jueves, 9 de diciembre de 2021

¡Lobo. Lobo. Lobo!

“¡Lobo. Lobo. Lobo!” Fueron mis tres palabras mágicas a las que Isa, Fernando, Alegría y mi pequeña Lucía respondieron de inmediato buscando donde les indicaba. Apareció en la ladera ante la atenta mirada de un gran ciervo que dejó de berrear, se giró completamente y se encaró con el lobo. El lobo se detuvo. El gran ciervo se encampanó. Se observaron frente a frente, como dos poderosos púgiles a punto de comenzar su batalla. De un lado, el gran ciervo con varias hembras escondidas entre el brezo tras él, del otro, el lobo que observaba y evaluaba la situación.
Ninguno se movió durante unos segundos que parecieron detener el tiempo. El ciervo levantó la cabeza lanzando un potente bramido corto que resonó en el valle como si de un cuerno vikingo se tratara, al terminar el sonido tensó sus patas delanteras y con un potente arreón de sus cuartos traseros se abalanzó con enorme potencia y firmeza a por su enemigo, agachando la cabeza, exhibiendo sus formidables cuernas que apuntaban directamente hacia el lobo que reculó temeroso para evitar males mayores.
He visto, en ocasiones, a un gran ciervo embestir con sus cuernas a un lobo y provocarle una fuerte herida en sus cuartos traseros. Heridas feas y complicadas de curar que los lobos tratarán de evitar por todos los medios. Como tratarán de evitar las coces que les pueden dar como pude presenciar hace años cuando dos lobos perseguían a un gran ciervo que se defendía lanzando terribles coces, una de las cuales impactó en uno de los lobos lanzándolo varios metros hacia atrás, el lobo tuvo suerte ya que no le causó más que un fuerte golpe que lo dejó aturdido unos segundos en el suelo para levantarse rápidamente y proseguir la formidable persecución.
El gran macho levantó nuevamente la cabeza estirando todo su cuerpo. Se subió sobre una roca y exhibió satisfecho todo su poderío, su fuerza, su enorme potencia y ahora su enorme orgullo de haber echado a su odiado enemigo y protegido a las ciervas que salieron de detrás de los brezos. Levantó la cabeza nuevamente y lanzó un sonido corto que recorrió el valle como el viento de la mañana, de repente, otro gran ciervo, más abajo, lanzó otro berrido corto al que contestó un tercer y un cuarto ciervo que estaban apostados a lo largo de todas las laderas del valle ¿Qué estaba pasando? Nuestra sensación fue de sorpresa y asombro: ¿Se estaban avisando unos a otros de la presencia del lobo? Nunca lo podremos saber pero, desde luego, es lo que parecía o por lo menos, es lo que nos pareció. 
El gran ciervo observaba al lobo que bajaba cuidadoso la empinada ladera. Bajaba con el rabo entre las patas, mirando de reojo hacia atrás por si el gran ciervo volvía a intentar ensartarlo con sus poderosas armas.
El lobo ejerce un control en la población de ciervos, atacará a los más débiles, heridos o enfermos con lo cual contribuye a su mejora genética. Sobreviven los más fuertes. Es la ley de la naturaleza. Pero hoy no era ese día, un solo lobo frente a un gran ciervo poco tiene que hacer y mucho que perder. Habrá más días. Días en los que el gran macho esté cansado o herido y entonces el lobo tendrá una oportunidad.
Hoy no era el día. Llegó al roquedo y paró. Ahí se encontraba seguro. El ciervo había quedado atrás. No era día para asumir riesgos. Miró al fondo del valle y continuó bajando.
Mi pequeña no quitaba ojo del telescopio. Ni parpadeaba. Observaba atenta y embelesada al lobo que teníamos tan cerca. Lobo que llegó al fondo del valle. Salió al descubierto. Se paró. Giró su potente cabeza y nos miró.
A través del telescopio su mirada se veía nítida, clara. La mirada de un lobo es profunda, penetrante, heladora. Su ojos almendrados color miel miraban a unos extraños que no perdían detalle de sus movimientos. Se giró. Avanzó unos pasos y se contorsionó desde la punta de su hocico hasta el final de la cola para sacudirse toda el agua que podía haberse pegado en su cuerpo al rozar los brezos y escobas en su bajada.
Unos pasos mas tarde se paró nuevamente y se rascó enérgicamente. Avanzaba decidido. Elegante. Poderoso. Con paso firme entre las hierbas. Paró y marcó: “¡Es una hembra!” Dijimos todos al unísono. En muchas ocasiones no puedes asegurar que es un macho o una hembra hasta que no les ves los genitales o la postura para marcar orinando ya que, hay machos que parecen hembras y hembras que parecen machos. En este casos estaba claro: era una hembra.
Continuó por el fondo del valle hasta llegar a la ladera de nuestra derecha que comenzó a subir oculta entre las altas hierbas. La loba subía tranquila. Atravesó la zona de hierbas altas hasta llegar al pinar y desapareció.
Nos miramos orgullosos. Alegres. Satisfechos. Mi pequeña se volvió y con los ojos como platos nos dijo: “¡Qué pasada!”.
(Agradezco enormemente a Fernando García sus fotografías para ilustrar esta entrada así como su compañía y la de Alegría que siempre es un placer compartir con ellos días, historias y vivencias. Gracias).

5 comentarios:

  1. Nos haces vivir la emoción del momento con tu relato.
    Como siempre y que no falte.
    Un beso para la pequeña naturalista.

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  2. Avistamiento y relato de los que crean afición, enhorabuena José y a seguir regalándonos estos momentos inolvidables. saludos

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  3. Qué vivencia tan intensa! Qué gusto leer tu relato!
    Ojalá sean muchas las ocasiones que tengamos la suerte de compartir estos formidables encuentros en la naturaleza.
    Gracias por ello, José.
    Salud y saludo de 'Ojolince y Sra.'

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  4. Amigo, parece que estaba yo también allí con vosotros según lo cuentas. Que pasada! Es que a Lucía me la imagino perfectamente.
    Es increíble como sacas el lado más hermoso de la naturaleza, y lo más importante, con que facilidad y elegancia lo transmites a los demás.
    Gracias.

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