Hayas, tejos y acebos en la montaña palentina.
Mi abuelo era ebanista y desde pequeños nos enseñaba a apreciar la madera, a quererla, a diferenciarla y a respetar, por encima de todo, al árbol que había sido. El olor de las virutas en la carpintería fue compañero constante y fiel de mi infancia y juventud. Todas nos sonaban; roble, haya, cerezo, nogal e incluso ébano; al principio eran simples trozos de madera pero más tarde se convirtieron en maravillas que mi abuelo y mi tío hacían con sus manos. Nos enseñaba cosas del árbol que habían sido. Sacaba viejos y antiguos libros de dibujos gastados o la enciclopedia con la que él estudió y nos mostraba el árbol, cómo era, dónde se daba y alguna característica especial que tuviera. Ese cariño por la madera y los árboles se lo debemos a él.
Ese cariño y respeto continúa vivo cuando camino por un bosque o cuando me encuentro con un árbol solitario que aguanta estoico y cansado los avatares de la vida. Las pequeñas cosas especiales que nos contaba las sigo contando a los alumnos cuando vamos a excursiones o rutas.
El pasado fin de semana fuimos al norte de Palencia, donde hicimos dos rutas por una zona que no conocía y me sorprendió por su belleza. La primera fue a La Tejeda de Tosande y la segunda a La Fuente del Cobre.
La primera discurría por un valle entre bosques de robles y cortados donde los planeos de los buitres y los chillidos de chovas y arrendajos nos acompañaban para llegar a nuestro destino, un hayedo espectacular coronado por un bosque de tejos. Las hayas son árboles a los que le gusta tener los pies fríos y la cabeza caliente, es decir, conservan la humedad a pie de tierra y buscan desesperadamente la luz por sus ramas más altas. Cuando entras en un bosque de hayas te das cuenta que en cualquier momento puede aparecer un duende, un gnomo o un elfo, que caminas dentro de un cuento. En otoño las hayas explotan de color. Ocres, naranjas, amarillos y rojos cautivan la mirada y te tocan el alma. Son bosques húmedos donde las nieblas están muy presentes; si tenéis la suerte de entrar en hayedo con niebla, no lo dudéis, os cautivará.
Según íbamos subiendo por el hayedo, poco a poco hacían su aparición los tejos. Árbol emblemático desde antiguo cuya madera era empleada como arma tecnológica en la Edad Media ; un señor feudal que controlase un bosque de tejos tenía garantizada la mejor madera para la construcción de arcos, ya que su madera es muy flexible y muy dura. El tejo crece muy lentamente y es muy longevo, sus raíces y troncos se retuercen en un sin fín de posturas que provocan la admiración del que los contempla. Cuando un tejo se va haciendo muy viejo, su tronco se va abriendo, separándose hacia los lados, se va cayendo, se encorva hacia la tierra que lo vio nacer mientras su vida se le escapa muy lentamente. Al final del bosque de tejos nos encontramos un mirador desde el que el valle nos muestra todo su esplendor.
La segunda ruta nos conducía hasta el nacimiento del río Pisuerga en una cueva, la Fuente del Cobre. Para llegar hasta allí debíamos atravesar un hermoso bosque de robles jalonado por unas increíbles matas de acebos. Otro árbol especial que crece muy, muy lentamente. Un bosque de acebo cumple una importantísima función de cobijo para aves, micromamíferos y roedores ya que dentro de él sube la temperatura entre 3 y 5 grados y eso, en invierno, supone incluso salvar la vida para muchos animalillos.
Según nos íbamos acercando al final, atravesamos otro bosque de hayas de aspecto fantástico en el que, un jinete negro podía aparecer en cualquier momento, para llegar a la cueva de la cual nace el río Pisuerga, aunque realmente no lo hace allí si no que nace en la ladera del pico Valdecebollas, donde se recoge el agua y se va filtrando a través del sumidero Sel de la Fuente y, tras recorrer 10 kilómetros por una cueva que atraviesa la montaña, sale por la boca de ésta en un lugar llamado La Fuente del Cobre.
qué chuliiiiiii!!!!
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