El sol ilumina la laguna y lentamente sus habitantes van
despertando; azulones, somormujos, fochas, zampullines, gallinetas o rascones
van desperezándose poco a poco según los rayos del sol van calentando los
carrizos en los que se encuentra nuestra protagonista, la garza imperial.
Garza imperial se mantiene estática, quieta, mimética
con el entorno, encaramada en los carrizos, esperando su oportunidad, esperando
poder capturar alguna presa. Muy cerca de allí su compañera permanece echada,
absolutamente inmóvil, su camuflaje es perfecto, su quietud necesaria, está
incubando, calienta y protege su futura pollada. Está echada, paralela al agua,
con el cuello recogido dando el mayor calor posible a sus futuros polluelos.
Mientras tanto, su compañera, no consigue ninguna presa, hoy
no es su día y decide probar en otro lugar. Se levanta y muestra su precioso
plumaje en ocres, marrones, grises, negros y blancos; sus patas y dedos largos
que le permiten moverse con soltura entre los carrizos y la vegetación de la
orilla se muestran al viento con una enorme elegancia.
Sobrevuela la laguna, busca un lugar mejor para capturar una
presa, peces y ranas no le han dado ninguna oportunidad; en el agua, sus vecinos
de laguna comienzan sus quehaceres cotidianos; las fochas están alteradas,
pelean ferozmente por defender un territorio o a su pareja; los somormujos
inician su peculiar danza de amor en la que despliegan sus mejores galas y los
zampullines se sumergen en un constante frenesí mientras los rascones patrullan
por la orilla o un martín pescador espera su oportunidad en un carrizo.
El azul metálico del martín pescador destaca en los carrizos. |
Los somormujos están afanados en sus danzas amorosas. |
Pareja de rascones buscando por la orilla. |
La garza imperial sobrevuela inquieta la laguna, hoy no es
buen día para cazar aquí, habrá que probar en otro lugar.
Baja hasta una pradera en la que quizás encuentre algo de
comer. Paciencia. Esa es la norma. Paciencia. Ese es el método. Se mueve con
movimientos lentos, exasperadamente lentos, avanza una pata, la otra, ¡a visto
algo! estira el cuello, se tensa, se inclina hacia abajo, muy despacio, muy
lenta pero, de repente, estira su cuello como un resorte de alta velocidad que
termina en su fuerte y delgado pico que captura algo. ¿Qué ha cogido?
Levanta el cuello. Un topillo ha caído en la emboscada. Lo
mueve y lo coloca para tragárselo rápidamente. Lo lanza al aire para colocarlo
de cabeza y con un movimiento ágil y preciso se lo traga. Hoy no había ranas ni
peces en el menú.
La mañana avanza y la garza imperial vuelve al nido. Es la
hora del relevo. Su compañera debe de ir a comer. Se acerca cauta y sigilosa. Se
reconocen. Se dan el relevo. Es la hora de que cambien los papeles. La garza
echada se levanta y se va mientras que la recién llegada se acomoda en el nido,
exactamente igual que su compañera. Hay mucho trabajo ya que dentro de unas
cuatro semanas nacerán sus preciosos pollos. Hay que darles calor. No se pueden
perder.
Pasada una hora la garza regresa pero no al nido, al
carrizal donde pasará gran parte del día aunque de vez en cuando relevará a su
compañera. Incubar la puesta es cosa de las dos. Es necesario el trabajo en
equipo. El fin es lo principal. Entre un periodo de incubación en el nido y
otro, permanecerá oculta, encogida, adormilada entre los carrizos, de vez en
cuando estirará su cuello simulando ser una parte más del entorno.
Observa la vida a su alrededor. Un aguilucho lagunero
sobrevuela la laguna, señal de peligro para una pollada de azulones que nada
desesperadamente hasta el cobijo de la orilla. Mientras las fochas continúan
sus batallas particulares la garza imperial pasa el tiempo en su carrizal hasta
el anochecer cuando se activará nuevamente, se moverá entre hierbas y carrizos
cuidadosamente.
En las próximas semanas su vida cambiará radicalmente, sus
pequeños nacerán y comenzará un constante ir y venir en busca de alimento para
ellos pero eso, espero poder contároslo cuando suceda.