miércoles, 27 de febrero de 2013

Pico menor y pito real.

La verdad es que cuando menos te lo esperas aparece algo especial, algo diferente. Así me ocurrió el pasado fin de semana cuando en uno de mis paseos por el río Duero a su paso por Zamora me encontré con el más pequeño de los pájaros carpinteros, el pico menor.
Hembra de pico menor.
Este pequeño pájaro carpintero lo he visto en unas cuantas ocasiones en el bosque de Valorio, por lo tanto, verlo a la orilla del río, me sorprendió gratamente y me hizo mucha ilusión.
En España tenemos siete pájaros carpinteros: pito real, pito negro, pico picapinos, pico menor, pico dorsiblanco, torcecuello y pico mediano. De todos ellos, el pico menor es el más pequeño, poco más grande que un gorrión, tan pequeño que pasa totalmente desapercibido en innumerables ocasiones. Tan pequeño que verlo no es nada fácil, es escurridizo y se adapta perfectamente al entorno en el que vive.
La mañana estaba bastante fresca. La helada se dejaba sentir en árboles, hierbas y rocas que se teñían de un manto blanco que le daba un aire encantado a la ciudad. Las murallas resguardaban del sol los amplios jardines en los que deambulaban un grupo de picogordos que se movían de árbol a árbol o los pinzones comunes que bajaban al suelo a picotear mientras algún herrerillo hacía equilibrios en las finas ramas y un carbonero cantaba poseído por la fiebre de la incipiente llegada de la primavera en lo alto de un árbol. Poco a poco me acerqué hasta el río Duero donde los azulones ya están emparejados e incluso alguna hembra ya incubaba a sus futuros retoños. 
Nada más llegar llamó mi atención un pequeño pajarillo que se movía inquieto en un árbol cercano. ¿Qué era? Me acerqué despacio y lo pude ver con claridad. Era una hembra de pico menor que se afanaba en buscar en la corteza del árbol. Se movía inquieta y se mimetizaba perfectamente con la corteza, la cual golpeaba fuertemente de vez en cuando.
Tanto el pico menor como cualquiera de los otros pájaros carpinteros están íntimamente ligados a la madera ya que de ella consiguen alimento y en ella construyen sus nidos. Durante muchos años tuvieron la mala fama de "secar los árboles" algo nada más lejos de la realidad y que, definitivamente, se ha ido corrigiendo en los últimos tiempos.
La hembra no paraba quieta. De rama en rama. De árbol a árbol cuando, de repente, apareció un macho, con su característico color rojo en la parte alta de la cabeza, que se unió a los quehaceres de la hembra. Pronto comenzarán su cortejo y ya se están empezando a emparejar.
Macho con su típica mancha roja en la parte de arriba de la cabeza.
El pico menor ha bajado mucho en su población por varias razones, siendo las más importantes la perdida de su hábitat, la eliminación de troncos caídos y viejos y por malograrse muchas de sus puestas y polladas. 
Actualmente se considera que en España hay unas 5.000 parejas y estaba observando una de esas parejas que se seguían uno a otro, iban juntos de un árbol a otro pero nunca estuvieron uno al lado del otro. Algo más de cuarenta y cinco minutos estuve observándolos en sus movimientos. Sus subidas y bajadas. Sus golpeteos contra los troncos, golpeteos que la hembra hacía muchas más veces que el macho, al que solamente lo vi golpear con su pico la corteza del árbol en una ocasión. Pasado ese tiempo, desaparecieron. Se marcharon volando, juntos. Espero volver a verlos en alguna otra ocasión por esa zona.
