La mañana estaba agradable y las esperanzas eran muchas
de poder observar algún lobo en libertad, en su hábitat, en la sierra, en su casa.
Esperanzas que se vieron más que cumplidas cuando un hermoso lobo apareció en
mitad de un camino y se tumbó al sol que despuntaba en el horizonte. Tranquilo.
Sereno. Se estiró cuan largo era y tomó, durante varios minutos, el agradable
sol de la mañana hasta que, de repente, se levantó como un resorte y fue
corriendo hacia el espeso brezal. Brezal del que salían seis preciosos
cachorros de unos tres meses y medio que comenzaron a saltar a su alrededor, a
corretear, a morderse. El lobo adulto dio la orden y todos comenzaron a
seguirlo por el camino.
Los pequeños cachorros le seguían pero no paraban de
jugar en el avance. Se perseguían. Se mordían. Formaban una verdadera pelota de
lobeznos que jugaban a saltar sobre uno de ellos que quedaba completamente
cubierto. Seguían su avance por el camino detrás del adulto que, en un punto
determinado, se salió y volvió al intrincado brezal para terminar en un grupo de
piedras en las que se volvió a tumbar mientras, los pequeños, a su alrededor, continuaron jugando hasta que se les acabaron las fuerzas y comenzaron a tumbarse entre la espesura.
Durante la siguiente hora no se movieron del lugar. El adulto se tumbó, cuan largo
era, y se durmió profundamente. Esta relativa tranquilidad se vio alterada cuando aparecieron otros tres lobos adultos que fueron recibidos por los pequeños con movimientos constantes de su cuerpo y pequeñas carreras de alegría. Los recién llegados se
tumbaron en las rocas. Comenzaba su descanso.
Media hora más tarde una ingenua corza caminaba
tranquilamente entre el brezo. Corza que se dirigía directamente hacia donde
estaban todos los lobos tumbados. “¡Pero dónde va!” Directa hacia los lobos.
Directa hacia la boca del lobo. Se fue acercando sin darse cuenta de nada hasta
que, a menos de quince metros, se paró en seco. Se puso tiesa, con la cabeza y
cuello estirados, orejas en alerta y, en ese momento, tres lobos se
incorporaron y la miraron fijamente. A un lado la sorprendida corza y del otro
los tres lobos atentos. En menos de un segundo la corza se giró y salió
corriendo a grandes saltos en dirección contraria a los lobos que, solamente, se
levantaron para observar como se perdía entre el brezo.
Ni se inmutaron. Estaban con la barriga llena y no les
hacía falta malgastar una energía que, seguramente, necesitarían en otra
ocasión. La corza se salvó porque los lobos estaban bien alimentados. Se había
metido entre cuatro lobos adultos que, en otro momento, de más hambre, hubieran
ido a por la despistada corza.
Los lobos volvieron a tumbarse tranquilamente mientras,
los cachorros, que se habían asomado a ver qué pasaba volvieron a iniciar un
tiempo de nuevos juegos. Juegos que irán afianzando su carácter, su posición en
el grupo; observándolos se puede llegar a conocer a cada uno de ellos, a saber
quién domina a quién, quién es el despistado o el que anda más libre, al que le
gusta investigar, al que le gusta ir con los adultos…al igual que nuestros
hijos, los pequeños lobos, son diferentes, tienen personalidades diferentes que
se irán marcando desde estos momentos, desde el juego, desde que son muy
pequeños.
Pasados unos minutos todo volvió a la calma. Se fueron
echando entre el brezo y sobre las rocas. Era el momento de descansar. De reponer fuerzas. De
recuperar energías. A la media hora, un gran lobo oscuro, muy oscuro, apareció
entre el brezo. Se dirigía directamente hacia donde se encontraba el grupo
familiar. Su andar era firme, decidido, elegante, potente, era un gran lobo. Se
fue acercando a través del intrincado y espeso brezal hasta donde estaba todo
el grupo.
Los cachorros se sentaron unos y se pusieron en pie otros.
Todos miraban hacia el lugar por el que venía el gran lobo. Ninguno lo veía
pero era increíble ver como esperaban atentos, las orejas tiesas y el cuerpo
estirado, cuello levantado y cabeza en dirección hacia el lugar por el que
venía el gran lobo. ¿Lo estarían escuchando? ¿Cómo notaban su presencia?
Cuando apareció, todos los cachorros salieron a su
encuentro contoneándose, moviendo su cuerpo como si fuera un gran chicle de un
lado para otro. Se acercaban, le chupaban la cara, el morro y se agachaban a su
lado sumisos, con las orejas gachas, meneando la cola en un signo de alegría
que parecía que la cola tuviera vida propia. El gran lobo comenzó a arquearse, a
contonear su cuerpo, a hacer espasmos que hicieron que llevara su cabeza un
poco hacia atrás para casi, inmediatamente, abrir la boca y regurgitar en el
suelo. Momento en el que todos los cachorros se abalanzaron sobre lo regurgitado
para comerlo.
