una verdadera aberración y necedad seguir construyendo, talando indiscriminadamente o no cuidando un entorno privilegiado en el que podemos encontrarnos con mas de 150 especies de aves, mamíferos como la nutria o la rata de agua (cada vez es mas inusual poder verla) sin olvidarnos de insectos, peces, anfibios o reptiles que conforman un entorno medioambiental privilegiado en medio de la ciudad. Protejamos el río. Pongamos en valor su importancia. Demos a conocer su valía. Eduquemos a nuestros niños y jóvenes en la importancia del río para que lo puedan respetar y valorar.
Mi infancia y juventud la pasé junto al río. Mis abuelos tenían su casa y, la vieja carpintería de mi abuelo, en una de sus orillas, junto al puente de piedra. Orillas que atesoran una enorme biodiversidad. Orillas e islas en las que viven habitantes que pasan desapercibidos para la mayoría de los paseantes. Habitantes que nacen, viven, mueren o pasan por este tramo del río Duero a su paso por Zamora.
El río está lleno de vida. Valga como una pequeña muestra la siguiente serie de fotos hechas en lo que va de año en sus orillas. Fotos que muestran el enorme valor de sus orillas e islas.
Gaviota reidora.
Ánade azulón.
Curruca cabecinegra.
Curruca capirotada.
Bisbita pratense.
Chochín.
Cormorán grande.
Carbonero común.
Somormujo lavanco.
Herrerillo común.
Gaviota sombría.
Colirrojo real.
Águila calzada.
Martín pescador.
Zorzal alirrojo.
Mito.
Agateador europeo.
Andarríos chico.
Carricero común.

Cetia ruiseñor.
Gorrión molinero.
Martinete.
Garza real.
Mirlo común.
Esto es un ejemplo de lo que nos podemos encontrar en el río sin olvidarnos de nutrias, galápagos,  lagartijas, salamanquesas o serpientes...un verdadero lujo pasear por sus orillas. Cuidemoslas.

lunes, 12 de abril de 2021

Mi primera buscarla unicolor.

El cielo se oscurecía por momentos según me acercaba al carrizal. Finas gotas de lluvia comenzaron a caer, lluvia fina que, poco a poco, se fue convirtiendo en un chaparrón intermitente que fue mi fiel compañero durante el tiempo que estuve allí. Llegaba con la esperanza de, por lo menos, poder escuchar la buscarla unicolor que había descubierto el día anterior M. A. G. Matellanes, uno de los naturalistas zamoranos mas veteranos y experimentados (Muchas gracias).
Pájaro moscón.
El carrizal estaba en todo su esplendor. Era un canto continuo de sus habitantes que se desgañitaban por ser oídos en la desagradable tarde. Carriceros comunes y tordales entonaban sus preciosos cánticos en el laberinto de carrizos mientras los pájaros moscones cogían material para sus pequeñas obras de arte que son sus nidos. Los buitrones emitían sus reclamos según pasaban volando sobre los finos carrizos en los que verderones se sujetaban cual experimentado equilibrista mientras un carricerín cantaba al viento y un macho de aguilucho lagunero traía entre sus garras un pequeño ratón que le dejó como obsequio a su pareja en la orilla del riachuelo.
Hembra (arriba) y macho (abajo) de aguilucho lagunero.
La oí (Pincha AQUÍ para escucharla). Ahí estaba el chirrido vibrante que salía del carrizo. Sonido mas parecido a un insecto que a un cántico de un ave. Sonido que te puede indicar por la zona en la que está pero verla es realmente complicado. Ave esquiva, mimética, tímida y escasa que parece un fantasma en el enorme laberinto de los carrizos. Localizarla es muy, muy complicado.
La buscarla unicolor es escasa, muy escasa y rara en nuestra provincia; según el “Libro Rojo de las aves de España”: “…cuenta con una pequeña población en declive, que quizás no supere las 2.000 parejas concentradas principalmente en Andalucía (más de la mitad, principalmente en las marismas del Guadalquivir y Jaén), seguido de la población muy localizada de las dos mesetas (en torno al 20% del total) y humedales costeros de Cataluña y Comunidad Valenciana (16%)”. Estando catalogada en el “Libro Rojo de las aves de España” como “Casi amenazada” y en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas figura con la categoría "De Interés Especial". En Castilla y León se estima una población inferior a 50 parejas reproductoras, concentrándose en las Lagunas de La Nava, Boada y Campos (Palencia) mientras que en Zamora es muy escasa y verla es muy complicado.
Ahí seguía cantando con su potente chirrido vibrante que salía del carrizal pero no la localizaba. Un carricero tordal cantaba en la zona de donde provenía el cántico de la buscarla cuando, de repente, un pajarillo salió volando de la zona y cruzó el riachuelo hasta una pequeña isleta. Lo busqué rápidamente con la cámara. Lo localicé y tiré una serie de fotos hasta que desapareció entre el imposible entramado de carrizos.
Buscarla unicolor.
¡La tenía! Había conseguido verla. Acababa de ver a este pequeño paseriforme que ha pasado el invierno en el África tropical y que canta como un insecto (es igual que el cántico del grillotopo) y no como un ave.
Buscarla unicolor.
Esta fue la única vez que la vi en el tiempo que estuve. Su cántico se oía en lo intrincado del carrizal pero no pude volver a verla. Jilgueros, carboneros comunes y pardillos cruzaban el arroyo mientras se oía un lejano tamborilear de un pico picapinos y el típico cántico de un cuco mientras los milanos negros patrullaban en busca de alimento y un busardo ratonero observaba desde su atalaya.
Pardillo común.
Escribano triguero.
Seguía lloviendo de forma intermitente cuando marché con la enorme satisfacción de haber podido escuchar y ver a un pequeño, escaso, tímido y escurridizo fantasma del carrizo, la buscarla unicolor.