Unos días antes de ver al pico menor pude disfrutar del pito real, otro de los pájaros carpinteros que tenemos en España. Este es mucho mayor que el pico menor, el cual pude ver en el bosque de Valorio donde hay una buena población.
En esta ocasión estuve observando a un macho que no paraba de reclamar. Los pitos reales son muy territoriales y en esta época controlan su territorio y llaman a las hembras. Estos pájaros conviven con la misma pareja toda su vida permaneciendo separados hasta la época de cría en la que se juntan de nuevo.
Observaba como este precioso macho (se diferencia de la hembra por las bigoteras rojas) reclamaba con la cabeza levantada, dispuesto a lanzar otro chillido, repiquetear en el árbol o salir volando hasta otro diferente como así hizo y pude ver como se lanzaba como un pequeño misil contra otro pito real que había osado entrar en su territorio. Lo expulsó de una manera rápida y agresiva.
Esta bajada de la rama más alta me permitió verlo mejor. Verlo en todo su esplendor. Ver como está diseñado perfectamente para la vida en los árboles. Verle como se agarraba al árbol con sus dedos dispuestos dos a dos, es decir, dos apuntan hacia adelante y dos hacia atrás, para agarrarse con facilidad y esa cola tan corta y robusta que apoya contra el tronco para tener mayor estabilidad y otro punto de apoyo.
El pito real estaba eufórico. Había expulsado a un intruso, a un rival. Se le veía precioso con sus tonos verdes, amarillos y rojos,
Al momento volvió a la parte alta de su árbol predilecto. Subió por el tronco en busca de una buena posición para controlar y avisar al resto de machos que están en su territorio, que esta zona es suya y no va a tolerar a ningún intruso.
Según subía se paró a media altura y comenzó a golpear el tronco con movimientos rápidos y continuos como si fuese una pequeña perforadora. Estaba buscando comida. Golpeaba fuertemente con su peculiar pico que no tiene totalmente recto, sino que tiene una ligera curva para evitar que se rompa, de este modo transforma cada golpe que da en el árbol en una fuerza de empuje.
Pero si golpea tan fuerte, ¿cómo no le repercute en el cráneo? Esto sucede porque entre el pico y el cráneo está reforzado con un tejido esponjoso y tiene unos músculos que se tensan en contra del sentido de los golpes, de tal manera que absorberá la fuerza del impacto.
En esta fotografía se le puede ver con el párpado cerrado.
Después de hacer algunos agujeros introdujo parte de su pico en el tronco y comenzó a comer. Este pájaro come de una forma muy curiosa ya que del pico saldrá una lengua larga y viscosa que meterá por huecos, fisuras y agujeros en busca de larvas, también lo he visto en algunas ocasiones comer en el suelo, sobre todo en zonas con hormigas.
Observar los pequeños agujeros que iba haciendo en el tronco.
Por ellos introducía el pico para buscar comida.
Cuando terminó de comer subió de nuevo a lo alto del árbol donde continuaron sus reclamos constantes. Orgulloso. Altivo. Elegante. Allí lo dejé. En lo alto de su árbol. Controlando.  Exhibiéndose.
El pico menor y pito real son dos preciosas y curiosas aves de nuestra fauna que podemos observar muy cerca de nuestras casas. Todo un placer.

