jueves, 29 de agosto de 2013

Charrán patinegro: acrobacias en la playa.

He estado unos días en Galicia. Días de descanso que siempre vienen bien pero aún de vacaciones estás pendiente de los animales que se pueden mover alrededor. Uno de esos días nos encontrábamos en la playa cuando ante mis ojos y, entre todos los bañistas, apareció un grupo de charranes patinegros que comenzaron a lanzarse como pequeños proyectiles a las frías aguas en busca de comida. Rápidamente me volví al hotel en busca de la cámara. Había que aprovechar el momento.
A los pocos minutos regresé a la playa y me situé en uno de los extremos para poder tener una buena perspectiva de las evoluciones de los charranes patinegros. Nadie se había percatado de ellos o, por lo menos, los ignoraban por completo. Solamente Isa y yo los observábamos y admirábamos sus evoluciones sin perder detalle.
Es impresionante ver la manera que tienen de pescar. Patrullan la playa en una especie de baile elegante hasta que se ciernen, observan el agua, agachan la cabeza y se lanzan como un auténtico misil plegando las alas para formar una figura aerodinámica que corta el aire a una tremenda velocidad y entra en el agua como una lanza para, a los pocos segundos, surgir con su preciada presa.
Son elegantes  y muy efectivos ya que la inmensa mayoría de las veces surgían de las frías aguas del atlántico con su captura en el pico que se comían al instante para comenzar una nueva ronda de patrulla entre los bañistas que seguían en el agua sin hacer ningún caso a los pequeños proyectiles que caían a su alrededor.
Nos miraba más la gente a nosotros con la cámara que a las evoluciones de los charranes que no paraban de subir y bajar, de lanzarse y salir del agua. Es impresionante la capacidad de vuelo que tienen, la destreza en sus picados, la efectividad.
Para alguien de tierra adentro todas las aves marinas son llamativas y, verlas pescar, aún más; ya sé que para algunos es algo normal pero para nosotros era una novedad, algo diferente y hermoso que nos llamó poderosamente la atención pero, en la playa, suceden más cosas y mientras los charranes patinegros hacían sus cabriolas y vuelos una joven gaviota patiamarilla se afanaba en intentar comer su captura.
Un buen rato estuvo la joven gaviota mirando la manera de comerse a la estrella de mar. Que si la cojo por aquí, que si la cojo por allá, que si la pico por este lado, que si la pico por el otro. Después de un buen rato consiguió quitarle uno de los brazos y comérselo; aunque, seguramente, fue la estrella de mar la que lo sacrificó para libarse de la gaviota ya que cuando esta se lo comió, dejó a la estrella a un lado y siguió buscando cangrejos o pequeños peces entre las rocas y pequeñas pozas que dejaba la marea o a pedir a sus padres que se movían entre las rocas cercanas.
Las estrellas de mar son unos invertebrados especiales que son capaces de sacrificar uno de sus brazos para librarse de un depredador y, después, regenerarlo, ya que tiene un complejo sistema nervioso que es capaz de prodigios como ese. 
Los charranes estuvieron un buen rato pescando en la playa. Cuando la marea fue subiendo, desaparecieron. Su exhibición había terminado por hoy.

martes, 27 de agosto de 2013

Por Sanabria II: el río Castro.

