jueves, 7 de mayo de 2020

Sentir al lobo.

Ver a un lobo es un momento único, especial, diferente. Da igual las veces que lo hayas visto, siempre hay una sensación de emoción, alegría, nerviosismo controlado o euforia que te recorre el cuerpo como una pequeña descarga pero, si además de poder verlo, tienes la inmensa suerte de poder verlo cerca (o muy cerca) o de sentirlo, entonces, las sensaciones se multiplican exponencialmente. Esos dos momentos son muy especiales: su mirada y cuando lo sientes. Estos dos momentos son únicos, impactantes, diferentes y los recordarás toda la vida.
Hace algo más de tres años publiqué el libro: “Observaciones de campo del lobo ibérico”. En él narraba varios encuentros muy cercanos con este animal tan emblemático de nuestra fauna ibérica. En estas dos próximas entradas quiero recordar algunos de ellos y añadir alguno mas que no aparece en el libro.
En esta primera quiero contar las sensaciones vividas cuando sientes a un lobo pero no lo ves. Sabes que está ahí. Lo notas. Notas su presencia. Lo oyes. Oyes su jadeo. Oyes su respiración. Oyes como se mueve a tu lado. Tus pelos se erizan y tus sentidos se ponen en alerta. Se acerca. Está a menos de cinco metros de ti. Esto nos pasó a mi amigo Jose Luís y a mi con un lobo que vino a ver quienes éramos y qué hacíamos allí.
El lobo bordeó una pequeña pradera...
“El sol se había ocultado y se veía muy poco. No había luna y la oscuridad lo cubría todo. El lobo bordeó una pequeña pradera y desapareció entre los brezos. Se acercaba. Nos quedamos quietos. En silencio absoluto. Escuchando. Pasados unos minutos un leve ruido delante nuestro nos hizo girar e indicar el lugar. Estaba allí. A escasos diez metros. Luego a escasos cinco metros. Entre el brezo. Nuestros sentidos se pusieron en alerta máxima. No veíamos nada pero si escuchábamos. Se movió a nuestra derecha en un andar muy lento, suave, como si no estuviera pisando entre brezos y carqueisas. Se movía y se paraba. Nos debía de estar observando detenidamente. Andaba de nuevo. Estaba a nuestra espalda. Se paraba y oíamos su respiración en la noche. Nos estaba rodeando. Estaba haciendo un círculo en el que nosotros éramos el centro. Quería comprobar e informar a su general lo que éramos y que queríamos. Siguió moviéndose lentamente, muy lentamente, notábamos su presencia, oíamos sus pasos en un susurro, escuchábamos su respiración. Nos dio la vuelta completa. Había terminado su trabajo. Debía de informar. Salió a la pista y oímos cómo se sacudía los trozos de brezo que pudieran haber quedado entre su pelo, era como cuando un perro sale del agua y se la sacude de un lado a otro”.
Sentirlo. Esa palabra alcanza todo su significado cuando se te acerca. Cuando sabes que está ahí. Cuando está a tu lado pero no lo ves como nos pasó en otra ocasión.
“La mañana era agradable y varios grupos de ciervos se movían entre brezos, escobas y pinos cuando José Luis me dijo casi en un susurro: "Tenemos un lobo detrás. Mira a ver". Los pelos se me erizaron como las púas de un erizo cuando se siente amenazado. También lo había oído. Silencio. Un jadeo. Silencio. Me giré muy despacio y busqué entre las peñas que teníamos detrás. No veía nada pero allí estaba. Sentíamos su presencia. Una presencia que no ves pero que sabes que está allí. No vimos nada. Giramos de nuevo la cabeza hacia los ciervos y otra vez. Silencio. Jadeo. Silencio. Jadeo. Silencio. Allí estaba por segunda vez. Detrás nuestro. Observándonos. Nos volvimos a girar pero nada nuevamente. Había estado allí. Nos había observado él a nosotros. El lobo había estado allí. No lo vimos pero notar su presencia, oírlo jadear es algo indescriptible, algo que hay que vivirlo para poder entenderlo”.
Estos encuentros han quedado grabados en mi memoria de una manera tan especial que según escribo estas líneas se me erizan los pelos de los brazos al recordarlos.
El último encuentro que quiero contar en esta entrada sucedió en un camino por el que íbamos tranquilamente cuando el sol se encontraba en lo mas alto. La conversación era amena y agradable acerca de los ciervos de la zona, los corzos que habíamos visto y el calor que hacía en pleno mes de agosto. Según avanzábamos noté una presencia; como cuando notas que alguien te está mirando, que tienes sus ojos clavados en tu nuca, esa sensación en la que miras para atrás y no ves a nadie, esa sensación en la que notas perfectamente que te están vigilando.
Bajábamos por el camino y la sensación no disminuía, al contrario, crecía por momentos. Cada pocos metros me giraba y miraba hacia atrás. Nada. No se veía nada en absoluto pero la sensación seguía ahí. A la cuarta o quinta vez que me volví un lobo asomó la cabeza por la parte izquierda del camino. Ahí estaba. La sensación que me vigilaba había aparecido. La preciosa cabeza dio paso a un potente cuerpo en el que se notaban todos sus músculos tensos al avanzar hasta el otro lado del camino. Cruzó y desapareció.
Me dejó de piedra. Boquiabierto. Ojiplático. La sensación que había tenido sobre mí durante un tramo del camino desapareció. El lobo desapareció. Fuimos incapaces de volver a verlo y eso que se metió en una zona de hierbas agostadas en la que teníamos muchas probabilidades de verlo pero él no quiso volver a mostrarse.
Estas dos entradas van a ser muy especiales porque con ellas quiero conmemorar los nueve años de existencia de este humilde blog que gracias a vosotros ha ido creciendo hasta llegar a las casi 6.000 visitas de media mensual. Gracias a todos.
Espero que haya podido transmitir alguna de las sensaciones que pude experimentar. Sentir al lobo es muy difícil de transmitir; quizás me entiendan un poco mas los que se hayan visto en situaciones parecidas.
Esta fotografía corresponde al primer encuentro narrado en esta entrada
porque antes de venir a vernos...nos miró.
La próxima entrada será la mirada del lobo. Esa mirada penetrante y cautivadora que he podido ver muy de cerca en unas cuantas ocasiones.

3 comentarios:

  1. No tengo ninguna duda sobre tu admiración por esta criatura tan sigilosa y mítica. Relatas con todo tipo de detalles unas vivencias repletas de segundos eternos llenos de suspense y emoción contenida.
    Te entiendo perfectamente, por el mero hecho, de haberlo vivido con otras especies que hacen vibrar de igual manera.
    Mis observaciones loberas no tuvieron esa cercanía física tan apreciada, la distancia rompió algo de encanto.
    Saludos.

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  2. Increible! Nunca tuve un lobo tan cerca...me gustaria !

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