Allí estaba. Quieta.
Inmutable. Hierática. La ventisca soplaba con una fuerza tremenda a su alrededor,
el aguanieve caía arrastrada lateralmente empapando todo a su paso. Las nubes
bajas. La nieve cubriendo el entorno. Allí estaba. Agazapada. Protegida por los
brezos que paraban la fuerte ventisca.
Nos mira. Nos observa. Sigue inmutable. Está
sola en una tierra dura y complicada, en una tierra que conforma su lugar de
existencia, un lugar al que ha sido relegada a lo largo de los años, un lugar a
más de 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar, un lugar en el que viven
las últimas perdices pardillas de nuestra tierra, un lugar que ojalá sea un
feudo inexpugnable para que pueda progresar lentamente, un lugar
mágico, precioso y espectacular, la Alta Sanabria.
Se levanta. Se estira
pero no nos pierde de vista. Comienza a caminar lentamente hacia los brezos. Ahora
podemos verla en todo su esplendor. Es hermosa. Su plumaje es una muestra de su
adaptación. Se camufla perfectamente con su entorno. Cabeza alta mostrándonos su
color rojizo pardo, su pico gris claro. Camina por el borde de los brezos, protegiendo así su plumaje y manteniéndose seca; con esta ventisca si entrara en los
brezos y se le descolocaran las plumas podría mojarse, así es que permanece en
el borde, con el plumaje haciendo de coraza inexpugnable ante la adversidad del agua, de la nieve y del viento.
¿Por qué estará sola?
Varios metros más a su izquierda tenemos la respuesta. Un ruido de chasquidos,
alas agitándose y pequeños golpes llaman nuestra atención. Dos machos están
librando una dura pelea. Una pelea violenta. Una pelea en la que se pican
febrilmente, se lanzan uno sobre el otro con una fuerza y violencia impactantes.
Se levantan. Saltan y sus patas se convierten en poderosas armas para atacar al
contrario. Golpes. Picotazos. Arañazos. Saltan.
Caen. Se arañan. Se pican. Agitan las alas frenéticamente para coger impulso,
levantarse mínimamente y atacar al rival con las patas levantadas y
estiradas, donde las uñas son como pequeños cuchillos que buscan al oponente. La
febril lucha dura unos minutos, tras los que el perdedor se retira en un
vuelo corto hacia el interior del brezal. El ganador está satisfecho. Se estira.
Se sube en un pequeño promontorio y canta el himno de su triunfo emitiendo su
chasquido típico que hace honor a su nombre en estas tierras, la charrela. Otra
perdiz sale de detrás de un brezo. Es una hembra. Se juntan. El ganador está
exultante. Caminan juntos por el borde del brezal. De repente, el ganador, emprende la carrera frenéticamente.
Hay otras dos perdices más a la izquierda. Otros intrusos que no puede permitir en su zona. Se acerca
velozmente para expulsarlos de su tierra conquistada. Según se acerca las otras
perdices no quieren saber nada y emprenden la huida rápidamente, seguramente
sean otra pareja. Estamos en época de emparejamiento. En época de marcar
territorio. De defender una zona y a su pareja con la que criará, año tras año,
la futura generación de pardillas. Sube en otro promontorio y vuelve a cantar. La
charrela está exultante.
La charrela, perdiz
pardilla, es un ave escasa que está considerada en el Libro Rojo de las aves
de España como vulnerable y, actualmente, está prohibida
su caza, aunque de vez en cuando nos encontremos con noticias del decomiso de ejemplares
a cazadores que han matado alguna aludiendo que creían que era una perdiz roja.
La pareja de perdices pardillas se junta hasta tocarse
como en un tierno abrazo, se restriegan las cabezas reforzando su vínculo que
perdurará año tras año. Se pierden en la ventisca. Se van. Desaparecen al borde
del brezal. Continúan su vida. No irán muy lejos. Su territorio es ese y lo
defenderán, la época de cría está cerca y en ella colaboran los dos, tanto el macho
como la hembra intentarán sacar adelante a sus pequeños hasta que puedan
valerse por si mismos. Se esfuman entre la nieve, la niebla y el viento.