Sanabria es atravesada por el río Tera. Fuente de vida y prosperidad y hacia él llegan las aguas del río Castro, uno de sus afluentes.
El río es una fuente de sorpresas y tras varios días acudiendo a los mismos lugares en busca de la nutria, uno de sus habitantes más característicos, conseguí verla de la manera más extraña que uno puede pensar cuando se imagina encontrarse con este curioso y hermoso animal; pero vayamos por partes, todo a su tiempo.
El río Castro nace cerca de Requejo y desemboca en el río Tera en Puebla de Sanabria. Alrededor de veinticinco kilómetros llenos de vida en unas aguas cristalinas y un bonito bosque de ribera en el que sus habitantes se mueven por sus aguas o se acercan a beber.
De entre todos voy a destacar tres encuentros. Cada uno singular. Cada uno especial. Cada uno diferente.
El primero es con la nutria. Habitante del río que se mueve sin descanso y que pude observar de una manera totalmente sorpresiva.
Nos encontrábamos seis personas en la orilla cuando oímos un chillido: "Qué es eso". Me preguntó uno de mis compañeros. "Una polla de agua". Le contesté. Era la voz de alarma de una gallineta entre los juncos. Instintivamente miré hacia mi izquierda y ante mi sorpresa, a menos de cuatro metros, salió del agua una nutria que, ante mi asombro absoluto, marcó el lugar con un excremento, avanzó unos metros y se lanzó al otro lado del río.
Después de cuatro días escudriñando el lugar en su busca y de haberla oído en numerosas ocasiones, salía a nuestros pies con total tranquilidad, ignorándonos por completo. La naturaleza y el comportamiento de los animales nunca deja de sorprenderme. La volvimos a ver una vez más cuando se nos acercó asomando la cabeza de las cristalinas aguas. Su carácter curioso le hizo, al anochecer, asomarse a ver quienes éramos y qué hacíamos allí.
El segundo encuentro es muy variado ya que en este caso quiero hacer hincapié en la gran variedad de animales que se acercan al río a comer en sus orillas o a beber agua. Corzo, ciervo, zorro y jabalí he podido observar junto al río. La actividad al anochecer es continua. Puedes encontrarte con un grupo de doce jabalís y a su lado un ciervo y un poco más atrás a una corza con su cría y un poco más a la izquierda unas ciervas con sus bambis. Actividad constante. Vida a raudales.
Entre todos estos habitantes el que más nos sorprendió fue un joven zorrillo. Apareció en la orilla. En esta ocasión no venía ni a beber agua, ni a comer...venía a curiosear. Se acercó al agua y observó. Se movió unos metros río arriba y observó. 
Observaba a una persona que estaba pescando en la orilla opuesta; la cual no se enteró en ningún momento que el zorrillo la miraba intrigado. ¿Qué hacía con ese palo largo que tiraba al agua? La cara del zorrillo era de sorpresa, intriga y expectación. Era fascinante ver en una orilla a un pescador y, enfrente, observándolo, un joven zorrillo que lo miraba intrigado.
Una de las veces que apareció marcó el lugar con una meada. Era una hembra. Esta vez había venido a curiosear. En otra ocasión vendrá a beber agua o a buscar comida.
El tercer encuentro es con varios galápagos europeos. Especie catalogada en España como vulnerable. Especie nada fácil de observar y que me hizo mucha ilusión ver. El día que más pude observar fueron cinco ejemplares. (Agradezco enormemente a Gonzalo Alarcos su colaboración en la identificación de alguno de ellos).
Esta especie está en regresión y siempre es motivo de satisfacción poder observarla ya que tienen un crecimiento muy lento, alcanzando la madurez sexual muy tarde; a los 12-13 años en los machos y en las hembras a los 18-20 años. Por lo tanto su proceso de cría es muy lento y poder ver tres jóvenes glápagos es una gran alegría.
Las poblaciones de galápagos van disminuyendo poco a poco. Los científicos exponen diversas razones de esta decadencia. Entre ellas destacan la destrucción de su hábitat, la introducción de especies exóticas y la división de sus poblaciones. A la cual podríamos añadir que pueden llegar a desaparecer el 95% de los huevos o neonatos de una puesta y eso, en una especie catalogada en España como vulnerable, es una tremenda pérdida; con lo cual, poder verlos es un motivo de satisfacción.
Aparte de estos tres encuentros especiales pude disfrutar de un buen número de habitantes del río que viven en él, en su entorno o simplemente pasan por allí. Ente ellos dos polladas de gallineta común (una con tres pollos y otra con dos), martín pescador, mirlo acuático, halcón abejero, buitre leonado, zampullín chico con un pollo, alcaudón real, azulón, garza real, cigüeña blanca, pito real, alcotán, aguilucho ratonero, mucha lavandera blanca y cascadeña con pollos volanderos, perdiz roja, cuervo, arrendajo, corneja, culebra bastarda, lagarto ocelado o andarríos chico. Un buen número de habitantes que viven o se acercan al río en busca de refugio, comida o simplemente a beber.
De todos estos hay dos que me gusta especialmente observarlos. El mirlo acuático y el martín pescador.


