El pasado sábado me dirigí a una zona de la provincia de Zamora en la que me había dicho J. Alfredo Hernández, gran conocedor y amante de la naturaleza zamorana, que había una buena población de ganga ibérica, mi objetivo de ese día. Como suele suceder casi siempre cuando vas en busca de una especie determinada no la ves y surge algo totalmente inesperado que compensa plenamente el pequeño fracaso de lo que buscabas.
La mañana estaba revuelta y fría pero los pájaros estaban en plena ebullición, la primavera ha comenzado con fuerza en las aves que reclaman a sus parejas o incluso ya tienen sus pequeñas proles. Mi única visión de las gangas ibéricas fueron siete ejemplares demasiado lejanos y durante muy poco tiempo pero, rápidamente, una silueta llamó mi atención. Era un ave grande, poderosa y fuerte. La distancia era considerable pero el rápido vistazo con los prismáticos confirmó mi impresión. Era un águila real adulta que patrullaba su territorio de caza. Volaba bajo. Buscaba una presa. Se acercaba lentamente cuando apareció una segunda águila real, también adulta que se unió a la primera en la patrulla de búsqueda de alimento. Se acercaban cada vez más pero, para mi frustración, se dieron la vuelta y desaparecieron. Se alejaron planeando hacia las lomas más lejanas.
Continué mi recorrido entre grupos de jilgueros, pardillos, pinzones, trigueros, alondras, algún colirrojo tizón, milano negro y real, aguilucho ratonero, abubillas y las comunes urracas, cuervos o cornejas cuando un espectacular canto llamó mi atención encima mío. Un ave volaba cantando sin parar. Reclamaba de forma intensa a la que contestaba otro canto igual de intenso y hermoso en el suelo, entre las hierbas.
Era una calandria (gracias Alfredo por ayudarme a identificarla) que volaba alterada entre cánticos intensos. Mientras la observaba con atención efectuó un movimiento extraño. Paró de cantar. Se tiró al suelo como un halcón sobre una presa y desapareció entre las hierbas. Rápidamente busqué el porqué de ese comportamiento y, ante mi enorme sorpresa, apareció, a muy poca distancia, desde detrás de una loma, otra águila real volando muy bajo. Era una joven de primer invierno. Era la tercera águila real de la mañana.
Volaba muy bajo, con la cabeza inclinada, mirando atentamente a todo lo que podía suponer una presa. Era imponente. Majestuosa. Espectacular. Planeaba con suavidad, con elegancia pero con una fuerza que se transmitía en sus alas, en su cabeza, en su pico. Era la reina del lugar. Se lanzó en varias ocasiones al suelo sin conseguir ninguna recompensa.
El águila real se fue alejando poco a poco, de repente, apareció un cuervo que se lanzó a por ella con una fuerza tremenda. La acosaba. La quería echar de su territorio. La expulsaba con ataques en picado que molestaban a la joven águila que terminó por alejarse ante tan incómodo vecino.
La siguiente sorpresa de la mañana fue una garza imperial que pude observar en Timulos, presa sobre el río Duero, cerca de Toro.
Había venido varias veces en su búsqueda, sin suerte, pero esa mañana el extraño comportamiento de lo que unos llaman suerte y otros azar quiso que la tostada cayera de mi lado y la suerte cambió.
Timulos es una pequeña presa llena de vida en la que cormoranes, garzas reales, cigüeñas o milanos negros vuelan de aquí para allá mientras algún aguilucho lagunero, águila calzada o milano real pasan de forma esporádica sobre algún pato cuchara, azulón, focha, polla de agua o somormujo lavanco que nadan en busca de comida entre carrizos o espadañas y alguna nutria patrulla las tranquilas aguas en busca de alimento.
Aquí esperaba encontrar a la esquiva garza imperial. Ave difícil de ver por su mimetismo absoluto entre los carrizos. Ave que en marzo llega a nuestras tierras desde el África Tropical y que había visto en este lugar otros años y, Alfonso Rodrigo, había visto el ocho de marzo.
Observaba los carrizos cuando dos alas diferentes aparecieron entre ellos, solamente las vi un momento pero la primera impresión era esperanzadora. Desde ese momento, cada poco, observaba por el telescopio el lugar hasta que la garza imperial se levantó mostrando toda su belleza y colorido.
Sobrevoló las tranquilas aguas. Su típica silueta se recortaba sobre las aguas, su largo cuello curvado en S, sus colores vivos e intensos. Nunca la había visto volar de esa manera. Siempre la había visto escondida entre los carrizos.
La garza imperial es un ave reservada que no suele alejarse de las zonas de vegetación de las orillas y que estaba mostrándome todo su esplendor en un vuelo que recorrió parte del río. Dio media vuelta y volvió a la misma zona en la que se encontraba pero en el otro extremo. Se posó en el final de los carrizos, al descubierto y, de repente, una garza real que se encontraba muy cerca, en el nido, se levantó y se tiró a por ella violentamente. Aquí pude comprobar el menor tamaño de la garza imperial frente a la real que impuso su mayor envergadura y poderío para desplazar a la garza imperial que se metió de nuevo entre los carrizos, oculta, mimética, solamente se podía distinguir su cuello que parecía una rama en el entramado de la orilla.
La garza imperial está en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas con la categoría "De Interés Especial". Es un ave reservada que al rato volvió a salir y atravesar todo el río. La pude ver volar hacia mi orilla, donde desapareció.