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sábado, 9 de septiembre de 2017

Los rascones (y sus vecinos) de la presa de San Miguel.

Sabía donde estaban. Los estaba oyendo moverse y emitir su grito típico pero no aparecían. Se movían como pequeños rayos entre los carrizos pero no había manera de poder verlos en condiciones. La familia de rascones vivía en la pequeña presa del río Castro. Días antes, Manolo Segura y Hipólito Hernández, dos grandes amantes de la naturaleza aparte de excelentes fotógrafos y, por supuesto, amigos, habían visto varios juveniles moverse entre los juncos.
El rascón europeo es difícil de ver. Es esquivo, huidizo y tímido que se escucha más que se ve. Es un pequeño fantasma que muy pocas veces sale fuera de la protección de los carrizos; eso era, precisamente, lo que estaba esperando escondido detrás de unos carrizos. Allí agachado, esperé.
Había varios rascones. Se oían en diferentes puntos y los había visto pasar entre los carrizos pero no salían. Amanecía y el sol iba iluminando lentamente el agua de la pequeña presa del río Castro. El sonido (más bien chillido) de los rascones se acercaba al borde de los juncos. Me puse tenso, levanté la cámara y espere. Asomó.
Allí estaba. Un rascón asomó cauteloso y lento entre los carrizos. Miraba de un lado para otro como cuando se va a cruzar una carretera. Allí estuvo unos segundos que se me hicieron interminables. ¿Saldría? ¿Volvería al interior del carrizal?
El rascón no se movió hasta que el sol lo iluminó con su suave luz naranja. Cuando la preciosa luz me mostró todos los colores del tímido rascón se comenzó a mover lentamente, con un infinito cuidado.
Avanzaba lentamente con sus delicadas patas levantándose por encima de la superficie. Miraba a todos los lados e introducía su cabeza dentro del agua. Comía. Estaba confiado y tranquilo.
Continuó avanzando hasta que salió totalmente al descubierto y pude apreciarlo en todo su esplendor. Su pico de color rojizo, su pecho grisáceo, su pequeña cola blanca y esos ojos intensos y despiertos de un fuerte color rojo que llaman poderosamente la atención cuando los ves de cerca.
Era un precioso adulto. Continuó avanzando. Comiendo. Se estiraba como cuando un sprinter llega a la ansiada meta. Se movía entre las hojas y el agua con una enorme delicadeza. Picoteaba la superficie o introducía la cabeza totalmente bajo la superficie. Otros rascones se oían en el carrizal. Había visto, en total, dos adultos y cuatro juveniles pero a este lo estaba disfrutando especialmente.
El rascón se movía tranquilamente hasta que se paró. Miró hacia arriba y, en un segundo, desapareció a una velocidad sorprendente en dirección a la seguridad de los carrizos. Una águila calzada sobrevolaba la laguna. Ese día no los volví a ver.
Uno de los jóvenes rascones fotografiados por Manuel Segura,
al cual le agradezco enormemente la foto para esta entrada.
Esta familia de rascones vive en un lugar peculiar. La presa de San Miguel en el río Castro, en Sanabria. Un lugar que tiene una enorme variedad de vida, una enorme biodiversidad. Un lugar en el que se pueden ver, entre otros: mirlo acuático, martín pescador, galápago europeo, cigüeña negra, garza real, nutria, rata de agua, carricerín común, ruiseñor bastardo, halcón abejero, alcotán, cigüeña blanca, carricero común, focha común, gallineta, zampullín común, andarríos chico, grande y bastardo, agachadiza común o chorlitejo grande y chico además de innumerables pajarillos, mariposas, anfibios, roedores, reptiles o libélulas. Las siguientes fotografías son una pequeña muestra de toda la vida que hay en la presa.
Martín pescador.
Mirlo acuático.
Galápago europeo.
   Rata de agua.
Andarríos grande.
Agachadiza común.
Preciosa fotografía de un archibebe claro realizada por Manuel Segura.
Carricerín común.
Fotografía de una nutria realizada por Hipólito Hernández,
al cual le agradezco enormemente cedérmela para esta entrada.
Garza real.
Zampullín común en primer término y rascón europeo al fondo.
Focha común.
Sin olvidarnos de todos los ciervos, corzos, zorros, jabalís y demás animales que acuden a sus orillas a beber, comer o bañarse. 
Un lugar especial que atesora una enorme biodiversidad de especies residentes o que simplemente estén en paso. Una pequeña presa preciosa con un amplio y diverso ecosistema en el que conviven cientos de especies tanto animales como vegetales que debemos valorar y respetar. Así es la presa de San Miguel en el río Castro.

jueves, 23 de abril de 2015

Pollos de cárabo y de búho chico.