El martín pescador me ofreció un verdadero espectáculo con sus impresionantes picados para introducirse en el agua y capturar una presa. Es impactante como se lanza cual pequeña flecha azulada para atravesar las frías aguas y salir con su captura.
El río es fuente de vida. El río es un cúmulo de sorpresas. Libélulas, caballitos del diablo, ranas o culebras se mueven sin descanso. El río es un lugar de encuentro. Un lugar de vida. Conservémoslo.

lunes, 12 de agosto de 2013

El lobo cazando II.

Desde que nos fuimos no paramos de pensar y hablar del mismo tema.. ¿qué habría pasado con el ciervo? No parábamos de comentar cómo corrían, la estrategia, las coces, la fuerza, la astucia, la mirada entre ambos...el día fue un monólogo de recuerdos, sensaciones y vivencias.
A las 18:30 volvimos al lugar en el que se habían metido los lobos y el ciervo. Según llegábamos supimos el desenlace. Un grupo muy numeroso de buitres se congregaba en las rocas cercanas. El ciervo había caído. La estrategia de los dos lobos surtió efecto. Su afán fue llevarlo hasta el río de donde era muy complicado que pudiera escapar. La ley de la naturaleza se había cumplido. Cazador y presa.
Los buitres se apilaban en lo alto de las rocas cercanas; hasta sesenta buitres leonados, ocho buitres negros y un alimoche se congregaron en el lugar. Esperaban su turno. Milanos (negro y real), cuervos, urracas, cornejas o grajillas se movían nerviosos entre las rocas y el río. La muerte de un ciervo supone comida para muchos animales pero, los que primero estaban comiendo eran los lobos. Ellos lo habían capturado. La presa era suya. Hasta que no terminaran no comerían los demás. 
(En una entrada antigua hablaba del orden de llegada de los carroñeros a una carroña. Si queréis leerla pinchar aquí)
Estuvimos toda la tarde escudriñando el lugar. Sabíamos el punto exacto en el que estaba el ciervo pero no veíamos su cuerpo. Los lobos se dejarían ver o, por lo menos, eso esperábamos.
Así fue. Un lobo que parecía joven, seguramente una cría del año pasado, subió del río hacia un claro en el que estuvo oliendo y buscando un buen lugar para tumbarse. Tenía una enorme barriga. Estaba lleno. Se movía pesadamente entre las hierbas hasta que se sentó y tumbó. Después de una buena comilona había que descansar. Allí estuvo tumbado durante un buen rato. 
Otro lobo se adentró en el claro. Era mucho más fuerte y potente que el anterior. Sus andares elegantes le llevaron hasta donde estaba el lobo joven que se levantó y acercó sumiso hacia él. Seguramente fuera el macho alfa, el gran macho que habíamos visto por la mañana en la cacería. La jerarquía de los lobos es estricta y este gran lobo seguramente fuera el gran jefe, el macho dominante de la manada. Tras saludarse, el gran lobo, marcó el lugar. Los excrementos son un marcaje indispensable en la vida de un lobo. Hay que delimitar el territorio. Todos tienen que saber por dónde están pasando, que este lugar pertenece a la manada que capturó al gran ciervo y que , si se adentran, pueden tener problemas.
Uno de los lobos marcando. Este es su territorio.
Los dos lobos estuvieron deambulando por el claro, pero la mayor parte del tiempo se tumbaron a descansar. Se les veía pesados. Las barrigas estaban llenas. Se veía perfectamente la diferencia de envergadura entre ambos. El gran lobo era mucho más corpulento e imponente; estábamos seguros de que era uno de los de la cacería de la mañana, el otro, nos ofrecía dudas. La oscuridad fue cubriendo el claro. Cuando no podíamos ver más nos fuimos. Los lobos quedaron allí. Tumbados. Descansando. Haciendo la digestión. Teníamos que volver. No podíamos desaprovechar una oportunidad así.