Mi cara dibuja una sonrisa de oreja a oreja. Llevaba mucho
tiempo con ganas de disfrutarlas así, tan cerca, de una manera tan natural,
siempre las había visto de lejos; cuando caminas por estos maravillosos parajes
y vas pendiente de poder verla, tienes que ir muy atento ya que suele
escabullirse entre los arbustos y no la verás o lo harás muy fugazmente, ya
que prefiere escapar corriendo que salir volando, algo que solamente hará
cuando estés prácticamente encima de ella y será un vuelo corto para,
rápidamente, meterse entre los matorrales y continuar corriendo. Pero hoy había
sido diferente, hoy había sido una gran satisfacción. Me giré hacia mi compañero
y le di unos enérgicos golpes en el hombro de agradecimiento y complicidad. Gracias amigo. Gracias Hipólito Hernández.
No las volvimos a ver pero nuestra satisfacción se
mostraba en nuestra amplia sonrisa y ojos chispeantes. La perdiz pardilla es
una joya de nuestra tierra, es una especie emblemática que no está tan valorada
como se merece. Es una especie que hay que cuidar, es un bien natural, un bien
común que debemos de saber apreciar, disfrutar, valorar y respetar porque si no
lo hacemos se irá, desaparecerá y entonces, no habrá remedio y lamentaremos no haberlo intentado. Parece que, muy lentamente, está
remontando el vuelo, por lo menos, no sigue su caída en picado, en buena medida
gracias a los programas de Conservación del Parque Natural del Lago de
Sanabria y alrededores que con sus técnicos y agentes medioambientales
entusiastas y amantes de la naturaleza le han dado un gran empujón, esperemos que
definitivo, hacia la salvación de esta increíble y bella especie que tenemos en
nuestra provincia. Todo un lujo que debería de estar más
valorado.
Huellas y excrementos de la perdiz pardilla. Que nunca desaparezcan... |
Que chulas sobre la nieve!!!
ResponderEliminarDesde luego son preciosas. Un saludo y gracias por el comentario.
EliminarQue bonita esta perdiz pardilla, espero que siga recuperandose y disfruteis de su presencia.
ResponderEliminarUn saludo.
También lo espero y deseo. Gracias por tu participación y un saludo.
EliminarPues llevo varios intentos este invierno detrás de ellas y sólo consigo verlas volando. Ahora con la nieve volveré a intentar disfrutarlas posadas.
ResponderEliminarEnhorabuena por las fotos, ¡con lo difíciles que son!
Saludos desde León
Sigue intentándolo que lo conseguirás y disfrutarás de lo lindo. Muchas gracias y un saludo.
EliminarLo primero darte la enhorabuena por el disfrute que supone el avistamiento y semejante observación de la Charrela; algo que muy pocos tienen en su haber.
ResponderEliminarA 'Ojolince y Sra.' nos alegra tu logro, sabiendo lo cuidadoso y entusiasta que eres de la naturaleza.
Sabes disfrutarlo y difundirlo como nadie, algo que resulta muy beneficioso para la consolidación de la recuperación de esta joya de especie.
Un saludo de 'Ojolince y Sra.'
Todo el mérito lo tiene mi amigo Hipólito Hernández que es un verdadero apasionado de la naturaleza al cual le doy las gracias nuevamente; yo pongo mi granito de arena para difundir a esta maravilla que tenemos y no sabemos apreciar, la perdiz pardilla. Un saludo y gracias por vuestra participación.
EliminarEfectivamente, quizás no sea el ave más llamativa, pero me parece una joya a preservar. Verla en los confines de la Alta Sanabria, un disfrute doble. El relato, como siempre, magnífico.
ResponderEliminarUn saludo desde Donosti
Alfredo
Gracias Alfredo. Un auténtico disfrute. Un saludo.
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