domingo, 31 de julio de 2022

Estar ahí en el momento justo.

La vida está llena de coincidencias y esta historia es una buena muestra.
Decidimos salir al atardecer a ver si veíamos algunos ciervos. Hacía calor. Mucho calor. El día había sido duro y largo, nos merecíamos un descanso, un relajamiento y que mejor sitio para relajarse que dar una vuelta por la sierra.
Todas nuestras ilusiones de ver algún ciervo se iban esfumando según el sol bajaba en el horizonte. La sierra estaba en total calma. No se veía nada de nada. El calor apagaba nuestras esperanzas mientras la conversación se centraba en todo aquello que no vemos en el campo, todas las aves que pasan por nuestros campos y lagunas que no son detectadas, de la importancia y la tremenda suerte de estar en el momento justo para ver a ese animal pasar, ya fuera volando o corriendo, en definitiva de las coincidencias aderezadas con una buena pizca de suerte.
“¿Qué es eso que baja ahí jugando?”
Le dije a Rodrigo que me acompañaba. “No veo nada” Me contestó mirando a todos lados. Cogí los prismáticos y busqué las dos figuras negras que acababan de salir de la arboleda. Mi sorpresa fue mayúscula: “¡Son dos lobos!” Le dije a Rodrigo que no salía de su asombro. Nos acercamos despacio. Debían de estar entre las hierbas.
“¡Ahí están!” Dijo Rodrigo emocionado. Una cabezota de enormes orejas asomó a menos de quince metros. “¡Son dos pequeños!” Le dije en un susurro. Eran dos preciosos cachorros de algo más de mes y medio que exploraban su territorio. Que comenzaban sus correrías en las que los juegos forman parte muy importante de su aprendizaje. Juegos en los que se ejercitan, marcan carácter, conocen su zona y conforman su personalidad. Juegos supervisados siempre por uno o varios adultos.
La cabezota se movió y de detrás de las hierbas aparecieron unas enormes y desproporcionadas patas, un lomo fino y una larguirucha cola que le daba un aspecto desgarbado al pequeño lobezno que iba jugando con su hermano.
Avanzaron por la pradera y la noche se los tragó de lleno. Noche que es su vida. Noche que ocultaba al resto del grupo familiar que no estaría muy lejos. Rodrigo, emocionado, exclamó: “Iban como bailando sobre la hierba”. Ese es su movimiento, su forma de moverse, elegante y poderosa a partes iguales. Eran sus primeros lobos.
Las coincidencias. Estar ahí en el momento justo. La suerte. Se alinearon los astros y todo coincidió para que los dos pequeños aparecieran en el momento en que nosotros pasábamos por allí.