Dos años después he vuelto a verlas. He vuelto a
disfrutar de la elegancia y belleza de un animal que nunca debió de desaparecer
de la provincia de Zamora. De un animal que se ha asentado en el lugar que
siempre estuvo. De un animal que puedes estar observando sin cansarte mientras
el tiempo pasa más lentamente, mientras el tiempo gira entorno a ella, a la
cabra montés.
El día estaba oscuro, triste, revuelto; tan pronto llovía
como la niebla cubría los cortantes riscos o salía algún rayo de sol que
tímidamente intentaba hacerse el dueño de la mañana. El sol perdió y las nubes
cubrieron el precioso valle, el valle de las cabras.
Allí estábamos otra vez. Poli observaba meticulosamente
valles, cortados y rocas con sus ojos adiestrados para ver el más mínimo detalle,
no se le escapa nada. No es lo mismo mirar que ver. Todo el mundo mira, pero
muy pocos son capaces de ver, de entender, valorar, respetar y enseñar como él lo
hace. Lo hace con una sonrisa, con una voz pausada, elegante y sabia, acompañada de unos ojos vivos que denotan que está disfrutando.
Así es Poli. Un hombre tranquilo, sosegado y de palabra ágil. Un hombre que
conoce y ama la naturaleza, que disfruta observando y enseñando, un hombre que
no se da importancia, que es un excelente fotógrafo y, por supuesto, mi amigo.
Después de unos minutos de búsqueda aparecieron. Allí
estaban. Dos años después volvía sentir la emoción de verlas, la emoción de
saber que seguían ahí. He visto cabra montés en más lugares pero la emoción de
verlas aquí no se parece en nada a verlas en otros lugares. Hay que intentar
que no te vean, que no te oigan, hay que pasar desapercibido y si te ven que no
se sientan amenazadas, que sigan con sus quehaceres cotidianos, con su vida,
que no se note nuestra presencia.
La cabra montés desapareció de la provincia de Zamora en
el primer tercio del s. XX. El jueves 26 de enero de 2006 se reintrodujeron trece ejemplares de
cabra montés traídos de Riaño, La Sierra de Gredos y Las Batuecas, con futuros
fines cinegéticos (al igual que los ciervos en la Sierra de la Culebra); estos
ejemplares se adaptaron poco a poco a su nuevo territorio y comenzaron a criar.
La Opinión de Zamora, dos días después, se hizo eco del
momento y, en una parte, de su artículo decía: “En ese momento se abrió una
pequeña puerta y uno de los animales salió y permaneció unos segundos junto al
remolque para emprender enseguida una veloz carrera. Al momento uno tras otro salieron el resto de los ejemplares con una gran velocidad tomando tierra y
posesión de un nuevo hábitat.” Ahí comenzó la vida de estas cabras.
En mi anterior
visita todavía quedaba una de las cabras que soltaron inicialmente con el crotal que la delataba, ahora ya no está pero ha dejado su huella, su sangre en
las cabras que pudimos disfrutar en la fría y desapacible mañana.
Allí estaban. En un pequeño roquedo. Tranquilas. Comiendo
unas y vigilando otras. Elegantes. Atentas. Con su clara capa de pelo que les
da un aspecto tierno, amoroso que dan ganas de tocar. Situadas en posiciones y
posturas inverosímiles sobre las rocas. Se mueven como pez en el agua sobre
aristas y pequeñas repisas que para cualquier otro animal sería imposible, simplemente, mantener el equilibrio. Sus
patas son especiales, es como si tuvieran un antideslizante o como en coches y
motos unos neumáticos concretos para cada ocasión pero sus patas son
permanentes y adaptadas al lugar en el que viven; sus pezuñas son muy duras y
puntiagudas, con las cuales se sujetan a las rocas de una manera mágica permitiéndoles moverse por lugares complicados y peligrosos para cualquier otro
animal.
Nos miraban. Estaban tranquilas. No las habíamos
asustado. No nos consideraban un peligro. Nos movimos lentamente con las rocas
a nuestra espalda. La mayoría del grupo estaba en un roquedo pero dos estaban
más cerca.
Una era el macho más grande del grupo y la otra era la
hembra guía. La hembra que conduce al grupo. La hembra que marca por donde ir y de la que todos se fían. La hembra que decide los mejores pasos, la mejor zona
de alimentación, por donde huir en caso de peligro o cuando moverse.
Nos miraban con expectación pero sin denotar ninguna
sensación de peligro. Mientras la hembra guía estuviera tranquila todos los
demás lo estarían también. El grupo lo formaban 22 ejemplares entre hembras, crías
del año anterior, machos jóvenes y el macho más grande. Este macho no es muy
mayor, faltaban los dos grandes machos que pude ver hace dos años. Dos machos
grandes y viejos que habían desaparecido, seguramente habrían muerto ya fuera
de muerte natural o no.
A estos grandes machos sus cuernos les dan dignidad, elegancia
y poder pero son, en muchas ocasiones, el objeto de su deseo, el motivo de su
caza. Estos cuernos son permanentes no se caen como las cuernas de los ciervos
o de los corzos, por lo tanto son cuernos y no cuernas. Estos cuernos van
creciendo en medrones (anillos) de crecimiento anual hasta más o
menos un metro en los machos y unos treinta centímetros en las
hembras; para calcular la edad de un macho se cuentan los medrones y se le suma
uno. Cuernos potentes y fuertes que marcan la vida y la muerte de los machos.
El celo ha terminado pero todavía el grupo permanece
unido durante algún tiempo más. Han pasado el invierno juntos. Han bajado de
las altas cumbres a las zonas medias y escarpadas de los valles. En las
próximas semanas se separarán y volverán a subir a los altos picos donde estarán
hasta el comienzo del próximo invierno en el que volverán a juntarse.
No se movieron en ningún momento. Estaban tranquilas
buscando la comida más apetitosa. La hembra guía y el macho bajaron de su
atalaya y se unieron al grupo para continuar con sus quehaceres diarios.
Nos fuimos. Las dejamos con su tranquila vida en el valle
de las cabras. Valle escondido, precioso, espectacular, valle en el que deben
de vivir su vida tranquila solo alterada por alguna águila real que pueda poner en peligro
a algún cabrito o algún lobo que tiente a cualquier cabra enferma o herida; estos
son los únicos depredadores naturales que pueden hacerle mella en condiciones
muy concretas, aunque, su mayor enemigo es el mismo que las trajo hasta aquí,
el hombre.
Impresionantes los machos de Cabra montés!!!
ResponderEliminarCada vez que veo imágenes de ellos, me hacen recordarr el gran capitulo que Felix Rodríguez de la Fuente les dedicó en El Hombre y la Tierra.
Un Saludo
Hola Jose Alberto. A mi me pasa lo mismo, son recuerdos de infancia que nos quedaron marcados. Un saludo.
EliminarHace mucho tiempo que no veo a esta magnífica especie, hace años bajábamos a Gredos para verlas, ya veo que las podemos ver mas cerca de Cantabria, a ver si preparo un viaje por Zamora. Preciso reportaje, un abrazo.
ResponderEliminarHola Germán. Verlas aquí es muy, muy complicado, sobre todo por el lugar donde están, el acceso es difícil pero si bajas a Zamora avísame. Un saludo y gracias por tu fiel comentario.
Eliminar