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lunes, 6 de octubre de 2014

Nombres vernáculos y científicos.

Cada pueblo o cada comarca de nuestra provincia tiene sus propios nombres de aves, mamíferos, setas o árboles. Es su manera de llamar, desde hace siglos, a lo que tienen a su alrededor. Estos nombres se transmiten de generación en generación y forman parte del patrimonio cultural de nuestra tierra; si nos referimos a las aves nos encontramos con una enorme variedad de nombres vernáculos, nombres con los que las aves son conocidas en esos pueblos o comarcas.
Estos nombres se han ido olvidando ya que no se transmiten de padres a hijos como sucedía antes. Los hijos se han ido yendo de los pueblos y, en muchos casos, no conocen la riqueza del lenguaje de su lugar de origen. Y si no se usa, se pierde; así habrá sucedido con una gran cantidad de nombres pero otros muchos todavía siguen utilizándose por las gentes de nuestros pueblos.
En el pequeño pueblo de Robledo situado en la Sierra de Culebra se siguen llamando a algunas aves como lo han hecho desde hace muchos, muchos años. En mis conversaciones con Mundi, Isabel, Ángela, Bea o Ángel han ido saliendo un buen puñado de esos nombres vernáculos que para ellos son lo más normal del mundo ya que es como los han llamado siempre y que para mi eran chocantes, divertidos o sorprendentes.
Estos nombres tienen su sentido, tienen la maravillosa simpleza de lo normal, de lo común; son nombres que se pusieron por algo que tiene el ave, por algo que hace o por el lugar en el que se ve normalmente.
Así por ejemplo al chotacabras gris lo llaman pitaciega porque no se mueve del suelo hasta que casi no estás encima de él, es como si no viera, estuviera ciego y además hay que pitarle, asustarle o gritarle para que se mueva del sitio.
El chotacabras es la pitaciega.
Al mito lo llaman linacero porque era muy común entre las plantas de lino o al carbonero común, chichipán que es como suena su cántico. Cada ave tiene su nombre por alguna razón simple, por alguna razón que consideraban se adaptaba a esa ave. Ahí van algunos ejemplos.
El colirrojo tizón es la babarrubia.
Al petirrojo lo llaman pimentera.
El moscón es raboalzado.
El escarrapitín es un agateador.
La perdigocha es la perdiz.
A la urraca la llaman pegocha.
El pito ferrueño es el pico menor.
El tener un nombre para cada ave en una zona, pueblo o comarca planteaba un enorme problema a la hora de clasificarlos y saber de que animal se trataba. Cuando en los siglos XVI y XVII se traían a Europa multitud de animales y plantas procedentes de América, África o Asia más las existentes en Europa era una auténtica locura ponerse de acuerdo en que animal era uno u otro ya que podía tener multitud de nombres dependiendo de donde estuviera por lo que, los científicos de la época, intentaron establecer un orden lógico pero cada uno ponía un nombre que podía ser modificado posteriormente; no había una clasificación que valiera para todos hasta que Linneo (científico sueco), en el siglo XVIII estableció el sistema binomial, dos nombres, de los cuales el primero era el género y el segundo la especie.
Linneo fue el primero en utilizar este sistema de manera constante, todos los científicos de la época y posteriores comenzaron a utilizarlo y, con alguna modificación, ha llegado hasta nuestros días.
El nombre científico fue un avance fundamental, necesario y definitivo en la clasificación pero los nombres vernáculos siguieron estando ahí hasta bien entrado el siglo XX en el que se empezaron a despoblar los pueblos y los nombres comunes comenzaron a caer en el olvido. Lo que no se usa, se olvida. Lo que no se transmite, se olvida y, lo que se olvida, se pierde, como está sucediendo con esos viejos nombres.