viernes, 2 de abril de 2021

Pequeños dragones en un muro con historia.

La mañana está agradable. El sol calienta lo justo para una día de marzo y los “pequeños dinosaurios” salen a solearse. Lucía y Marco son dos pequeños niños curiosos e inquietos que se sorprenden cuando van descubriéndolos a lo largo del viejo muro de piedra junto al río Duero en su paso por la ciudad de Zamora.
Muro de piedra entre las aceñas de Olivares y el puente de piedra que tiene una larga y desdichada historia. Muro compuesto por piedras que formaron parte de uno de los monumentos mas impresionantes de la ciudad de Zamora que ha desaparecido por completo: el monasterio de los Jerónimos.
Una pérdida irreparable de una joya arquitectónica que causaría impresión y admiración a todo aquel que lo pudiera visitar en nuestros tiempos. Una de las muchas pérdidas de patrimonio de la ciudad de Zamora como las torres del puente de piedra, el Hospital del comendador Don a Alonso de Sotelo (entre la calle del Riego y San Torcuato), puertas de las murallas de la ciudad (por ejemplo las de Santa Clara y San Torcuato) o el viejo palacio del museo (actual Plaza de Hacienda); todos destruidos en favor de la mal llamada modernidad o progreso en los que no importaba nada mas que los supuestos beneficios que traería.
Lucía y Marco iban descubriendo las pequeñas lagartijas que se soleaban o perseguían insectos a lo largo del muro de piedra. Lagartijas de la especie Podarcis guadarramae lusitanicus que es la que habita en la ciudad de Zamora (Gracias Miguel Rodríguez por tu ayuda).
Lagartijas que buscaban el sol y que en algunas se podía ver perfectamente por donde habían perdido la cola. La pérdida y después regeneración de la cola es un mecanismo de defensa ante el ataque de un depredador: sueltan la cola para distraer al depredador y huyen.
La cola es una parte vital en la anatomía de las lagartijas, la utilizan para mantener el equilibrio, almacenar energía o desplazarse y, si la pierden, es por un motivo de peso como el ataque de un depredador. Cola que tardará en regenerarse entre un mes (en lagartijas pequeñas) hasta un año (en lagartos grandes).
Este proceso de pérdida de la cola se puede hacer de dos formas diferentes: “Muchas especies tienen unas zonas débiles en las vértebras de la cola, que se extienden hasta los músculos y el tejido conectivo que las rodea. Cuando la cola ha sido atrapada, el lagarto contrae tan fuertemente el músculo que rompe la vértebra, perdiendo así la cola para escapar. Este mecanismo de pérdida de la cola es conocido como autonomía intravertebral. El otro mecanismo se denomina autonomía intervertebral, debido a que el lagarto rompe la cola entre las vértebras”. (Párrafos extraídos del blog: knowi.es. Si queréis ver el artículo completo pinchar aquí).
“A diferencia de la primera cola, que tenía vértebras, la nueva cola regenerada será únicamente de cartílago. Así, si el lagarto necesita desprenderse nuevamente de la cola, solamente podrá hacerlo más arriba de donde lo hizo la vez anterior, ya que la nueva cola no tiene vértebras para partir”.
