Mostrando entradas con la etiqueta roble. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta roble. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de noviembre de 2011

Árboles singulares en la provincia de Zamora I.

Nos encontramos en el Año Internacional de los Bosques declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) con el objetivo principal de concienciarnos acerca de la importancia de los bosques para la vida. Los bosques ocupan el 30% de la superficie de La Tierra, en ellos se contiene el 80% de la biodiversidad de nuestro planeta y, cada año, se pierden 13 millones de hectáreas, casi la totalidad de las hectáreas arbóreas existentes en España (tenemos 14,4 millones de hectáreas).
Un bosque es un conjunto de biodiversidad, un conjunto de seres interrelacionados entre sí que dependen unos de de otros y, si alguno tiene alteraciones graves, el resto sufrirá las consecuencias. Dentro de este conjunto de seres vivos quiero centrarme en los árboles y, en este caso, en los árboles singulares que tenemos en la provincia de Zamora. Árboles que debemos de conservar, proteger y cuidar ya que forman parte de nuestra existencia.
Cuando me encuentro ante un árbol milenario siento una mezcla de admiración, sorpresa y respeto. Es un árbol que ha vivido cientos de años, que se ha mantenido en pie sorteando incendios, talas, enfermedades, falta de sensibilidades o simplemente la ignorancia de su importancia.
Me gustaría enumerar algunos de los que considero árboles especiales en la provincia de Zamora. Unos están catalogados como árboles singulares de Castilla y León y por tanto protegidos y otros no pero, por diversas razones, para mi, son singulares.
Castaño de San Román de Sanabria.
El castaño de San Román de Sanabria: En el pequeño pueblo sanabrés se encuentra un castaño imponente, de 24 m de altura y 18 m de perímetro a ras de suelo. Está en un huerto, y la primera vez que lo vi quedé impresionado por su porte. El muro que rodea el huerto estaba caído en un punto por el cual todos los curiosos entrábamos para acercarnos al él. Según te acercas compruebas su majestuosidad. Lo rodeas en silencio. Cuentas los pasos que forman su perímetro y calculas la gente que lo rodearía agarrados de las manos. Muchas veces he hablado con el dueño de la finca y se siente orgulloso del viejo castaño y tiene una gran paciencia con todos los que vamos a admirarlo. Siempre que vuelvo paso mi mano por su corteza arrugada, lo abrazo e imagino lo que ha visto. Pensad que ya estaba ahí hace más de 600 años según unos, 800 según otros e incluso 1.000 según los más lanzados.
Castaños de La Alcobilla.
La Alcobilla es un bosque de castaños que se encuentra cerca del pueblo de San Justo, junto al santuario de Nuestra Señora de la Alcobilla. Los antiguos pobladores de nuestras tierras ya consideraban el lugar especial, luego los romanos y después los cristianos lo tomaron como algo sagrado, leyenda incluida, la ermita actual es del s.XVI, y entre los muros de una construcción cercana se pueden ver diversas estelas romanas pero lo que destaca por encima de todo es el conjunto de castaños de todas las edades que rodea la ermita.  Los más viejos rondan los 300 años. Castaños que se retuercen formando dibujos y formas singulares que forman caras de duendes o de monstruos. Castaños ahuecados por rayos o retorcidos sobre su base con ramas que por si solas serían árboles imponentes.
Señor Argimiro Crespo contando la leyenda del Roble del cementerio.
El roble del cementerio de Codesal: hay árboles que forman parte de leyendas y este viejo roble de 400 años, es uno de ellos. Si vais a Codesal, la leyenda, os la debe de contar el Señor Argimiro que a sus 91 años sigue abriendo su corazón a todos aquellos que visitan su museo etnográfico. Hombre increíble, arriero, comerciante, músico, contador de historias y romances. Un hombre bueno que destila honestidad por los cuatro costados, que con su voz cansada pero entusiasta os contará el romance de la historia de amor que rodea al roble del cementerio. Roble al que quiere y respeta. Roble de 20 m de altura, 25 m de copa y casi 5 m de perímetro en la base que se asoma al muro del cementerio de este pequeño pueblo de La Carballeda.
Nala junto al castaño de Vime de Sanabria.
El castaño de Vime de Sanabria: árbol retorcido, agarrado al muro, de tronco rugoso y aspecto imponente que parece defender o acompañar a la iglesia que se sitúa tras él. Por cierto, en el muro de la iglesia hay incrustada una calavera que sirve de nido a una pareja de colirrojos tizones. Árbol especial para mi ya que a Nala, mi añorada perra de aguas, le encantaba tumbarse entre sus viejas raíces de más de 300 años.  