Al amanecer, en compañía de mis amigos Ernesto, Pilar y Fernando, estábamos de nuevo en el lugar. Había menos buitres pero allí seguían. Un zorro se movía entre las peñas. También quería una parte del botín. El zorro es oportunista e inteligente y sabe que si se acerca a una captura en la que están los lobos corre un gran riesgo; si estos lo descubren su vida peligrará, así es que el zorro andaba con muchísimo cuidado. Se movía entre las rocas sigiloso y atento. No podía despistarse. Un sólo momento de despiste supondría la muerte. De repente, un lobo apareció entre las rocas, el zorro desapareció como por arte de magia. El lobo tenía un objetivo, los buitres. Subió por las rocas y se lanzó a por ellos. No permitiría su presencia allí. El ciervo era suyo y la competencia no le gustaba.
Aquí se puede apreciar la gran barriga de uno de los lobos.
Los buitres se cambiaron de roca y el lobo también. Estaba obsesionado con echarlos del lugar. Volvió a bajar e ir hacia la nueva roca en la que se habían posado para hacer la misma operación. Subió ágilmente y se lanzó a por ellos. Nuevamente los buitres cambiaron de ubicación. Así estuvieron más de cuarenta y cinco minutos; entre tanto, vimos otro lobo en el claro. Estaba vomitando. Su barriga estaba muy abultada. Parecía que iba a explotar. Vomitó porque no le cabía más. Estaba lleno. Se movió por el claro y orinó muy cerca de la marca que el gran lobo había dejado en forma de excremento la noche anterior. Era una hembra. Su forma de orinar la delataba. La loba, más fina y estilizada que los dos lobos de la noche anterior, continuó por el claro. Lo recorrió de arriba a abajo con paso firme pero lento.
Mientras tanto, el lobo "espanta buitres", seguía a lo suyo. Estaba obsesionado con quitarlos de la zona. Después de un buen rato de idas y venidas por las rocas, desapareció; pero nos dejó unas estampas de increíble belleza en las que se dibujaba sobre las rocas su silueta con la luz rojiza de la mañana iluminando su cuerpo. Allí estaba. El lobo. El señor del monte. Habían cazado un gran ciervo y era suyo.
La loba del claro bajó hacia el río y desapareció en el lugar en el que estaba el gran ciervo. No volvieron a salir. El zorro sí lo hizo pero su precaución era todavía mayor y terminó por alejarse varios cientos de metros.
Volvimos por la tarde. No quedaban buitres. Ni milanos, ni urracas, ni cuervos; alguna corneja sobrevolaba la zona buscando los restos que pudieran quedar. Vimos fugazmente a un lobo que se iba del lugar. Seguramente alguno de ellos llevara comida, ya fuera un gran trozo del ciervo o en sus estómagos para regurgitarla a los cachorros que permanecerían ocultos en algún bosque, brezal o roquedo de la zona.
Todo había acabado. El ciclo de la vida se había completado. Habíamos presenciado la persecución, la estrategia, la lucha, la muerte y lo que supone la caída de un gran ciervo, todos los animales que comen de él. El ciclo de la vida y de la muerte. Nada se desaprovecha. Es la naturaleza en estado puro. La naturaleza dura y cruel. La naturaleza hermosa y fascinante. Es la naturaleza en todo su esplendor.