viernes, 22 de febrero de 2013

En el territorio del lince II.

El lince prefiere el bosque mediterráneo en el que encontrará zonas de matorral, berrocales y árboles diseminados con zonas de pasto. Este habitat es propicio para innumerables especies que viven en un entorno lleno de vida. Especies que tendrán alimento y cobijo que es lo que necesita el lince para poder sobrevivir y prosperar. 
Mientras buscas al lince y esperas su aparición innumerables aves se mueven a tu alrededor. Por un lado están las grandes aves carroñeras y las rapaces y por el otro los pequeños pajarillos que vuelan entre lentiscos, rocas o árboles cantando, comiendo o moviéndose nerviosos o alterados ante cualquier presencia amenazadora o excitados, ya que, su época de celo, está en todo su esplendor. Me referiré, en esta ocasión, a las grandes aves carroñeras y rapaces. 
Pudimos disfrutar del buitre negro.
Imponente ave de gran envergadura, desde 2,50 metros hasta incluso llegar a los 3 metros, que intenta llegar a las carroñas antes que el buitre leonado para abrir el cuerpo y alimentarse de la parte muscular del animal. Lo pudimos ver todos los días y una observación fue muy especial ya que dos buitres negros nos hicieron una demostración de cómo volar sin prácticamente mover las alas.
Entraron por un collado al valle, pasaron por delante nuestro y cogieron una corriente térmica para así poder elevarse con el aire caliente, con tan buena suerte para nosotros que pasaron a muy pocos metros nuestros, mostrándonos su porte, su envergadura y su aspecto imponente.
Al buitre leonado también lo vimos todos los días. Es mucho más común que el buitre negro y un poco más pequeño. Planeaban como veleros llevados por el viento, sin esfuerzo aparente, dejándose llevar.
Una vez que el buitre negro ha llegado y abierto la carroña el buitre leonado comerá del interior; por eso tiene el cuello pelado, para poder introducirlo en el cuerpo del animal y, al no tener plumas en él, quedar limpio y no ser un foco de posibles infecciones. (En una entrada anterior hablé del orden de llegada a una carroña. Pinchar aquí si queréis verla de nuevo).
El águila imperial es otra imponente ave de la que pudimos disfrutar plenamente. También la vimos todos los días. Creemos que era la misma pareja por dos motivos. El primero porque son territoriales y raramente estaría otra pareja en el mismo territorio y el segundo porque revisando las fotografías, sobre todo de una de ellas, tenía las mismas manchas blancas en los hombros, algo que es único en cada águila imperial. No hay dos águilas imperiales con la misma distribución de manchas blancas.
Esta pareja nos deleitó con sus vuelos nupciales e incluso tuvimos el privilegio de poder observar una cópula, encima de un árbol, de una especie amenazada y emblemática de nuestra fauna.
Por esta ave tengo una especial atracción. Me parece fascinante y espectacular. Ave que al igual que el lince, sufrió un enorme declive entre los años setenta y noventa del s.XX ya que como el gran gato basa su alimentación en el conejo y, si este no está, el águila imperial lo pasará muy mal.
Algo curioso del águila imperial es que fue descubierta en el siglo XIX por un naturalista alemán llamado Reinhold Brehm que bautizó a la nueva ave como Aquila adalberti, en honor al príncipe alemán Adalberto de Baviera como prueba de su amistad.
El águila real también estuvo presente en nuestras observaciones.
Pudimos contemplar águilas reales adultas, de primer año e inmaduras que sobrevolaban nuestra zona deleitándonos con una visión formidable de sus poderosas cabezas con fuertes picos, imponentes garras, elegante silueta y vuelos nupciales en los que pudimos diferenciar a las hembras ya que son un poco más grandes que el macho. 
Son águilas grandes y poderosas que llegan a tener más de dos metros de envergadura y muy veloces ya que pueden alcanzar cerca de los 300 km/h.
Entre las pequeñas rapaces pudimos observar un gavilán tanto volando como un verdadero rayo entre los árboles como apostado en una gran roca granítica. Observando. Esperando caer sobre cualquier pequeño pajarillo o paloma torcaz.
Otro habitante del territorio del lince es el pequeño y rechoncho mochuelo que no paraba de reclamar a su pareja con lo cual nos mostraba su posición en cualquier momento del día mientras un cernícalo común se cernía como si estuviese sujeto por una fuerza misteriosa en el aire y en la oscuridad de la noche una lechuza se cruzó en nuestro camino con su blanco inmaculado y perfecto.
Todas estas aves comparten con el lince su territorio, su casa, su hogar. Un hogar que esperamos sea por muchos años.

martes, 19 de febrero de 2013

La batalla de las fochas.