Hace unos días, en uno de mis paseos por el bosque de Valorio (Zamora), tuve la inmensa suerte de encontrarme con dos polladas de rapaces nocturnas, las primeras que veía este año.
Mimético. Hierático. Está pero parece que no está. Es una prolongación del tronco, es un nudo del árbol. Dormido. Tranquilo. En su posadero diurno. En su bosque. En Valorio. El cárabo es una rapaz nocturna de gran adaptabilidad que tiene una amplia dieta que quizás sea la calve de su éxito. Desde otras aves hasta insectos, mariposas nocturnas, larvas, gusanos, ranas y, sobre todo, micromamíferos forman su dieta habitual.
Ahí está, en su atalaya, en su posadero diurno, en su lugar pero, no está sólo, un rechoncho pollo de ojos grandes, redondos y negros me mira asustado. Está escondido. Agazapado. Está en el suelo. Ha salido del tronco en el que nació, se ha movido por las ramas y ha caído hasta el suelo, debe ocultarse, debe pasar desapercibido e intentar subir a alguna rama, sino lo consigue, se ocultará en la profundidad de las zarzas, donde nadie lo vea. Allí permanecerá oculto, escondido, sin moverse pero al llegar la noche llamará a sus padres que bajarán a darle de comer, a atenderlo, a que continúe vivo.
El adulto cambia de ubicación. Se coloca en una grieta del árbol. Sigue inmutable. Es una parte del árbol, parece la misma madera, su camuflaje es verdaderamente imponente. Su mimetismo es absoluto. Allí permanecerá todo el día hasta que llegue la noche, momento en el que se activará y comenzarán sus movimientos por su territorio, por su bosque y bajará a dar de comer a su pequeño que seguirá en suelo o habrá subido a alguna rama; seguramente tenga más pollos en alguna otra rama o en el hueco en el que nacieron, a todos atenderá, a todos dará de comer.
La luz se apaga. La luna ilumina el bosque y el cárabo despierta. Su canto lastimero retumba en la noche. Su poderosa voz marca su territorio, indica a otros cárabos que él está allí; los habitantes del bosque se ponen en guardia, ha despertado el rey nocturno que comparte territorio con otra de las aves que viven en la noche, el búho chico que también ha tenido pollos.
Una cabeza asomaba entre las ramas del pino. Un búho chico me miraba con sus grandes ojos entre asustado, intrigado y sorprendido. Estaba en el nido. Quieto. Estático. Sin mover ni una sola parte de su cuerpo. 
Muy cerca del nido otro pollo estaba en una rama. Se había movido. Los pollos de búho chico a los pocos días de nacer salen del nido y se van moviendo por las ramas, van andando torpemente, agarrándose con fuerza y, cuando comiencen a pegar aleteos y vuelos cortos, se cambiarán de árbol pero permanecerán en la zona ya que sus padres acudirán a su llamada y les darán de comer allí donde se encuentren.
Los adultos están cerca. Vigilantes. Expectantes observarán todo lo que pasa cerca del nido. Controlarán a a sus pequeños. Observarán ocultos. Entre la espesura. Estarán en el mismo árbol o en alguno cercano sin perderse nada de lo que acontezca donde sus pequeños búhos se encuentren.
Estas no fueron las únicas sorpresas del día ya que también pude observar una preciosa tórtola europea; era la primera vez que veía una en Valorio y dado su enorme descenso en los últimos años supuso una gran alegría poder verla.
Para rematar la mañana, localicé, por primera vez este año, una rata de agua que se movía cautelosa por el arroyo. Nadaba rápidamente hasta que salió del agua, se puso a comer unas pequeñas hojas y desapareció entre la vegetación de la orilla.
La mañana había sido muy fructífera. Había conseguido dar un agradable paseo y poder ver nuevos habitantes del bosque que lucharán por sobrevivir en un mundo lleno de peligros pero muy hermoso. 

domingo, 30 de marzo de 2014

La regresión de la rata de agua.