Este muro está construido con piedras del desaparecido monasterio de Los Jerónimos, situado en la margen izquierda del río. Piedras que se trasladaron para cimentar la nueva carretera Villacastín-Vigo (se comenzó a construir en 1834) a su paso por Zamora ciudad. 
La destrucción del monasterio supuso la venta y utilización de todo lo que se pudiera aprovechar (que era todo). Piedras y más piedras que se vendieron o expoliaron para la construcción de casas, ese muro de cimentación o para la construcción del Cementerio de San Atilano tras la epidemia de cólera que asoló la ciudad (una ola en 1834 y otra en 1850) y obligaba a sacar los enterramientos fuera de las ciudades.
Monasterio construido en el s. XVI comenzando sus obras en 1535. Monasterio impresionante que incluso Felipe II quiso saber de él para tenerlo como referencia en la realización del proyecto de El Escorial. Monasterio que tras la desamortización de Mendizabal en 1835 comenzó su rápida destrucción; desapareciendo en muy pocos años todo su esplendor (si queréis ver como era pinchar aquí y accederéis al magnífico trabajo de “Tras las huellas de la orden jerónima en la ciudad de Zamora. Estudio y restitución gráfica del monasterio de San Jerónimo de Montamarta” de Daniel López Bragado, Víctor Antonio Lafuente Sánchez y Marta Úbeda Blanco).
Continuábamos por el muro situado a la orilla del río cuando una salamanquesa (Tarentola mauritanica) llamó poderosamente la atención de Lucía y Marco. Estaba medio asomada en un oscuro agujero. El pequeño dragón no se movía mientras los dos niños la observaban con una mezcla de curiosidad y sorpresa: “Mira tiene pinchos”. “Vaya ojos”. “No se mueve”. Eran algunas de sus frases mientras la miraban embelesados.
La salamanquesa es uno de los reptiles mas comunes en las ciudades y casas donde permanece escondida hasta que empieza a oscurecer y sale en busca de insectos, polillas, o arañas. Es asombrosa su facilidad para subir y bajar por paredes verticales que consigue gracias a unas pilosidades que conservan entre los pliegues de las palmas de la mano y no por “las ventosas” que tiene en la punta de los dedos. Salamanquesas que son inofensivas y muy beneficiosas al controlar los insectos de las casas. Por cierto, las salamanquesas también pueden perder la cola.
El muro del viejo monasterio se erguía solemne mientras lo iluminaba el sol y sus pequeños habitantes se desplazaban por él. Monasterio del que se salvaron algunas de las obras mas importantes que tenemos en la catedral de Zamora: el Santísimo Cristo de Las Injurias o La Virgen María con el Niño Jesús y San Juanito de Bartolomé Ordoñez.
En los jardines del castillo podemos encontrarnos con algunos restos del viejo monasterio que en 1945 trasladó el Ayuntamiento hasta allí como son todas las columnas graníticas y la puerta que formaban parte del claustro principal.
Lagartijas y salamanquesas que viven en el muro conformado por las piedras de un magnífico monasterio que se vio relegado a la nada sin tener en cuenta su importancia, majestuosidad o historia como ha sucedido con muchas de las iglesias, palacios, monasterios o casas del casco histórico de Zamora que se destruyeron sin el más mínimo miramiento y, desgraciadamente, algunas en épocas muy recientes.