viernes, 3 de junio de 2011

El Gato Montés. Silencio en la noche.

Siempre que lo he visto ha sido por casualidad, por qué él se ha despistado o lo ha querido; que si atraviesa el camino, que si te lo cruzas en el bosque o estás en una casa rural, sales por la noche y allí está. Casualidades. Es silencioso, escurridizo, nocturno y se deja ver muy poco. Parecido al gato doméstico pero más corpulento, más grande, con la cola más gruesa, el pelo más largo y tres rayas en las patas.
Toda esta casualidad cambió con otra casualidad. Nos los encontramos sin buscarlos, fue una única vez pero muy intensa. Una camada de tres jóvenes gatos que hicieron con sus gestos, elegantes movimientos y belleza, las delicias de Isa y de mi que, prácticamente, no nos lo creíamos.
Llegábamos de una ruta cuando el guía nos dio una información esperanzadora, “en esta zona hay una camada de gatos monteses que los cogieron de pequeños porque su madre murió, los criaron y los soltaron, pero de vez en cuando vienen por esta zona y, si tenéis suerte, los veréis”. Para allí fuimos y allí estaban.
Al sol de la mañana. Tranquilos. Tumbados. Lavándose cuidadosamente, como buenos gatos. Juguetones y cariñosos, con unos ojos impresionantes que les permiten ver en la noche, que junto con el oído les permite moverse en la oscuridad mas absoluta sin ningún problema para capturar ratones, topillos, pequeños pájaros y algunos anfibios o reptiles.
Allí estaban, brindándonos un espectáculo que nunca hubiéramos imaginado. Su aspecto era imponente. Entre elegante y misterioso. Una vez leí algo sobre ellos que me llamó mucho la atención y aquí quiero reproducirlo. Fue escrito por  Leyhausen (1988) y lo llamó “la hermandad de los gatos machos”.
Lo describe de la siguiente forma: “cuando los machos se encuentran por primera vez lo normal es que anden a la brega;  como consecuencia de estos enfrentamientos todos los gatos se conocen entre sí y establecen una jerarquía que les permite aprovechar comunalmente los recursos y disponer de un territorio conjunto de caza. Al caer la tarde suelen reunirse amistosamente, respetando cada uno las distancias individuales de los otros e incluso respetando esta jerarquía en la época de celo. Sin embargo los combates son muy duros cuando un joven macho se considera preparado parar entrar en la hermandad. En este caso, se establecen duros combates  y el joven ataca una y otra vez a los machos viejos, aun cuando suele salir estrepitosamente derrotado, sufriendo heridas más o menos graves. Pero apenas se cierran las heridas vuelve a plantear combate a los viejos machos. Cuando tras aproximadamente un año de mantener esta situación de enfrentamientos, si no se ha visto finalmente dominado, ni se ha visto obligado a dejar la zona, tiene ya un lugar en la hermandad, no produciéndose nuevos combates sino con otros ejemplares jóvenes que quieren iniciar el mismo proceso de introducción en la hermandad”.
Tras observarlos y fotografiarlos un buen rato, nos fuimos en silencio, sin molestarlos, satisfechos de lo vivido. Volvimos 5 ó 6 veces más al mismo lugar durante los siguientes 4 días y nunca más los volvimos a ver.  

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