miércoles, 7 de agosto de 2013

El lobo cazando I.

En un lugar de Zamora de cuyo nombre no quiero acordarme pude observar en compañía de mis amigos Ernesto y Pilar, además de gente de Llobu, uno de los espectáculos más increíbles que se pueden contemplar en la naturaleza de nuestro país.
El sol de la mañana inundaba de luz los valles, laderas y cortados de un paisaje verde, teñido del rojizo de la luz embriagadora del sol a primera hora de la mañana mientras los ciervos deambulaban comiendo tranquilamente y los corzos se dedicaban a cuestiones amatorias. Todo parecía tranquilo pero, de repente, un ciervo apareció corriendo perseguido por un lobo.
El lobo le tiraba dentelladas a la parte trasera y el ciervo se defendía girándose para intentar cornearlo con sus poderosas armas. No era un ciervo pequeño. Era un gran macho que corría para salvar su vida. El lobo no cejaba en su empeño. Carrera hacia un lado. Carrera hacia el otro lado. El lobo tenía un objetivo claro, los cuartos traseros del gran ciervo que se defendía valientemente. Tras varios cientos de metros de carreras, vueltas, giros y tarascadas se pararon frente a frente, a diez metros escasos. Se miraban. Se estaban sopesando. Exhaustos. El lobo con la lengua fuera azuzaba cansado. El ciervo estaba en estado de shock. Estaba reventado. Agotado. No podía más. Se sopesaban. Se medían sus fuerzas como dos púgiles en un combate de boxeo. De repente, el lobo se dio la vuelta, se separó del ciervo unos cientos de metros y se sentó. El ciervo no podía más y ni siquiera se movió de entre las escobas. Al poco tiempo el lobo se tumbó. ¿Estaba descansando? ¿Estaba cogiendo fuerzas para volver a intentarlo?
Foto testimonial pero muy ilustrativa del momento. Se miran. Se sopesan...
Pasados unos minutos el lobo se levantó pero no fue a por el ciervo directamente si no que pasó por debajo de él, lo rodeó por el lado izquierdo sin que el ciervo se percatara de nada y comenzó a bajar hacia él, si nos fijamos en un reloj bajaba en torno a las diez y, el ciervo, en el centro. En ese momento nos dimos cuenta que otro lobo mucho más grande y potente con un porte majestuoso se dirigía también hacia el ciervo desde las dos (siguiendo la simbología del reloj). Estaban emboscando al ciervo que permanecía parado. Agotado.
Estábamos presenciando una técnica de caza del lobo ibérico. Los dos lobos estaban perfectamente coordinados. No se veían entre si pero sabían lo que tenían que hacer. ¿Cómo se comunicaban? ¿Cómo sabía el segundo lobo que tenía que ayudar al primero que estaba esperando la llegada de refuerzos?
Los dos lobos bajaron en diagonal, uno por cada lado del ciervo que continuaba exhausto. Bajaban despacio. Sigilosos. Agazapados. Con movimientos lentos y calculados hasta que se dio la señal de ataque. Los lobos comenzaron a correr a la vez hacia el ciervo que se levantó y comenzó la huída. Era una persecución a vida o muerte. Era la ley de la naturaleza. El cazador y la presa. Los lobos intentando cazar y el ciervo huyendo para salvar su vida.
Los lobos comenzaron su ataque. Comenzaron a bajar ladera abajo corriendo a toda velocidad. El primer lobo le atacaba sin descanso a los cuartos traseros. El ciervo se defendía lanzando impresionantes coces para mantenerlo alejado de su zona de peligro mientras el segundo lobo le cortaba la retirada por un lado. El primer lobo atacaba y perseguía. El segundo lobo le conducía hacia abajo. Si el ciervo quería huir hacia el lado que no estaba el lobo se intercambiaban los papeles, el lobo que atacaba pasaba a cortarle el paso y el otro le atacaba. Era una estrategia coordinada.
El ciervo baja la ladera perseguido por los lobos
(solamente se aprecia uno a la izquierda).
El ciervo se defendía valientemente dando coces cuando le mordían los cuartos traseros. Una de esas coces impactó violentamente en uno de los lobos lanzándolo hacia atrás varios metros con una enorme fuerza. El lobo, aturdido al principio, se levantó y prosiguió la caza. Ese es uno de los peligros de atacar a un ciervo tan grande. Los lobos pueden resultar heridos tanto por una coz como por una cuerna ya que el ciervo se revolvía de vez en cuando para intentar ensartarlos.
El ciervo intentaba escapar pero los lobos lo conducían hacia donde ellos querían. Es muy raro que dos lobos intenten cazar a un gran ciervo macho ya que es un formidable rival pero estábamos seguros que al ciervo le pasaba algo. Algo que nosotros no podíamos notar. Algo que solamente los lobos perciben. Algo que le señala como víctima. Algo que le marca como una posible presa. También es muy probable que cuando comenzamos a verlos, el primer lobo llevara detrás de él varias horas porque el cansancio de los dos era evidente y un lobo tiene una enorme resistencia así es qué seguramente llevara detrás del ciervo parte de la noche.
Lobo bajando (esquina inferior derecha).
El lobo ejerce un control en la población de ciervos y además atacará a los más débiles, heridos o enfermos con lo cual contribuye a la mejora genética de los ciervos. Sobreviven los más fuertes. Es la ley de la naturaleza.
La persecución continuaba. El ciervo iba donde los lobos querían. No le dejaban elegir una opción. Lo llevaban al río. Querían que no tuviera escapatoria que no pudiera esconderse en un pinar o entre escobas altas en las que se pudiera defender. La persecución duró cerca de cincuenta minutos de imágenes impactantes. Era una lucha a muerte. Una lucha entre dos rivales formidables. La potencia, astucia y estrategia de los lobos y la tenacidad del ciervo de luchar por su vida. La impresionante carrera de dos lobos coordinados y fuertes que desplegaban un alarde de fuerza física y astucia por un lado y la lucha del ciervo por su vida que, aún exhausto, corría con potentes zancadas y lanzaba terribles coces.
Pasaron un roquedo y llegaron al río. Ahí desaparecieron entre la maleza y los árboles del bosque de ribera. No salieron por ningún lado. 
Agradezco enormemente a mis amigos Ernesto y Fernando prestarme sus
fotografías para ilustrar esta entrada. Las fotografías, dada la distancia,
son testimoniales pero dan fe de un momento único.
Pasada hora y cuarto de la persecución apareció uno de los lobos. Salía del río. Subió por un camino ya que al lobo le gusta ahorrar la mayor cantidad posible de energía y, si puede andar por caminos o cortafuegos, lo hará, ya que es menos cansado que hacerlo entre escobas o brezos y, la energía, en la vida de un lobo, es básica. Subió por el camino. Atravesó un bosquete y desapareció. ¿Habrían conseguido capturar al ciervo? Continuará... 

