Nuestras ilusiones eran muchas y nuestras esperanzas también
pero no podíamos imaginarnos lo que viviríamos en los siguientes tres días por la Cordillera Cantábrica en un maravilloso lugar de Asturias.
El valle era espectacular. De bosques mágicos, luz especial
y paz que se adentraba dentro de ti y te abrazaba en un sosiego y tranquilidad
que invitaba a observar la naturaleza, a disfrutar de laderas repletas de
bosques y vegetación.
Dejamos los bártulos en la casa rural y rápidamente nos
fuimos en busca del oso. No había ni un instante que perder ya que debíamos aprovechar
el tiempo lo máximo posible.
Llegar y "besar el santo", como se suele decir. Antes incluso de montar el telescopio y mirar a la ladera de enfrente, nuestro maravilloso acompañante exclamó: "¡Allí hay uno!".
Rápidamente montamos los telescopios, nos colocamos y pudimos observar a una osa joven que comía avellanas tranquilamente. Nuestra euforia fue inmediata, contagiosa y debo confesar que se me pusieron los pelos de punta de la emoción al estar contemplando a uno de los pocos osos cantábricos que quedan en libertad en la península ibérica.
Llegar y "besar el santo", como se suele decir. Antes incluso de montar el telescopio y mirar a la ladera de enfrente, nuestro maravilloso acompañante exclamó: "¡Allí hay uno!".
Rápidamente montamos los telescopios, nos colocamos y pudimos observar a una osa joven que comía avellanas tranquilamente. Nuestra euforia fue inmediata, contagiosa y debo confesar que se me pusieron los pelos de punta de la emoción al estar contemplando a uno de los pocos osos cantábricos que quedan en libertad en la península ibérica.
El oso cantábrico es una especie en peligro de extinción y
declarada protegida en 1973. En aquel momento se encontraba al borde del abismo y gracias a programas de protección, educación ambiental, concienciación y enormes esfuerzos por la conservación de su hábitat, se
ha ido recuperando lentamente hasta la actualidad, en la que el oso ha pasado de
ser perseguido, cazado y furtiveado a ser considerado como un bien que hay que
conservar y cuidar, aunque todavía esté en peligro. Actualmente se estima que en la Cordillera Cantábrica hay una población de unos 160 osos en la
subpoblación occidental y unos 30 en la oriental.
Allí estábamos, viendo a uno
de esos osos que comía tranquilamente avellanas. Era impresionante ver como se
ponía a dos patas. Se estiraba y cogía con fuerza pero con cuidado, el avellano. Lo bajaba desde la parte alta para agarrarlo y, con una enorme delicadeza, comer
su preciado botín, las avellanas.
Los osos se mueven en función de la comida. En esta época
del año buscan las avellanas pero dentro de muy poco tiempo se adentrarán en los
robledales en busca de las bellotas, aunque no desdeñarán hormigueros, pasto
fresco, fruta, moras e incluso alguna carroña que puedan encontrar. La buena
alimentación en esta época será básica para coger fuerzas y grasas para poder
hibernar y para que las hembras tengan éxito en la cría.
Allí estaba. De avellano a avellano. De árbol a árbol
haciendo la misma operación de bajar los avellanos para comer sus frutos. De vez en cuando cruzaba una pedriza y la podíamos
admirar en todo su esplendor. Sus potentes patas. Su cuerpo grande. Su cabeza rubia. Sus orejas redondas y pequeños ojos envueltos en una mancha negra alrededor.
Los osos cantábricos varían enormemente en su tonalidad. Van
desde el marrón muy oscuro, casi negro, hasta el dorado claro (rubio) e incluso gris. Esta osa tenía la cabeza rubia, las patas oscuras y el cuerpo entre
gris y dorado. Era una gozada y un enorme privilegio poder verla moverse entre
rocas y árboles, entre arbustos y troncos. Era nuestro primer oso. Jamás
olvidaré ese momento. Esa sensación. Casi dos horas estuvimos admirándola. Dos
horas que se nos pasaron como una exhalación.
Sin darnos cuenta la noche lo envolvió todo y nos obligó a regresar a la casa rural hinchados de satisfacción, gozo y gratitud hacia nuestro acompañante que estaba igual de satisfecho o más que nosotros mismos. Nos acostamos ilusionados y esperanzados de poder volver a verla al día siguiente.
Sin darnos cuenta la noche lo envolvió todo y nos obligó a regresar a la casa rural hinchados de satisfacción, gozo y gratitud hacia nuestro acompañante que estaba igual de satisfecho o más que nosotros mismos. Nos acostamos ilusionados y esperanzados de poder volver a verla al día siguiente.
Antes del amanecer ya estábamos situados en nuestro punto de
observación. El tiempo pasaba lento y la osa no aparecía. Entre búsqueda y
búsqueda encontrábamos rebecos y corzos que deambulaban por las laderas en sus
quehaceres cotidianos. Pasada una hora, apareció. "¡Allí está!" Dije
emocionado. Allí estaba pero no era la misma. Era una osa más grande y de un color
diferente. Era más oscura, más corpulenta y fuerte. Caminaba decidida ladera arriba
parándose de vez en cuando para comer alguna avellana. Solamente la vimos unos
veinte minutos antes de perderla tras un enorme roble. Veinte minutos intensos, de verla aparecer y desaparecer entre escobas, avellanos y robles.
Los osos dependen enormemente de que el bosque esté en
condiciones. Necesitan una enorme variedad de alimento que consiguen
deambulando de ladera a ladera, de bosque a bosque en función de la época del
año. Buscarán brotes tiernos en primavera, arándanos y cerezas en verano o
avellanas y bellotas en otoño. Necesitan que su habitat esté sano y se conserve.
De ahí que uno de los puntos importantes en su conservación sea mantener sus
habitat saludables.
Nuestro anfitrión nos contaba historias de osos y anécdotas que había vivido. Experiencias que le habían conmovido, ilusionado e incluso apenado. Nos las contaba con admiración, respeto y amor hacia el animal que había visto siempre. Había vivido cómo el oso pasó de ser perseguido a admirado en un proceso
muy lento que se fue consolidando poco a poco a lo largo de los años.
Volvimos a la casa. A disfrutar del paisaje, de la
tranquilidad y de la paz que emanaba de la montaña sin saber las sorpresas que
nos depararía el día, y digo bien, el día, a plena luz, en las horas centrales
de un caluroso sábado, cuando admiramos a otro habitante de la montaña, el gato
montés; pero ahí,comenzará la siguiente entrada.
Apasionante descripción de una intensa experiencia que, como dices, se os habrá grabado en la memoria de por vida.
ResponderEliminarNos agrada pensar que esos preciados osos pululan por la bella montaña asturiana, su montaña y que se ven fuertes, poderosos...
Ojalá que podamos respetar y cuidar esos reductos donde la vida se preserva como si no pasase el tiempo.
Un saludo desde Pucela.
Increíble experiencia, os lo aseguro. Espero que os guste también la segunda entrada. Un saludo.
EliminarQue maravilla!!!
ResponderEliminarSon momentos que no se olvidan en la vida.Enhorabuena.
Saludos.
Tengo que reconocer que cuando vi a la osa por primera vez me parecía que estaba viendo un "documental", que no estaba allí, viéndola. Pero cuando de verdad me impresionó y me di cuenta de su importancia fue al día siguiente. Espero que te guste la siguiente entrada. Un saludo.
EliminarMaravilha, também temos na nossa agenda uma visita à terra do Ursos :)
ResponderEliminarGracias por el comentario. Ir en busca del oso, es una experiencia fantástica.
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