Ver a un lobo es un momento único, especial, diferente. Da igual las veces que lo hayas visto, siempre hay una sensación de emoción, alegría, nerviosismo controlado o euforia que te recorre el cuerpo como una pequeña descarga pero, si además de poder verlo, tienes la inmensa suerte de poder verlo cerca (o muy cerca) o de sentirlo, entonces, las sensaciones se multiplican exponencialmente. Esos dos momentos son muy especiales: su mirada y cuando lo sientes. Estos dos momentos son únicos, impactantes, diferentes y los recordarás toda la vida.
Hace algo más de tres años publiqué el libro: “Observaciones de campo del lobo ibérico”. En él narraba varios encuentros muy cercanos con este animal tan emblemático de nuestra fauna ibérica. En estas dos próximas entradas quiero recordar algunos de ellos y añadir alguno mas que no aparece en el libro.
Hace algo más de tres años publiqué el libro: “Observaciones de campo del lobo ibérico”. En él narraba varios encuentros muy cercanos con este animal tan emblemático de nuestra fauna ibérica. En estas dos próximas entradas quiero recordar algunos de ellos y añadir alguno mas que no aparece en el libro.
En esta primera quiero contar las sensaciones vividas
cuando sientes a un lobo pero no lo ves. Sabes que está ahí. Lo notas. Notas su
presencia. Lo oyes. Oyes su jadeo. Oyes su respiración. Oyes como se mueve a tu
lado. Tus pelos se erizan y tus sentidos se ponen en alerta. Se acerca. Está a
menos de cinco metros de ti. Esto nos pasó a mi amigo Jose Luís y a mi con un
lobo que vino a ver quienes éramos y qué hacíamos allí.
El lobo bordeó una pequeña pradera... |
Sentirlo. Esa palabra alcanza todo su significado cuando
se te acerca. Cuando sabes que está ahí. Cuando está a tu lado pero no lo ves
como nos pasó en otra ocasión.
“La mañana era agradable y varios grupos de ciervos se
movían entre brezos, escobas y pinos cuando José Luis me dijo casi en un
susurro: "Tenemos un lobo detrás. Mira a ver". Los pelos se me
erizaron como las púas de un erizo cuando se siente amenazado. También lo había
oído. Silencio. Un jadeo. Silencio. Me giré muy despacio y busqué entre las
peñas que teníamos detrás. No veía nada pero allí estaba. Sentíamos su
presencia. Una presencia que no ves pero que sabes que está allí. No vimos
nada. Giramos de nuevo la cabeza hacia los ciervos y otra vez. Silencio. Jadeo.
Silencio. Jadeo. Silencio. Allí estaba por segunda vez. Detrás nuestro.
Observándonos. Nos volvimos a girar pero nada nuevamente. Había estado allí.
Nos había observado él a nosotros. El lobo había estado allí. No lo vimos pero
notar su presencia, oírlo jadear es algo indescriptible, algo que hay que
vivirlo para poder entenderlo”.
Estos encuentros han quedado grabados en mi memoria de
una manera tan especial que según escribo estas líneas se me erizan los pelos
de los brazos al recordarlos.
El último encuentro que quiero contar en esta entrada
sucedió en un camino por el que íbamos tranquilamente cuando el sol se
encontraba en lo mas alto. La conversación era amena y agradable acerca de los
ciervos de la zona, los corzos que habíamos visto y el calor que hacía en pleno
mes de agosto. Según avanzábamos noté una presencia; como cuando notas que alguien
te está mirando, que tienes sus ojos clavados en tu nuca, esa sensación en la
que miras para atrás y no ves a nadie, esa sensación en la que notas
perfectamente que te están vigilando.
Bajábamos por el camino y la sensación no disminuía, al
contrario, crecía por momentos. Cada pocos metros me giraba y miraba hacia
atrás. Nada. No se veía nada en absoluto pero la sensación seguía ahí. A la
cuarta o quinta vez que me volví un lobo asomó la cabeza por la parte izquierda
del camino. Ahí estaba. La sensación que me vigilaba había aparecido. La preciosa
cabeza dio paso a un potente cuerpo en el que se notaban todos sus músculos
tensos al avanzar hasta el otro lado del camino. Cruzó y desapareció.
Me dejó de piedra. Boquiabierto. Ojiplático. La sensación
que había tenido sobre mí durante un tramo del camino desapareció. El lobo
desapareció. Fuimos incapaces de volver a verlo y eso que se metió en una zona
de hierbas agostadas en la que teníamos muchas probabilidades de verlo pero él
no quiso volver a mostrarse.
Estas dos entradas van a ser muy especiales porque con
ellas quiero conmemorar los nueve años de existencia de este humilde blog que
gracias a vosotros ha ido creciendo hasta llegar a las casi 6.000 visitas de
media mensual. Gracias a todos.
Espero que haya podido transmitir alguna de las sensaciones
que pude experimentar. Sentir al lobo es muy difícil de transmitir; quizás me
entiendan un poco mas los que se hayan visto en situaciones parecidas.
No tengo ninguna duda sobre tu admiración por esta criatura tan sigilosa y mítica. Relatas con todo tipo de detalles unas vivencias repletas de segundos eternos llenos de suspense y emoción contenida.
ResponderEliminarTe entiendo perfectamente, por el mero hecho, de haberlo vivido con otras especies que hacen vibrar de igual manera.
Mis observaciones loberas no tuvieron esa cercanía física tan apreciada, la distancia rompió algo de encanto.
Saludos.
Son momentos únicos. Muchas gracias por tu comentario.
EliminarIncreible! Nunca tuve un lobo tan cerca...me gustaria !
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