viernes, 2 de agosto de 2013

Por Sanabria I: la Sierra de la Culebra.

Esta semana la he pasado recorriendo la parte de la Sierra de la Culebra más cercana a Puebla de Sanabria y tramos del río Castro en compañía de mi buen amigo José Luis Santiago (Llobu). Mi abuela siempre me decía: "Escucha a los que más saben porque de ellos es de quién más se aprende". José Luis es una de esas personas prudentes, que no se hacen notar y no se dan importancia pero que tienen un enorme conocimiento de la sierra y sus habitantes, además de ser una buena persona.
El amanecer en la sierra es diferente. Espectacular y muy hermoso. Las primeras luces van dejando ver un paisaje espectacular de laderas, valles y roquedos. Los primeros rayos del sol van dando un tono rojizo y brillante al mar verde que te rodea y en este mar de luces y colores se mueven sus habitantes; algunos se dejan ver y de otros solamente puedes apreciar sus rastros o escucharlos.
Uno de esos animales que no vimos es el habitante más famoso, más emblemático y misterioso de la sierra, el lobo. No verlo no significa no sentirlo, no notar su presencia, él está ahí y puede estar observándote...
Impresionante huella de un gran lobo.
La mañana era agradable y varios grupos de ciervos se movían entre brezos, escobas y pinos cuando José Luis me dijo casi en un susurro: "Tenemos un lobo detrás. Mira a ver". Los pelos se me erizaron como las púas de un erizo cuando se siente amenazado. También lo había oído. Silencio. Un jadeo. Silencio. Me giré muy despacio y busqué entre las peñas que teníamos detrás nuestro. No veía nada pero allí estaba. Sentíamos su presencia. Una presencia que no ves pero que sabes que está allí. No vimos nada. Giramos de nuevo la cabeza hacia los ciervos y otra vez. Silencio. Jadeo. Silencio. Jadeo. Silencio. Allí estaba por segunda vez. Detrás nuestro. Observándonos. Nos volvimos a girar pero nada nuevamente. Había estado allí. Nos había observado él a nosotros.
La conclusión que sacamos fue que el lobo venía de la otra ladera y se asomó a las rocas que estaban por encima nuestro, al vernos, paró su marcha entre las rocas y nos observó dos veces. Por donde nos pasó es un misterio. Los lobos son expertos en el camuflaje, en pasar desapercibidos. Pudo pasar por cualquier lado o darse media vuelta pero su presencia nos recorrió los sentidos e hizo ponernos alerta. El lobo había estado allí. No lo vimos pero notar su presencia, oírlo jadear es algo indescriptible, algo que hay que vivirlo para poder entenderlo.
Joven ciervo en la oscuridad y seguridad del pinar.
Los ciervos pueblan la sierra. Son su habitante más visible. Hemos podido ver hembras con las crías de este año y del año pasado que se mueven atentas a los peligros que puedan acechar a sus pequeños. En esta época las ciervas están solas, aisladas con sus crías, algunas muy pequeñas y otras de más de dos meses. Esto sucede porque en el tiempo del celo hay hembras que quedan preñadas en septiembre y otras, por el contrario, lo pueden hacer en noviembre. 
Las hembras siempre alerta. Sus orejas se mueven como parabólicas,
su hocico se levanta y sus ojos nos observan. Hay que estar atentas...
Dentro de unas semanas las hembras se irán juntando en pequeños grupos; en pequeños grupos están, actualmente, los machos jóvenes de entre año y medio hasta los de 6 ó 7 años con sus cornamentas recubiertas de la borra aterciopelada que les da un aspecto elegante. Los viejos machos están solos.
En general el desarrollo de las cornamentas está un poco más retrasado que otros años. No encontramos a ninguno que hubiera comenzado a pelar esta borra para mostrar sus poderosas armas.
Las cuernas asoman entre los jóvenes pinos...