Entre la primera entrada de El territorio del lince y la segunda me gustaría narrar la batalla de fochas que pude ver el pasado domingo en el centro de interpretación de las lagunas de Villafáfila.
La laguna estaba repleta de estas aves y la actividad era febril. Estamos en la temporada en la que los machos pelean entre ellos con gran agresividad. Es tiempo de marcar territorios, de dejarse ver por las hembras, de conseguir pareja y los machos lo hacen de una manera espectacular.
Cuando dos machos se enfrentan, la batalla comienza como si fuera un duelo en una película del  oeste. Se observan a cierta distancia (sólo faltaba la música de La muerte tenía un precio)... 
Se sopesan. Si uno de ellos cree que no tiene opciones se dará la vuelta y se irá pero si los dos piensan que se encuentran parejos de fuerzas...
Se aproximarán de una manera intimidatoria, para atemorizar a su rival. Se acercan uno al otro con el cuello estirado, a ras de agua, las alas entreabiertas e hinchándose, crecidas, como si quisieran parecer más grandes y poderosas. Comienza la batalla. 
Picotazos. Posturas y golpes al más puro estilo de karate de las películas de kung fu que veíamos de pequeños. Se sientan sobre la cola y levantan las patas para golpearse con tremendos golpes de los que el mismísimo Bruce Lee estaría orgulloso. Patalean. Abren las alas. Se abalanzan una sobre la otra. 
Cuando una de las fochas parece que va a perder, se recupera y lanza un contraataque. Más golpes. Patadas. Picotazos y persecuciones. Todo ante la atenta mirada de otras fochas (supongo que tanto machos como hembras no pierden detalle).
Al final uno vence. El otro huye. Ha terminado una batalla pero no la guerra porque pasados unos minutos volverán a empezar. Un nuevo rival se acercará y una nueva batalla comienza.

viernes, 15 de febrero de 2013

En el territorio del lince I.