Paseaba junto al riachuelo de agua cristalina cuando, un movimiento rápido llamó mi atención. ¡Una rata de agua! Hacía dos años que no veía ninguna. Días más tarde decidí acercarme al mismo lugar para intentar hacerle unas fotografías.
La tarde era lluviosa y fresca. Tenía poco tiempo. Comencé a recorrer el arroyo con cautela, mirando cada movimiento, cada onda del agua que me pudiera dar una pista hasta que, a lo lejos, observé una onda diferente. Rápidamente enfoqué con la cámara, hice una foto y miré. Allí estaba. Se ocultó en la orilla pero allí estaba. Había que ser paciente. Me escondí detrás de unos árboles y esperé.
La rata de agua está en regresión. Ha pasado de ser abundante a ser bastante complicado verla en muchos lugares en los que antes era común y, además, formaba parte de la gastronomía de muchos pueblos de la provincia de Zamora. He conocido a gente que las ha comido y todos dicen lo mismo: "Era un auténtico manjar".
Antonio Giménez-Rico llevó al cine la novela de Miguel Delibes, "Las Ratas" (1962). Parte de ese rodaje se realizó en Zamora, en 1998, y el director comentaba que: "Fue en un pueblo de montaña donde nacía un río y aún había ratas. Los paisanos cazaron una docena e hicieron un arroz. Yo no las comí. Me daban asco" (El País. 13 de junio de 2010).
Se había escondido. Había que esperar y mientras esperaba otros habitantes de la ribera y rivera hicieron su aparición. Antes de seguir, aclarar lo de ribera y rivera del río. Ribera con "b" se refiere a la margen y orilla del río y rivera con "v" hace referencia al cauce por donde corre el agua; con lo cual los habitantes aparecieron tanto en la orilla como en el cauce. Azulones, mosquiteros, petirrojos, lavanderas cascadeñas y blancas, mirlos, carboneros y hasta un chochín se movían por las orillas e incluso alguno aprovechó para darse un reconfortante baño. La rata de agua no salía y decidí dejar el lugar para volver más tarde.
Mosquitero ibérico dándose un baño.
Mirlo común macho con aporte para el nido.
En la época de la posguerra se aumentó su caza (actualmente está prohibido) para consumo ya que era un recurso fácil y nutritivo que no se podía desaprovechar y como decía mi abuela: "No se pasaba hambre, era penuria"
Otro factor que ha afectado enormemente a la disminución de la rata de agua es que en los años sesenta la concentración parcelaria provocó el desvío o canalización de muchos riachuelos, con lo que su hábitat se vio seriamente alterado en muchos lugares al destrozar las márgenes de los arroyos haciendo desaparecer los lugares de cobijo y alimentación de estos roedores. También las quemas de las orillas supone una pérdida de su hábitat.
Volví. Esperé y apareció. La sensación cuando la ves es la de estar viendo "un topillo gordo". Salió tranquila, nadando río abajo. Se movía cerca de la orilla. Se acercó a la margen izquierda y comenzó a comer unas hierbas. Desapareció. Aproveché para correr río abajo y adelantarla. Quería esperarla. Me agazapé y esperé.
Rata de agua royendo un trozo de madera.
Se subió a una maraña de ramas y hojas para comer.
Las ratas de agua siempre han tenido enemigos naturales como la nutria, el gato montés, el turón, el zorro o rapaces diurnas y nocturnas pero, a estos, hay que añadir un enemigo nuevo y peligroso, el visón americano, voraz depredador que se está extendiendo cada vez más por toda la península y supone un enorme problema para muchos de los animales autóctonos de nuestros ríos.
En la actualidad se encuentra catalogada en España como: "Vulnerable VU A2ace+3ce. Las referencias conocidas sobre su estado indican una fuerte regresión superior al 30% debida a una reducción o pérdida de calidad de hábitat y al efecto de taxones introducidos (Román, 2007)" (Enciclopedia de los vertebrados españoles).
Volvió a salir. Venía hacia mi. Nadando. Tranquila. Salió de la orilla y comenzó nuevamente a comer de unas hierbas e incluso a roer un pequeño trozo de madera. Llegó tan cerca de mi que el objetivo era incapaz de enfocarla. Se dio la vuelta y continuó río arriba. Tenía que marcharme. Allí la dejé.
Desapareció nadando río arriba. Confío en que nadie la moleste y pueda quedarse por la zona. Sería una buena noticia.