Hasta aquí una primera entrega de esos árboles que conozco y considero singulares por diversas razones, que me impactan y me causan una tremenda admiración, que debemos cuidar, divulgar y aprender a respetar, además de intentar que los demás también lo hagan.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Hayas, tejos y acebos en la montaña palentina.
Mi abuelo era ebanista y desde pequeños nos enseñaba a apreciar la madera, a quererla, a diferenciarla y a respetar, por encima de todo, al árbol que había sido. El olor de las virutas en la carpintería fue compañero constante y fiel de mi infancia y juventud. Todas nos sonaban; roble, haya, cerezo, nogal e incluso ébano; al principio eran simples trozos de madera pero más tarde se convirtieron en maravillas que mi abuelo y mi tío hacían con sus manos. Nos enseñaba cosas del árbol que habían sido. Sacaba viejos y antiguos libros de dibujos gastados o la enciclopedia con la que él estudió y nos mostraba el árbol, cómo era, dónde se daba y alguna característica especial que tuviera. Ese cariño por la madera y los árboles se lo debemos a él.
Ese cariño y respeto continúa vivo cuando camino por un bosque o cuando me encuentro con un árbol solitario que aguanta estoico y cansado los avatares de la vida. Las pequeñas cosas especiales que nos contaba las sigo contando a los alumnos cuando vamos a excursiones o rutas.
El pasado fin de semana fuimos al norte de Palencia, donde hicimos dos rutas por una zona que no conocía y me sorprendió por su belleza. La primera fue a La Tejeda de Tosande y la segunda a La Fuente del Cobre.
La primera discurría por un valle entre bosques de robles y cortados donde los planeos de los buitres y los chillidos de chovas y arrendajos nos acompañaban para llegar a nuestro destino, un hayedo espectacular coronado por un bosque de tejos. Las hayas son árboles a los que le gusta tener los pies fríos y la cabeza caliente, es decir, conservan la humedad a pie de tierra y buscan desesperadamente la luz por sus ramas más altas. Cuando entras en un bosque de hayas te das cuenta que en cualquier momento puede aparecer un duende, un gnomo o un elfo, que caminas dentro de un cuento. En otoño las hayas explotan de color. Ocres, naranjas, amarillos y rojos cautivan la mirada y te tocan el alma. Son bosques húmedos donde las nieblas están muy presentes; si tenéis la suerte de entrar en hayedo con niebla, no lo dudéis, os cautivará.
Según íbamos subiendo por el hayedo, poco a poco hacían su aparición los tejos. Árbol emblemático desde antiguo cuya madera era empleada como arma tecnológica en la Edad Media; un señor feudal que controlase un bosque de tejos tenía garantizada la mejor madera para la construcción de arcos, ya que su madera es muy flexible y muy dura. El tejo crece muy lentamente y es muy longevo, sus raíces y troncos se retuercen en un sin fín de posturas que provocan la admiración del que los contempla. Cuando un tejo se va haciendo muy viejo, su tronco se va abriendo, separándose hacia los lados, se va cayendo, se encorva hacia la tierra que lo vio nacer mientras su vida se le escapa muy lentamente. Al final del bosque de tejos nos encontramos un mirador desde el que el valle nos muestra todo su esplendor.
La segunda ruta nos conducía hasta el nacimiento del río Pisuerga en una cueva, la Fuente del Cobre. Para llegar hasta allí debíamos atravesar un hermoso bosque de robles jalonado por unas increíbles matas de acebos. Otro árbol especial que crece muy, muy lentamente. Un bosque de acebo cumple una importantísima función de cobijo para aves, micromamíferos y roedores ya que dentro de él sube la temperatura entre 3 y 5 grados y eso, en invierno, supone incluso salvar la vida para muchos animalillos.
Según nos íbamos acercando al final, atravesamos otro bosque de hayas de aspecto fantástico en el que, un jinete negro podía aparecer en cualquier momento, para llegar a la cueva de la cual nace el río Pisuerga, aunque realmente no lo hace allí si no que nace en la ladera del pico Valdecebollas, donde se recoge el agua y se va filtrando  a través del sumidero Sel de la Fuente y, tras recorrer 10 kilómetros por una cueva que atraviesa la montaña, sale por la boca de ésta en un lugar llamado La Fuente del Cobre.
La montaña palentina nos mostró toda su belleza en forma de colores increíbles, tonos ocres, naranjas, verdes y rojos que se entremezclaban para hacernos estremecer los sentidos.
(Agradecemos enormemente a Ernesto y Rafa habernos guiado por estos parajes).