Hemos estado unos días en el territorio del lince ibérico. Animal especial, majestuoso, cautivador, bello y enigmático que una vez que lo ves te deja todavía más absorbido por su presencia. Era la segunda vez que bajábamos hasta su territorio, en su busca, para contemplarlo, para verlo, para poder disfrutar de un animal especial, diferente, un animal que la primera vez que lo pude ver hace dos años me dejó impactado. He de reconocer que es el animal que más me ha impresionado observar en su hábitat natural. Es un animal que cuando lo ves, da igual cuantas veces lo hayas visto, te produce una emoción especial, una emoción diferente, una emoción que recorre tu cuerpo y te captura para siempre. Es el lince ibérico. El felino más amenazado del mundo que sobrevive en muy pocos territorios de la península Ibérica y verlo es cautivador.
El lince enamora. Lo hace tanto si lo ves unos segundos como si tienes la enorme suerte de observarlo durante más de dos horas (como nos sucedió hace dos años). En este viaje lo hemos podido ver en cinco ocasiones. Cinco ocasiones especiales. Cinco ocasiones que se guardarán en lo profundo de nuestra memoria, en un lugar especial, el lugar en el que los recuerdos permanecen para siempre, un lugar secreto y personal al que miramos de vez en cuando para volver a disfrutarlo, a verlo, a revivir el recuerdo de este fantástico animal.
La primera vez que apareció fueron unos segundos nada más. Breves instantes que nos mostraron su andar elegante y parsimonioso. Ver que es como un fantasma, aparece y desaparece con una facilidad especial. Avanzó por un camino. Subió al monte y desapareció...se esfumó. Como le estuvo a punto de suceder a nuestro gran gato. Su declive en los años setenta, ochenta y noventa del s.XX fue alarmante. 
Desapareció de gran parte de la península Ibérica, fundamentalmente por dos motivos: la presión del hombre ya fuera por la caza (sobre todo para conseguir su piel o como trofeo) o por destrozar su hábitat y la desaparición del conejo por enfermedades como la mixomatosis o la enfermedad hemorrágico vírica en gran parte de nuestro país.
La segunda y tercera observaciones fueron especiales. En ellas pudimos ver al lince en su más puro estilo felino. Como un gran gato que toma el sol relajadamente, sin nada que perder, a nadie que temer. Es el superdepredador de la zona. El controlador de otros depredadores como zorros, ginetas o meloncillos y el saneador de las poblaciones de conejos y perdices de la zona. Estuvo un buen rato tumbado. Relajándose al sol. Observando su territorio. Esperando el momento de campear. 
Se levantó y desapareció. Volviendo a los pocos minutos. Se estiró. Se tumbó nuevamente y desapareció como un fantasma. Comenzaban sus correrías. La noche vería sus andanzas. Vería como este enorme gato es capaz de ver perfectamente en la oscuridad, de ver como su oído es ocho veces superior al nuestro, de ver su silueta avanzar entre lentiscos y grandes rocas.
La cuarta ocasión nos mostró un lince diferente. Un lince con collar de seguimiento. Apareció por una pista. Marcó en una roca. Estuvo sentado un rato y bajó elegantemente por una ladera hasta el valle. Este lince tenía un collar radiotransmisor. Collar que permite a los científicos seguir sus movimientos, estudiar su posición, ver que hace y por donde se desplaza en cada momento. 
En la quinta ocasión lo pudimos ver sobre una gran roca. Observando a los conejos que tenía debajo. Los conejos son su vida. Sin conejos no hay lince. Es un especialista y esta es una de las causas de su declive y casi desaparición. Su alimentación se basa en el conejo, aunque perdices, gamos, pequeños ciervos, gansos o palomas también forman parte de su dieta.
Bajó de la roca y se ocultó tras un gran arbusto. Agazapado. Inmutable. Quieto. En varias ocasiones se tensó. Arqueó su cuerpo. Levantó su pequeña cola a modo de faro y estuvo a punto de abalanzarse sobre su escurridiza presa. Hasta que se decidió y se lanzó a por uno. Falló y abandonó. Si no caza al primer intento, lo deja. Ahorra energías para otra ocasión mejor. Así lo hizo. Subió de nuevo a la gran roca y marcó en varios sitios. Comenzó a subir por la ladera marcando su territorio. Territorio que abarca unas 600 hectáreas aproximadamente. Territorio que defenderá de posibles invasores y que se solapa con el de varias hembras a las que montará en tiempo de celo. Marcó 4 ó 5 veces más. Subió la ladera y desapareció.
Mi amigo Fernando y su mujer Alegría fueron en su busca...
Han sido días de largas horas en el campo. Días de hablar de linces, águilas, ciervos y muflones. Días de conocer gente, de aprender de ellos, de aprender con ellos. Gente venida de toda España o de Europa. Coincidimos y hablamos con Gabriel Llorens (autor del magnífico libro: "Observaciones de campo del lince ibérico"), Máximo Sánchez y Juan que escudriñaban el monte en busca del gran gato. Con Jose y Montse. Con Jesús Nicolás y su familia. Con José María y Carlos o con William que habían venido de Valencia, Cantabria, Madrid, Salamanca, Martos, Pamplona, Bélgica, Inglaterra o Alemania y a todos nos unía lo mismo, el amor por un animal especial. 
...tras 5 días frustrantes, sin conseguir ver nada...
...apareció este hermoso ejemplar que Fernando, con su maestría habitual,
 retrató y que aparece en las últimas tres fotografías de esta entrada.
Un animal que es capaz de aglutinar a gente de sitios tan dispares. Un animal que atrae, que engancha, que emociona y que enamora. Un animal que tenemos que ser capaces de conservar porque es un elemento clave de nuestra biodiversidad. Un animal que es endémico de nuestra tierra y que forma parte de nuestro patrimonio natural. Un animal que hay que respetar, cuidar, valorar, apreciar y disfrutar siempre con sentido común, esperando que no sea el menos común de los sentidos. Así es el lince ibérico. 
(Agradezco enormemente a Ernesto Hernández y a Fernando García prestarme sus fotografías para ilustrar esta entrada. Un saludo. Enhorabuena por las fotografías y gracias).