El gran lobo se habría alimentado de cualquier animal,
cazado por él o encontrado muerto, los lobos son carroñeros y si encuentran un
animal muerto no desaprovecharán la oportunidad. Se habría alimentado a una
distancia que los pequeños lobos todavía no podrían recorrer así es que la
manera de llevar esa comida hasta sus lobeznos era en el estómago y además, en
forma de papilla, como cuando a nuestros hijos les damos papillas o purés para
empezar a comer después de la lactancia. No empiezan a comer carne
directamente, hay una transición. Los lobos hacen lo mismo. Se van
acostumbrando. El siguiente paso será llevarles un trozo de comida sin digerir,
en la boca, para que ellos vayan comiendo. Al cabo de un tiempo irán moviendo a
los pequeños hasta el lugar en el que se encuentra la comida y coman de ella.
La manera de comer también va afianzando su posición en el grupo. No todo el
grupo familiar come a la vez. Hay turnos. Hay rangos. Unos comen antes y otros
después.
Con el estómago lleno se volvieron a tumbar tranquilos
pero, al cabo de unos minutos, el mismo lobo que los llevó hasta las piedras se
comenzó a mover brezal abajo, momento en el que todos los cachorros se
levantaron y lo siguieron en fila. Había dado la orden de volver a su lugar
protegido, a su encame donde pasarían todo el día.
Bajaban por el brezo en fila cuando, de repente, el lobo
adulto que iba al principio se tumbó; inmediatamente todos los cachorros lo
imitaron. Desaparecieron entre la espesura. ¿Qué pasaba? ¿Por qué hacían eso? ¿Por
qué se tumbaban y desaparecían? Miré hacia las rocas y todos los lobos adultos
también habían desaparecido. Se los había tragado la tierra.
El porqué apareció unos cientos de metros más abajo; por
un camino subía un coche directamente hacia donde ellos se encontraban. El
coche subió y pasó a escasos metros de donde estaban tumbados el adulto y los
cachorros. Era increíble ver que no se veía nada, que habían percibido el
peligro y estaban actuando para no ser vistos, para no correr ningún riesgo.
Estaban ocultos. Escondidos. Nos temen y saben que un encuentro con el hombre puede ser muy peligroso y en ocasiones mortal. El coche pasó delante de ellos y unos cincuenta metros mas arriba paró, se bajó un hombre y comenzó a observar el valle; unos ciervos salieron corriendo pero los lobos ni se inmutaron, ninguno asomó. El hombre volvió al coche. Montó y se fue. Hasta que el coche no se alejó unos cientos de metros el lobo adulto no se levantó. Inmediatamente después todos los cachorros hicieron lo mismo y comenzaron a seguirlo por el brezal para salir al camino por el que acababa de pasar el coche. Bajaron por él y se perdieron en el mismo que lugar por el que habían aparecido unas horas antes.
Esta es la vida de un grupo familiar. Esto es lo que sucede en la naturaleza. Esta es la vida de 11 lobos en estado salvaje en un día cualquiera en nuestra sierra. Todo un privilegio de animal que debemos conocer para poder valorar y respetar.
Estaban ocultos. Escondidos. Nos temen y saben que un encuentro con el hombre puede ser muy peligroso y en ocasiones mortal. El coche pasó delante de ellos y unos cincuenta metros mas arriba paró, se bajó un hombre y comenzó a observar el valle; unos ciervos salieron corriendo pero los lobos ni se inmutaron, ninguno asomó. El hombre volvió al coche. Montó y se fue. Hasta que el coche no se alejó unos cientos de metros el lobo adulto no se levantó. Inmediatamente después todos los cachorros hicieron lo mismo y comenzaron a seguirlo por el brezal para salir al camino por el que acababa de pasar el coche. Bajaron por él y se perdieron en el mismo que lugar por el que habían aparecido unas horas antes.
Esta es la vida de un grupo familiar. Esto es lo que sucede en la naturaleza. Esta es la vida de 11 lobos en estado salvaje en un día cualquiera en nuestra sierra. Todo un privilegio de animal que debemos conocer para poder valorar y respetar.
Apreciar uma família inteira de lobos deve ser especialmente maravilhoso! Que precioso relato do espetacular acontecimento.
ResponderEliminarUm beijo
Te aseguro que es una auténtica maravilla. Gracias por el comentario.
Eliminar¡Qué agradable y satisfactoria tu experiencia lobuna que tan detallada y amena nos relatas!
ResponderEliminarEsas horas embebido en la observación de la familia de lobos son las que permiten avanzar poco a poco en el conocimiento de su forma de vida que, como comparas, en algunos momentos se asemeja a la de cualquier familia humana.
Es nuestra obligación hacer compatible la vida de ambas especies en el mismo entorno y, eso se logrará con constancia, a través de estudios como el que realizas y compartes.
'Ojolince y Sra.' te damos la enhorabuena y las gracias por ello.
Muchas gracias. Disfrutar de un grupo familiar de lobos es una auténtica gozada y una satisfacción enorme. Un saludo.
EliminarMuy interesante dice odu que lo ha leído y yo me a gustado pero madrugas mucho
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