Algo curioso son las diferencias entre las cuernas de los varetos (machos de entre un año y dos).
La diferencia de cuernas entre los varetos de estas dos fotografías es ostensible.
El de la derecha de la segunda imagen y el de la izquierda de primera.
Hemos visto varetos con mucha diferencia en la longitud de sus cuernas. Esto seguramente es debido a cuando hayan nacido (pueden sacarse hasta casi tres meses) pero aún naciendo a la vez, la genética de su padre (un padre con buenas cuernas dará hijos, como mínimo, tan buenos como él) y la alimentación (tanto la leche materna como la comida de ese año) marcarán la diferencia entre ellos, además de su condición física (si está enfermo o no).
También hemos podido observar lo gordos que están los machos. Durante todo el verano se alimentan constantemente para coger fuerza y kilos para la época del celo de las hembras, la berrea. En ella los machos perderán mucho peso, por lo tanto, necesitan cogerlo ahora y tener reservas suficientes para estar en perfectas condiciones físicas en el mes de septiembre que es cuando comienza el celo de las hembras. Los machos comerán muy poco y perderán muchos kilos ya que solamente están pendientes de controlar a las ciervas.
El macho del centro, mucho más oscuro que los otros dos, estaba muy gordo.
Otro habitante de la sierra que en este momento está muy alterado es el corzo. Las hembras se encuentran en celo y los machos están como locos siguiéndolas y persiguiéndolas de un lugar a otro. Las hembras están con sus pequeños corzinos de pocas semanas o días. Las observamos con una cría y con dos, algo relativamente común a partir del segundo parto. También hemos podido comprobar como los machos las acosan, dan vueltas a su alrededor y ladran (se parece mucho al ladrido de un perro por eso se llama ladra) para atraer a las hembras a un territorio que defienden ferozmente ante cualquier competidor.
Los corzos pueden resultar heridos en sus rencillas o persecuciones. Vimos a un macho cojo que seguramente sea pasto de los lobos que ejercen su función de selección y control de la especie. En la naturaleza un animal herido o enfermo tiene mal destino. 
También observamos a un corzo con un sólo cuerno que podría haber perdido en una pelea, en el crecimiento de la cuerna o ser algo genético.
Algo curioso que siempre me cuenta Poli, otro buen amigo y gran conocedor de la naturaleza sanabresa es que: "cuando un corzo ladra pone la lengua para arriba. En cambio, un ciervo, cuando berrea la pone para abajo". Que razón tiene este gran amante de la naturaleza y fotógrafo ya que en esta extraordinaria fotografía suya se puede apreciar perfectamente.
Agradezco enormemente a Poli prestarme esta excepcional fotografía.
En esta otra se puede ver que el ciervo cuando berrea pone
la lengua para abajo.
La sierra tiene mucha más vida. También pudimos observar a otros habitantes como el zorro, jabalí, buitre leonado, cernícalo primilla, zorzal charlo, alondra, pito real, picapinos, piquituerto, halcón abejero, milano negro, aguilucho ratonero, abubilla, abejaruco, chotacabras, perdiz, torcaz, alcaudón real, culebra y un buen número de pequeños pajarillos que se mueven si cesar por la sierra.
Pero la sierra siempre reserva sorpresas y una de ellas se presentó el último día. Después de dejar a José Luis en su casa se me cruzaron dos ardillas en la carretera. Bajé del coche a intentar hacerles alguna fotografía consiguiéndolo con este precioso macho que se movía entre los pinos y los robles parándose de vez en cuando a observarme y emitir un sonido muy agudo que hacía con sus dientes. Estaba dando la alarma. El extraño era yo. Él estaba en su hogar.
La siguiente entrada la dedicaré al río; donde hay una gran cantidad de vida que se mueve entorno a él y, las sorpresas, son constantes...