Un buen día, Fernando, amigo apasionado de la naturaleza, fotografía y astronomía me comentó que desde su trabajo había visto un mirlo macho blanco en el jardín de enfrente y, para allí que me fui. (Para el que no lo sepa, los mirlos machos son negros como el tizón).
Un jardín en medio de la ciudad, coches por los lados, niños jugando, gente paseando y yo, esperando a ver si, por un casual, aparecía el mirlo. La verdad es que pensaba que sería imposible verlo, el ajetreo era considerable. Pasado un rato, vino volando, tan tranquilo, entre la gente y se posó delante de mis narices, en mitad del jardín, donde comenzó a dar saltitos, avanzando de golpe, inclinando la cabeza de lado para observar bien el terreno; venía a comer, así que se puso a rebuscar en la tierra, escarbando, revolviendo todo para sacar cualquier tipo de invertebrado que llevarse al pico. Allí estuvo un buen rato, por supuesto, la sesión fotográfica que le hice fue considerable, cuando se cansó, marchó hacia un jardín particular cercano, donde seguramente tendría el nido.
Era blanco, algo tremendamente extraño, pero no era albino, este tenía los ojos normales, era una rareza genética debido a un gen recesivo, que le da el color blanco, pudiendo tener diferentes grados (este tenía bastante blanco; seguramente el año que viene, si sigue por ahí, será todavía mas) esta particularidad se llama leucismo (resulta que casi el 30% de las aves que tienen esta rareza, son mirlos).
Y mientras seguía pensando, apareció de nuevo, allí estaba, con su pico y círculo alrededor del ojo naranja, comenzando otra vez todo el ajetreo. Se quedó otro buen rato y ahora me dediqué a observarlo atentamente (ya tenía suficientes fotos). Estaba tan tranquilo, perfectamente adaptado a los ruidos, gente y coches, incluso una señora se quedó mirándolo y se interesó por él, fue la única, el resto de personas, que pasaron unas cuantas, lo ignoraron por completo, como hacía él con nosotros. Seguía moviéndose, revolviendo el suelo y saltando de acá para allá; me quedé con ganas de oírlo cantar, con ese enorme repertorio de trinos y melodías de los mirlos, seguramente cantaría como los demás pero no lo pude comprobar. De repente se levantó y fue volando hacia el mismo jardín particular de antes, definitivamente este era su territorio y como buen mirlo macho debía de moverse por él y cuidarlo, además, la época de cría ya había comenzado y el trabajo se le acumulaba. Si este era su territorio, no se moverá de allí hasta que muera (los mirlos que sobreviven a su primer año, viven una media de 5 años) y quizás, en otro paseo por allí, lo vuelva a ver.
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